Decíamos a raíz de la crítica «epistocrática» que, aunque a distintos
niveles –no es lo mismo un «hobbit» que un «hooligan», después de todo- el
problema es que el ciudadano medio vota y «decide» sobre cuestiones cuya
comprensión se le escapa y sobre las cuales no está capacitado para decidir. La
gente se puede equivocar al votar y ello se debe, en definitiva, a la falta de
formación sobre aquello que decide cuando vota. Una falta de formación que puede
provenir del desinterés, de la desinformación, de información falaz o
distorsionada, ya sea por intoxicación, por manipulación o por pura
ramplonería. En definitiva, que se equivoca… al menos cuando vota por el Brexit
o por Trump, o por el FN en Francia, en fin. Y equivocarse significa que uno se
está pronunciando contra lo que le conviene –o acaso contra «lo que conviene»-
por incapacidad de discernimiento sobre aquello que decide. Volvemos, parece, a
la moral socrática de manual de la que hablábamos en la anterior entrega: si
alguien obra mal o yerra es porque desconoce el bien, por ignorancia...
(El artículo completo, en Catalunyavanguardista, aquí)
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