Lo leí ayer en la Garita de Guachimán, a quien también se lo había enviado traducido Ricardo Moreno. Un artículo de rabiosa actualidad que trata de la hipócrita polémica sobre las grammar schools en Gran Bretaña. Como muchos ya sabrán, las grammar schools son algo así como institutos de élite académica públicos, a diferencia del resto -más del 95%- que son las comprehensive schools -escuelas comprensivas-, donde se entretiene a la prole del pueblo llano con bazofia educativa y experimentos pedagógicos de toda índole. Las grammar schools son la única posibilidad que tienen los hijos de las clases medias y bajas de poder competir con los exclusivistas centros privados al estilo Etton, y poder acceder a universidades de prestigio -porque también hay universidades basura en Gran Bretaña.
Pues bien, a los progres millonarios de la farándula brittish, como a Emma Thomson, no les gustan las gramar schools porque piensan que discriminan. Lo curioso es que esta discriminación solo la ven en la escuela pública, porque ella misma llevó a su hijo a un centro privado de élite por el cual pagó sus buenos dineros. Vaya, que todo como aquí, pero con grammar schools; algo es algo, aquí ni eso.
En fin, les dejo con este excelente artículo, que recomiendo encarecidamente. Para los que prefieran leerlo en inglés original -vale la pena- aquí tienen el link:
Qué hipócrita por parte de la élite privilegiada
criticar las grammar schools
Allison Pearson (The Telegraph, 14 September 2016)
Tendrán que perdonarme, pero debo volver
sobre el tema de las grammar schools. ¿Por qué? Porque la absoluta hipocresía
que rodea este tema ya apesta, por eso. Al abrir The Guardian el lunes (lo
sé, lo sé, puede producir alergia) encontré un columnista (educado en la
privada, como tantos socialistas) imaginando a Theresa May intentando
explicar a la “inteligente, escéptica y entrañable actriz Emma Thompson por qué se necesitaban grammar schools”. La
clara imputación era que quienes son inteligentes y entrañables (no como
nuestra primera ministra, claro) deben oponerse a la educación segregadora.
El único problema es que Emma Thompson
enviaba a su hijo a una de las escuelas privadas más exclusivas del norte de
Londres, donde compartía clase con la
hija de una amiga mía. Para que tu hijo pueda asistir a semejante sitio
necesitas entregar más del sueldo medio nacional. Selección por talonario, en
otras palabras. Y sin embargo, si eres lo bastante rico, lo bastante bien
relacionado y lo bastante izquierdista, pareces disfrutar de algún tipo de
extraña excepción a las reglas que quieres imponer a los padres que no pueden
financiar la educación de sus hijos.
Realmente, hay un universo moral paralelo en Gran Bretaña donde una
persona puede sostener apasionadamente que las grammar schools son socialmente
discriminatorias mientras envía a sus propios bebés a Westminster, esa cuna de
tantos de nuestros formadores de opinión progresistas. Es increíble que a
comienzos del siglo XXI el número de columnistas de periódico que fueron a
Westminster, Eton u otras
escuelas privadas sea más numeroso que el de los que fueron a comprehensive
schools. ¿Cómo es posible que el tipo de
escuela que da servicio al 93% de la población esté infra-representada entre
las filas de aquellos que pontifican sobre una educación estatal acerca de la
cual, para ser perfectamente justos, no saben una mierda?
A nadie le
preocupa el periodismo, pero esa misma pésima discrepancia de clase se
encuentra en todas las profesiones, en la política y en todo el firmamento de
las estrellas del entretenimiento. Si miramos a los portavoces de la oposición,
nos encontramos con el cómico espectáculo de un grupo de políticos laboristas
que todavía creen en el sistema comprensivo, igual que el hombre primitivo
creía que la tierra era plana. Personas como Jeremy Corbyn, John McDonnell y Diane Abbott se oponen violentamente a la
revitalización de las grammar schools de la Sra. May, aunque no se atreven a decirlo porque (¿lo adivinan?) ellos
fueron a grammar schools, las cuales les condujeron a donde están hoy. Y no
me entiendan mal. Millonarios como Emma Thompson tienen perfecto derecho a dar
a sus hijos la mejor educación posible. Mis descendientes han asistido también
a escuelas privadas. Llámenme una loca Madre Tigre, pero preferiría que a la
Hija y el Hijo, a diferencia de a su mami, les enseñara matemáticas alguien que
no sea el profesor de educación física.
