dissabte, 8 de novembre del 2014

SEBASTIAN CASTELLIO O EL PRECIO DE LA DIGNIDAD



A medida que la realidad se deteriora cada día más y el despropósito ocupa las últimas posiciones de un sentido común en desbandada, mientras estos híbridos entre testigos de Jehová y la Guardia Civil que son las «parejas esteladas» irrumpen impunemente de puerta en puerta en el meticuloso cumplimiento de su función de elaborar la nómina de ciudadanos adictos y desadictos al régimen, y que ante ello nadie alce contundentemente la voz denunciando tales prácticas, a la vista de todo esto, decía, uno empieza a comprender cómo Savonarola pudo hacerse con Florencia, o Calvino con Ginebra.

A Savonarola lo detuvo el Papa. Un Papa corrupto, sí, pero como el inolvidable Charles Laugthon decía interpretando al senador Graco en Espartaco, prefiero una república corrupta que mantenga las libertades a una dictadura incorrupta que las destruya. Y a Calvino lo detuvo Castellio, al menos intelectualmente. Castellio murió antes que Calvino pudiera mandarle a la hoguera. Hasta en esto le venció. Gracias a él, y al valor y dignidad que supo demostrar, hoy sabemos quién fue Calvino: un resentido fanático, despótico, cruel y despiadado. Calvino le venció en vida, pero Castellio ganó el juicio de la historia, el de la dignidad y la libertad humanas.

Mucho me temo que en Cataluña disponemos de unos cuantos calvinos, pero no tenemos a ningún Castellio. O están escondidos. Y tampoco los torquemadas de allende el Ebro ayudan en absoluto. No se les diseñó para tales funciones. Porque parece que la cosa, al final, consiste sólo en calvinos contra torquemadas, cada uno en su papel, perfectamente intercambiable, y siempre ejerciendo un férreo control social, que es de lo que se trata.

Hay dos escenas de la película Cabaret que no puedo resistirme a describir. Mientras los protagonistas están paseando en coche con chófer, y ante unos cuantos cadáveres de comunistas asesinados en plena calle por los nazis,  el aristócrata anfitrión le expone su posición al estudiante inglés en Berlín. Los nazis, le dice, nos han servido para deshacernos de los comunistas, pero puede que vaya siendo la hora de detenerlos. ¿Y quién los detendrá? le pregunta el estudiante. ¡Alemania! Le responde el sobrado aristócrata.

Unas cuantas secuencias después, en una taberna campestre, unos nazis empiezan a cantar el himno de las juventudes hitlerianas. Uno tras otro, los clientes, de todas las edades y condición, se van levantando con el brazo en alto entonando el Tomorrow belongs to me. Todos, excepto un anciano y los tres protagonistas, que optan por retirarse prudentemente. Ya de vuelta en el coche, el inglés le pregunta al aristócrata ¿Sigues pensando que vais a detenerlos? Sólo obtuvo por respuesta una displicente y despreocupada mueca de indiferencia.

Me pregunto si este diseño del Think Tank independentista que es la émula local de Marine Lepen –bracea y boquea igual que ella- sigue teledirigida o si está empezando a andar por cuenta propia. Jugar al aprendiz de brujo es muy peligroso si no eres brujo, sólo aprendiz. Sea como fuere, hoy todos deberíamos ser Castellio, o al menos, si no damos su talla, sentirnos a su lado.
Sirva este post como homenaje a Sebastian Castellio, a él y a tantos otros que, arrostrando con las consecuencias, decidieron optar por la dignidad y la libertad. No deberíamos olvidar que siempre que muere la libertad, es invocando su nombre y entre aplausos enfervorizados. No deberíamos olvidarlo. Mañana, yo no votaré, por Castellio.

3 comentaris:

  1. "Prefiero una república corrupta que mantenga las libertades a una dictadura incorrupta que las destruya". Buena cita para los tiempos en que Podemos lleva camino de hacerse con el poder

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  2. Xavier, No sabía nada del tal Castellio, me apunto el libro de Zweig, que tiene muy buena pinta. Gracias

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