dilluns, 16 de març del 2015

AUNQUE PAREZCA MENTIRA...



Hay una realidad que se acostumbra a pasar por alto cuando se aborda la cuestión de la disciplina en las aulas y su incidencia en el sistema educativo, o mejor, cuando no se aborda porque, siendo como es una palabra prohibida, en su lugar se utiliza el eufemismo “convivencia”, un concepto más amplio y del cual “disciplina” sería, en todo caso, una extensión con dominio propio que, al ser obviada por proscrita, diluye cualquier posible aproximación seria al tema. Y esta realidad no es otra que la siguiente: el modelo educativo vigente pasa necesariamente por la deslegitimación del docente, sin otra finalidad que privarle de la autoridad institucional que debería facultarle para el ejercicio de las funciones que, a su vez, tenía institucionalmente encomendadas.

Se mire como se mire, y por más que les duela a ciertas almas ingenuas, el ejercicio de cualquier función pasa por dos aspectos insoslayables: la acreditación y reconocimiento de la capacidad para ejercerla, y la investidura de una cierta autoridad institucional que faculte para su ejercicio. Y eso es así se trate de un operario de mantenimiento del alcantarillado, de un vigilante de parking, de un guardia municipal, de un revisor de RENFE, de un docente, de un médico, de un ingeniero, de un inspector de hacienda o de un general de división. Y la autoridad pasa por el uniforme, visible o invisible, físico o metafísico, pero uniforme al fin y al cabo, en tanto que investido con unas ciertas atribuciones para la realización de las funciones encomendadas. Y sin uniforme, no hay autoridad que valga.

Sí, cierto, está aquello de la autoridad carismática y la burocrática de Weber, pero se trata de tipos ideales que, si bien nos ayudan a entender determinados aspectos de la realidad, nos alejan igualmente de ella a poco que nos lo tomemos al pie de la letra.

El modelo educativo vigente ha privado a los profesores de su autoridad amparándose en dos presupuestos igualmente falaces. El primero sería un condicionante social, según el cual, grosso modo, las exigencias de una sociedad democrática han de desterrar del sistema educativo cualquier forma de autoritarismo –falazmente identificado con autoridad- en la relación establecida entre docente y discente, ahora asimilados a educador/educando. El segundo sería un condicionante de naturaleza pedagógica, y fundamentado en la idea según la cual el docente ha dejado de ser un transmisor de conocimientos; el conocimiento en sí es a su vez algo prescindible y devaluado, a la misma altura que el agente que los transmitía.

De todo esto surge un modelo insostenible para cualquier sistema educativo digno de tal nombre, y que como modelo en abstracto, se aplique al ámbito que se aplique, sería igualmente insostenible. Verbigracia, imaginemos…

-      Que los médicos tuvieran que consensuar el diagnóstico y la terapia con el propio paciente y con sus familiares y representantes del resto de la comunidad «sanitaria».

 

-      Que las autoridades del ministerio de sanidad y sus consejeros áulicos fueran conspicuos miembros de sectas curanderistas, de asociaciones por la santería, de la medicina «emocional» o de ese nuevo engaño que se llama «biomedicina» -tendrían que estar en la cárcel-, cuyo denominador común fuera, desde el propio discurso del ministerio, criticar la teoría y la praxis de la medicina clínica, obligando a los médicos a aplicar sus nuevos métodos y a recetar sus diademas taumatúrgicos, a la vez que los denostan por la muerte injustificada de los pacientes.

 

-      Que las multas de tráfico requirieran del mutuo acuerdo entre sancionador y sancionado, valiendo más la palabra del presunto infractor que la del agente de la autoridad que le ha multado por saltarse un semáforo en rojo. Y sosteniendo el ciudadano acusado que no es cierto, que estaba en verde y que el policía le tiene manía, viene entonces el superior del policía, desautoriza al número, hace añicos el papel de la multa y le pide disculpas al «humillado» ciudadano, a la vez que sanciona al agente por extralimitarse en sus funciones.

 

-      Que desde la DGT se insistiera, una y otra vez, en que el código de circulación es obsoleto y arbitrario, a la vez que hay que incentivar la creatividad y la espontaneidad de los conductores, que no han de actuar intimidados por la amenaza de multa o retirada de carnet, sino de acuerdo a su propia concepción del autoaprendizaje en la conducción, de forma creativa, innovadora, espontánea y emocional. Y que los ciegos también pueden conducir.

 

-      Que los inspectores de hacienda tuvieran que consensuar con los contribuyentes las cantidades a pagar de acuerdo con su disponibilidad emocional, y que desde la propia Administración se proclamara el carácter arbitrario de la recaudación y de las subsiguientes sanciones, que pueden provocar ulteriores depresiones en el contribuyente, con el fatal resultado de eventuales trastornos psíquicos irreversibles, que hay que evitar a toda costa, a la vez que se critica a los inspectores de hacienda por la falta de ingresos en el tesoro público.

 

-      Que en los barcos, el oficial de máquinas pasara al puente y el capitán a la sala de máquinas, el cocinero a radio, el radio a cocinero, el servicio de limpieza a marinería, la marinería al servicio de limpieza, y que los pasajeros decidan en asamblea el parte meteorológico del día siguiente. Porque como, total, la información está al alcance nuestro en internet… Y que el cuerpo de prácticos quede suprimido para facilitar la libre entrada en cualquier puerto. Y, last but not least, que en atención a la diversidad multicultural de nuestra sociedad, y para evitar los agravios que para ciertas culturas pueda significar la contaminación lumínica de los faros, éstos queden suprimidos, porque como ya tenemos el GPS, para qué diantres los necesitamos. Y si el cocinero del barco tiene GPS en su coche ¿qué diferencia hay en que lleve también un superpetrolero? ¿No lo hace todo el GPS?

 

Pues aunque les parezca mentira, todo eso es lo que está ocurriendo aplicado al mundo de la enseñanza. Y más ejemplos que les podría dar.


2 comentaris:

  1. Difícil decirlo más claro, Xavier

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  2. Un retrato más que realista de la situación. Lo peor de todo es que esa falta de autoridad institucional implica algo más profundo: la negación de la autoridad intelectual. Y así nos va.

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