Expertos
que no saben de qué están hablando (véase arriba) dicen que el resultado de la grammar school se podría conseguir en una comprehensive
si separas a los niños más adelantados. Lo
siento, no se puede. Ethos lo es todo. Simplemente miren la inmundicia lanzada contra Matthew
Tate, ese estupendo
director de Margate que envió
a cincuenta alumnos a casa por vestir el uniforme incorrecto. Por tratar de
crear una atmósfera de autodisciplina y altos estándares, al Sr. Tate se le comparó con la Gestapo, un grupo no conocido principalmente
por su línea dura con respecto a las zapatillas deportivas.
Por eso los profesores están en aprietos todos los días en las comprehensive schools. Y no solo los padres protestones impiden el camino a la
excelencia. Un amigo confesaba que su brillante niño había tenido horribles
notas de ciencias en secundaria que podrían haber obstaculizado su futuro universitario.
Luke había ido a la escuela comprensiva local donde le enseñó química
el mismo zopenco que había enseñado a su hermana mayor al otro lado de la
ciudad. El profesor
en cuestión había sido despedido de la escuela de su hermana por incompetencia,
para ser luego contratado en la escuela de Luke porque los
tipos bien cualificados en ciencias y matemáticas no están precisamente
haciendo cola para trabajar en las mediocres comprehensive.
¿No habría sido mejor si nuestra ciudad tuviera una grammar school donde a Luke y a otros
chicos capaces de familias menos acomodadas pudiera enseñarles ciencia pura y
dura alguien que no fuese un completo imbécil? Por supuesto que sí. Mejor para Luke, mejor para la sociedad en su conjunto, cuyos cuadros directivos
se enriquecerían por una mezcla social más amplia, como acostumbraba a ser
cuando millones de niños afortunados iban a las grammars. Demasiados
chicos dotados como Luke son
condenados a progresar sin hacerse notar en clases perniciosas, en las cuales
entregar tus deberes te convierte en blanco de burlas, y padres descerebrados
insisten en que vestir una falda tan escueta como un mensaje de texto es un
derecho humano básico.
En este punto, algunos expertos muy humanitarios, educados en escuelas
privadas, señalan que las grammar schools hacen descender el estándar en otras
escuelas de su área, y que menos del 3% de los alumnos que van a grammar
schools tienen derecho a comidas escolares gratis. Ambas
cosas son ciertas, pero el efecto en los logros de las non-grammars es en realidad muy pequeño. En
cuanto a poner el foco en los alumnos con derecho a comidas escolares, es poner
el listón demasiado bajo. Sólo alguien educado en Westminster, como Nick Clegg, puede estar tan fuera de onda como
para pensar que los colegas de Oxbridge
pueden ser metidos en el mismo saco que los hijos de desempleados analfabetos.
Nick, dedica una semana intentando enseñar a alguno de ellos, y mira cuánto
tiempo pasa antes de que te digan “¡Que te j…, pijo de m…!”
Nuestro tiempo se emplearía mejor si nos preocupamos por los chicos de
clase media-baja, que están sorprendentemente infra-educados en el presente
sistema y que podrían realmente beneficiarse de una grammar school donde buenos profesores no tengan miedo de enseñar. Por supuesto,
necesitas alguien que haya ido a (o enseñado en) una escuela estatal para que te diga estas crudas verdades.
Tristemente, no hay muchos de nosotros en posición de denunciarlo. Ya saben,
todos los trabajos importantes han ido a parar a personas educadas en la privada.
Gracias a Dios, nuestra nueva primera ministra ha visto a través de la
asquerosa hipocresía y se ha presentado con un camino hacia adelante. ¡Es la grammar school, estúpido!
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