dimarts, 23 de febrer del 2016

¿Dónde está Salomón?



La leyenda de Salomón arbitrando sabiamente entre las dos supuestas madres que se disputan al hijo, no es un hecho, sino una metáfora. Y no sólo porque lo más probable es que Salomón jamás existiera, sino porque incluso de haber existido y protagonizado el hecho que la Biblia le atribuye, seguiría siendo una metáfora. Lo significativo no es la sentencia del rey, sino el escenario en que la pronuncia.

Como es sabido, se le presentaron al rey Salomón dos madres, probablemente prostitutas, uno de cuyos hijos, recién nacidos ambos, había amanecido muerto. Las dos reclamaban al vivo como propio. Ante tal dilema, y siendo imposible determinar cuál era la verdadera madre, Salomón resolvió que el guardia partiera al niño vivo en dos, y medio fiambre para cada una. Una solución drástica, pero ciertamente equitativa. Entonces, una de las dos madres estalló en sollozos, admitió no ser la verdadera y rogó al rey que no matara al niño, dando por bueno que se lo quedara su rival. A la otra le pareció bien la idea. Y entonces se manifiesta la sabiduría de Salomón, que entregó el niño a la suplicante, porque sólo una verdadera madre preferirá que su hijo siga vivo, aun apartado de ella, que muerto a su lado.

Lo significativo de este relato no es la posición del juez, sino la de las dos presuntas madres litigantes. Para que el juicio de Salomón sea acertado, ha de haber necesariamente una madre verdadera y otra falsa. De no ser así, de haberse tratado, por ejemplo, de una disputa entre dos falsas madres, no es descabellado pensar que el niño hubiera acabado descuartizado, y que Salomón, en lugar de por su sabiduría al saber tensar la cuerda hasta el límite, hubiera pasado a la historia por su displicente frivolidad. Acertó porque una era la madre verdadera. Pero no siempre es así. No lo es cuando las circunstancias sobre las cuales se configura el conflicto de intereses son otras.

Estas divagaciones sobre el conocido episodio bíblico, me las evocó la reciente lectura de un artículo de Antoni Puigverd, que me pareció particularmente acertado e incisivo. Y me ratifica en mis vagas conclusiones esta noticia de hoy; unas declaraciones del actual presidente de la Generalitat. Una más de tantas, pero puesta en relación con lo anterior, no sé… se me antoja reveladora.

No se trata ciertamente, aunque también, de que por aquí no abunde el talento de Salomón. No. Por lo que uno se pregunta es más bien por la autenticidad de las supuestas madres en disputa que se arrogan la representación en exclusiva de la sociedad catalana en el caso del «procés». No veo a ninguna que, para salvar al hijo, esté dispuesta a cederlo. Más bien se diría que lo que prima por ambos lados, llegado el caso, es el tan hispánico «la maté porque era mía».

Los unos están irremediablemente determinados al todo o nada. Y no parece que les pase por la cabeza quedarse en el «nada». El  independentismo, en su mérito hay que reconocerlo, ha conseguido construir en Cataluña una copia real del cuento de Andersen –y del infante Juan Manuel- que nos hablaba del vestido nuevo del emperador que iba desnudo. Aquí ya ni los niños se atreven siquiera a insinuarlo, pobrecillos. Se ha proyectado una realidad virtual que oculta la cruda realidad: ni en Europa, ni en el Imperio, ni en ninguna parte existe el menor apoyo a la independencia de Cataluña. Y ello sin entrar en las razones que fundamentan la propuesta independentista, ni en la cuestionable verosimilitud de la Ítaca prometida. Es una ficción para consumo interno de los adeptos. Pero ahí siguen, empecinados en confundir con molinos de viento a los gigantes, al revés que el Quijote. Tampoco pueden echar ahora el freno de mano. Los devorarían los mismos que han creado y aupado. Es la maldición del teorema de Thomas: si la gente considera unas cosas como reales (aunque sean ficciones), éstas devienen reales en sus consecuencias. Sólo que a nadie parecen importarle estas consecuencias; es el precio de la «desconexión».

Los otros, a su vez, siguen obstinadamente negándose a entender que estamos ante un problema que no se puede resolver como creen haberlo resuelto en anteriores ocasiones, y que no vale decir que hasta ahora todo fue muy bien. Tampoco parece que les importe demasiado qué le pueda acabar ocurriendo al niño. Un niño al que dicen querer, sin que ello haya sido nunca óbice como para que no hayan alentado contra él las más bajas y groseras pasiones. No saben, o parecen no saber, que se les está impeliendo a cometer el tenísticamente fatal error forzado, que a lo mejor no decide el partido, pero sí el primer set. Un error forzado que abriría un panorama de incertidumbre en el cual sí cabría, como posibilidad, la que llevan acariciando desde hace tiempo los estrategas del independentismo: que el referéndum acabara organizándolo la ONU, con los cascos azules vigilando los colegios electorales. Remota posibilidad, sí, pero la única que tiene el independentismo de ganarlo. Y para ello no dudarán en forzar la situación hasta más allá del límite, tensando la cuerda hasta que se rompa.
Y hay algo todavía peor, para mayor desesperanza: aquí todo el mundo se arroga desvergonzadamente a la vez el papel de juez y parte. Único juez y única parte. Pero, ¿Alguien piensa en el niño? ¿Alguien piensa en Cataluña? ¿Y dónde está Salomón?

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