dilluns, 25 d’abril del 2016

25 de Abril, la revolución de los claveles



El 25 de abril será siempre el día de la revolución portuguesa, la revolución de los claveles, la revolución de los capitanes… La señal era la transmisión por la radio de una canción: Grândola, Vila morena, que desde entonces se asocia a este día y a los hechos que en él sucedieron. Cuando sonara, significaba que la radio estaba tomada y se ponía en marcha el dispositivo para derrocar al gobierno dictatorial. Y sonó.

Había estado en Portugal poco antes, de niño. Sería por el setenta y uno o el setenta y dos. Recuerdo la miseria y paupérrimas condiciones de vida. Una imagen, en una playa, y con un mar nada apacible, con las mujeres y los bueyes arrastrando hacia dentro una barca de pesca a remos, cuya imagen se me antoja como una góndola de catorce o quince metros de eslora…

Portugal era por entonces un país con apenas unos nueve millones de habitantes, en manos de una oligarquía compuesta por unas cuantas familias, que mantenía un ejército permanente de más de seiscientos mil hombres, una guerra ruinosa desde hacía años en las colonias africanas que luchaban por su independencia –Angola, Mozambique, Guinea…-. No se veían jóvenes por las calles… Estaban pegando tiros en el África. Atávico como era el país, y reaccionariamente ciego su gobierno, se mantenía un cierto cupo que permitía a los ricos librarse del oneroso honor de servir a la patria. No era pago directo, o sí. Se trataba de comprar a precio de orillo el carnet de marino mercante, aunque luego no se subiera uno ni a un colchón de playa, con el cual se eximía del servicio militar.

Fueron los propios militares portugueses quienes acabaron con la dictadura. Y esto merece un comentario aparte. En condiciones normales, un país con la población de Portugal hubiera tenido un ejército permanente de, a lo sumo, cien mil hombres. Seiscientos mil lo situaba prácticamente al límite de la capacidad de movilización. Pero un ejército es una estructura jerárquica piramidal: a más soldados, se requieren más sargentos, más capitanes, más coroneles y más generales.

Como en la mayoría de países oligárquicos, la estructura de la oficialidad era cerrada y reservada a castas familiares relacionadas con la oligarquía. Y no daban para cubrir la oficialidad requerida en un ejército de más de medio millón de hombres. Hubo que recurrir, por tanto, a oficiales de complemento: universitarios y gente con estudios, para que ocuparan plazas de oficiales. Gente con una mentalidad muy alejada de la contumaz reciedumbre propia de la casta militar portuguesa de siempre. Llegaron a ser mayoría, y hasta alcanzaron a «contaminar» a algunos de los de siempre. Y decidieron hacer la revolución. Mientras tanto, aquí seguíamos con el piyayo.

No se les reconoció demasiado; la mayoría fueron relegados al olvido. Hicieron buenas también aquellas frases de la canción de Lluís Llach. Sirvan hoy, desde aquí, como homenaje:

“Bon viatge pels guerrers,
si al seu poble són fidels”.

2 comentaris:

  1. Debo reconocerle, Don Xavier, que ha escrito usted un artículo muy visual con una excelente descripción, un gran artículo. Felicidades.

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