divendres, 29 d’abril del 2016

Educación y poderes fácticos: empeorando lo empeorable



El ministro del ramo acaba de liquidar la reválida que preveía la LOMCE, con motivo del «acuerdo» al que ha llegado con los rectores de las universidades. Y todos contentos: si sale con barba, San Antón, y si no, La Purísima Concepción. A primera vista, y dentro de la opacidad de la noticia, que tampoco es que diga mucho, hay alguna razón para alegrarse, y otras para, con franqueza, deprimirse hasta la exasperación.

Que la LOMCE es un truño es algo de duda. Y que ha generado animadversión casi universal, también. Sólo que por razones muy dispares, y hasta contrapuestas, a poco que reparemos en la variopinta amalgama de argumentos aducidos por sus detractores. En mi opinión, y como ya he dicho en otras ocasiones, frustró con creces las (escasas) expectativas que en algún momento pudo suscitar, al renunciar desde un buen principio al bachillerato de tres años que incluía en su programa electoral el partido que ha gobernado con mayoría absoluta estos últimos cuatro años.

Por lo demás, esta ley sólo tenía, a mi parecer, dos aspectos positivos que, aun remotamente, invitaban a una cierta esperanza: el establecimiento de una prueba externa, o reválida, al final del bachillerato –también al final de la ESO-, y la FP básica, entendida como un remedo de itinerarios académicos en la segunda etapa de la enseñanza obligatoria.  En ambos casos con graves deficiencias, tanto conceptuales como de concreción. Plantear una reválida enteramente con pruebas de tipo test para todas las materias es poco menos que aberrante –esto no es «saber y ganar»-. Y por lo que refiere a la FP básica, de poco iba a servir si antes no se ponía remedio al resto de la Formación Profesional. En cualquier caso, ambas medidas fueron quedando progresivamente diluidas en el totum revolutum del galimatías político-educativo endémico por estos pagos. La puntilla a la Reválida se la acaban de dar con la noticia reseñada al principio del post.

¿Qué tiene de bueno? Simplemente, que no será un examen tipo test, lo cual nos ahorra un bochorno… y poco más.

¿Y de malo? Pues que va a ser una selectividad rebautizada. Y para este viaje no hacían falta alforjas. Los contenidos del examen se fijarán como se fijaban hasta ahora los de la selectividad, las pruebas se celebrarán en espacios universitarios –también como hasta ahora- y serán corregidos, como hasta ahora, por profesores universitarios y de instituto. ¡Ah! Se me olvidaba, una cosa más: a diferencia de «como hasta ahora», la obtención del título de bachillerato requerirá haber superado esta prueba realizada en la universidad y corregida –si así te toca en suerte- por profesores universitarios. Así, es de suponer, los alumnos que acaben el bachillerato y deseen cursar algún ciclo formativo de grado superior, si no aprueban la nueva selectividad controlada por la universidad, no podrán realizarlo. Y lo más esperpéntico: ¿Qué pintan los profesores de universidad corrigiendo un examen que tiene por nombre «Prueba General de Bachillerato?

Lo dicho, empeorando todo lo humanamente empeorable. Y es que los poderes fácticos son los poderes fácticos.

2 comentaris:

  1. Nota para Guachimán:
    Debido a un error mío, completamente involutario, he eliminado el mensaje que habías enviado. En cualquier caso, muchas gracias por el y mis disculpas.

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  2. No pasa nada, Xavier. Venía a decir que la enseñanza no se arreglará nunca porque sus peores males siempre son del gusto o del provecho de algún partido, así que, antes que perjudicarse entre sí, prefieren perpetuar el desastre. Cada vez soy más pesimista, creo que esto no tiene solución.

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