dissabte, 26 de novembre del 2016

Fidel Castro y la absolución de la historia





«La historia me absolverá» es la única obra que he leído  de Fidel Castro, allá por los viejos tiempos de Marta Harnecker y sus conceptos elementales del materialismo histórico, obra, ésta, que me abstendré de valorar. La que me importa es el relato a posteriori de su autodefensa ante el consejo de guerra por el asalto al Fuerte Moncada, un fracaso estrepitoso que, entre voluntarista, ingenuo y propagandístico, perpetraron un grupo de cubanos ilustrados contra una hedionda dictadura que había substituido el colonialismo español por el neocolonialismo yankee. Más claro, agua: un país que había cambiado de dueño, y no muy para bien. Porque si el anterior era estúpido, arrogante y lejano, el nuevo resultó más próximo, mucho más poderoso, y con una arrogancia, materialmente acreditada, mucho más sutil que la de los estultos desalojados.

Fue condenado y cumplió algo de condena en la cárcel. No recuerdo ahora ni cuánto tiempo ni si se evadió o se le conmutó la pena o la cumplió íntegra; es lo de menos. El caso es que fue a parar a México, y allí, con unos cuantos arreplegats –que decimos en catalán-, se empezaron a entrenar militarmente en el patio de la residencia de un coronel republicano español exiliado, Eliseo Bayo. Un espacio de no más de cien metros cuadrados; háganse una idea de la instrucción militar que se autoaplicaron, eso sí, a salvo de los consejos estratégicos de Bayo que, de haber seguido, hoy nadie sabría que Fidel Castro acaba de morir.

Fletaron una bañera, el Granma, que llevó a los intrépidos revolucionarios a un centímetro del naufragio por razones descritas dos milenios antes por un tal Arquímedes. A un par de centímetros de la línea real de flotación. Aun así, arribaron a la isla, casi sin armas. Las que consiguieron con merecimiento de tal nombre fue gracias a las heroicas retiradas de los mercenarios del régimen batistiano, que iban dejando prendas, camino de las oficinas donde cobraban la soldada, porque no estaban dispuestos a que, de quedarse aguantando el tipo, su pagador se la ahorrara. Y surgieron las famosas cuatro «columnas» y sus cuatro comandantes: Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, “Ché” Guevara y Raúl Castro, el hermanísimo hoy presidente. Por cierto, en relación a este último, ni siquiera citado en la canción.

Sólo algunas veces las imágenes valen más que mil palabras. Que recuerde ahora mismo, dos; una es la película «Cabaret» en una magistral descripción del ascenso y auge del nazismo, en la taberna campestre, con todos los sectores sociales «cerveceando» y babeando ante el Tomorrow belongs to me. La otra es «El Padrino II». Corleone va a Cuba a cerrar un trato con quien sabe que le quiere «traspasar». Todo muy bonito, augurios certeros de contratos muchimillonarios a base de casinos, prostíbulos y consumos para familias puritanas -hasta incluso «montserratinas» (“Sí, dicen que la lado había un lupanar, pero nunca lo vimos ni (por si hiciera falta constatarlo) nos acercamos"-. Negocio seguro, así de claro. Es entonces cuando Michele Corleone le pregunta al patriarca cómo ve realmente la situación en Cuba, más allá de las albricias prometidas en la reunión del día antes con el «presidente» “baptista” y teléfono (viejo) de oro macizo que le había regalado el representante de ITT en una escena que no creo que sea cinematográficamente superable.

Le cuenta Corleone que por la mañana, yendo en taxi, había asistido a una escena que le suscitó ciertas dudas. Un revolucionario había burlado el cordón policial y se había inmolado con una granada casera en el coche de un potentado. “Los nuestros cobran por su trabajo”, le dice Corleone, los otros lo hacen por… Si esto es así, ganarán, porque quien no está dispuesto a morir por su «causa», pierde. Los demás simulan una risa condescendiente. Al día siguiente, noche de San Silvestre, los «barbudos» entraban en la Habana.

¿Todavía hay quién se pueda preguntar por qué triunfó la revolución y por qué luego degeneró? Si los patronos americanos hubieran destinado sólo una décima parte de lo que dedicaron a combatir al régimen cubano… pero eso era, no imposible, sino impensable desde la mentalidad oficial y fáctica yankee.

Aun escrita a posteriori, en la edición que yo leí de «la historia me absolverá», es imposible detectar al luego converso al marxismo-leninismo Fidel Castro. Era simplemente una segunda versión de José Martí. Cualquiera que lea, en cualquiera de sus múltiples versiones, “la historia me absolverá”, no creo que, ni aun siendo el maricón perseguidor de maricones Edgar Hoover, pudiera detectar el menor asomo de marxismo-leninismo en sus alegatos, sino, simplemente, una inteligentzia ilustrada cubana.  Alguien que defendía a su pueblo ¿Quién creó al comunista?

Porque hay cosas que no se dicen ¿Pero quién hinchó globos con la imagen del Mickey Mouse y el Pato Donald con gas venenoso, para que los niños cubanos reventaran, o le metió la triquinosis a un cargamento de toneladas carne de cerdo que, gracias a un soplo del KGB, se detectó y obligó a quemarlo oliendo toda La Habana a barbacoa durante dos semanas mientras la gente pasaba hambre? Esas cosas no se cuentan. 

A veces, uno se vuelve radical. “Roma città apperta”. Un grupo de desarrapados partisanos ve como toda una brigada teutona “avanza” en retirada. Aun derrotados, al grupillo de partisanos los pueden cocer sin inmutarse. A uno se le ocurre: “poned banderas rojas, es lo único a lo que le tienen miedo”: y los nibelungos se rinden. Por algo será que les da miedo. Y Fidel lo entendió. La izquierda de hoy, no.

Acabo con una estrofilla que cantábamos en nuestro tiempo, con guitarra y cosas de esas. Y con una intimidad. Mira Fidel, estoy seguro que a mí me hubieras metido, tarde o temprano, en un campo de regeneración, pero aun así, pienso, Comandante, que sí, que la historia te absolverá. Yo ya te absolví.

Y esta es la estrofilla que, si tanto les fastidia a algunos, también por algo será:

 “Nos mataron a Guevara,
nos mataron a Cienfuegos,
a Fidel no hay quien lo mate,
porque para eso no hay huevos”

Porque Fidel, simplemente, murió.

¡Hasta siempre, Comandante!

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