dilluns, 16 de juny del 2014

EL PSC Y LA IMPOSTURA DEL FINGIMIENTO



No se puede ser de izquierdas y nacionalista. Quien diga ser ambas cosas, o no dice lo que sabe, o no sabe lo que dice. Sin más. En el primer caso, se trataría de un fingimiento intencionado y consciente, de una impostura calculada; en el segundo, simplemente de ignorancia. Acaso, en consideración a los confusos tiempos que vivimos, pueda incorporarse una tercera posibilidad, derivada de la segunda, la del que le gustaría ser de izquierdas y nacionalista, y decide serlo en un acto de autoafirmación. Pero la realidad acaba imponiéndose, como en Life of Brian, cuando el travestido, tras conseguir por fin que sus compañeros le llamen Loretta en lugar de Manolo y que le reconozcan como mujer, rompe a llorar porque quiere poder quedarse embarazada/o y la «cruel» naturaleza no se lo permite.

Tal vez la cosa pueda funcionar a veces, en situaciones dominadas por el fingimiento como categoría constitutiva y constituyente. Hasta el partido familiar de Jordi Pujol, CDC, reivindicaba en sus tiempos para sí aquello del socialismo a la sueca. ¿Alguien lo recuerda? Aunque más bien diría que era una forma desvergonzada de hacerse el sueco ideológico, lo cierto es que aquí nos encontraríamos con el primer supuesto. Es decir, el que no dice lo que sabe. En el caso del PSC, en cambio, más bien creo que nos hallamos ante lo segundo: el que no sabe lo que dice. Enanos infiltrados aparte, comme il faut!

El PSC se encontró, prácticamente nada más fundarse,  con un patrimonio que le vino como caído del cielo. Igual que el heredero criado entre finos pañales cuya fortuna, ni se había trabajado, ni estaba preparado para gestionar. Fue el resultado de la unión de distintos grupúsculos de amiguetes, también con ribetes familiares de por medio, sin la menor incidencia social y marcados por lo que se ha llamado la impronta del «fulanismo». Libreros más o menos «progres», ex universitarios de ex extrema izquierda sesentayochista de buena familia, y hasta alguna vieja gloria boxística procedente del POUM de la guerra civil. A esto se le añadió una minoritaria sección catalana del PSOE, sin apenas estructura, y el resultado fue el PSC. Se lo dijo Felipe González en vísperas de las primeras elecciones, vosotros ponéis los cuadros y yo pongo lo votos.

Se me tachará de determinista, y tal vez con razón, pero creo que hubo tres factores que marcaron al PSC desde sus comienzos y lo conformaron en esta inanidad que ha sido su característica constitutiva desde entonces. Primero, las propias circunstancias de su fundación, marcadas por una fraseología de izquierda low cost obsesionada por arrebatarle la hegemonía y los militantes al PSUC. Segundo, el propio colapso del PSUC, que dejó al PSC como titular único de la izquierda real catalana. Tercero, su derrota ante Pujol en las primeras elecciones autonómicas.

El resto lo hizo el inevitable acomodo a una situación en la cual el propio PSC era el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, pero negando ser lo uno o lo otro. Desde esta perspectiva, su abducción por el nacionalismo rampante era sólo cuestión de tiempo. Alguien había diseñado un pesebre catalán en el que tenía que haber una izquierda como la que acabó siendo el PSC de los tripartitos. El tonto útil. En esto es en lo que consistió el oasis catalán, en un charco de mediocridad, corrupción y fingimiento.

Hace muchos años, unos meses después de que el dictador hubiera cascado felizmente, los grupúsculos que más tarde constituyeron el PSC merodeaban por la Assemblea de Catalunya, junto al partido familiar de Jordi Pujol y algunos independentistas ex seminaristas que postulaban el marxismo-leninismo para los Països Catalans… una profusión de siglas que, eso sí, estaba a su pesar bajo la égida del PSUC, que era quien, con el inefable Guti a la cabeza, controlaba la Assemblea.

Hacia junio o julio del 76, si no recuerdo mal, se presentó en la Assemblea de Catalunya una moción para que ésta se declarara a favor de un Estatuto de Autonomía para el País Valencià. Todos los partidos y entidades votaron entusiásticamente a favor, excepto el PSUC, que lo hizo en contra. Fue su derrota más sonada en la Assemblea de Catalunya, y tal vez el principio del fin. Desde la extrema izquierda hasta la derecha «socialismo a la sueca» pujoliana –por entonces irrelevante, pero agazapada a la espera de su oportunidad-, todos se cebaron con el PSUC, arreciando las críticas por su «psucursalismo» -respecto del PCE-, «descubriendo» que era (euro) comunista y que, en cuanto a tal, no era un partido de dependencia estrictamente catalana, ergo, no de fiar, etc… Un larguísimo etc. en el cual se puede rastrear el discurso hoy hegemónico del nacionalismo y sus correas de transmisión y medios subvencionados afines.

La cosa creó también problemas internos en el partido, hasta el punto que, supongo que algo alarmados por el alboroto en el gallinero, la dirección decidió enviar comisarios a las secciones de los distintos territorios –todavía en clandestinidad… más o menos tolerada- para explicar la posición del partido en este contencioso.

A mí me tocó asistir a la charla admonitoria que impartió el «camarada Roura» -este era su nombre de guerra- ante unos cuarenta o cincuenta militantes. Un tipo con una pinta de haber pillado el último barco que salió de Alicante en el 39 que no podía con ella. Eso fue lo que dijo, más o menos:

Que no le correspondía a Cataluña decidir si los valencianos debían o no tener un estatuto de autonomía. Que el partido lo que postulaba desde el punto de vista de la organización territorial del Estado era la situación anterior a la guerra civil: un estatuto de autonomía para Cataluña, otro para al País Vasco y, acaso, para Galicia. Que lo que se estaba propiciando con la profusión de estatutos de autonomía para cualquier territorio iba a desvirtuar la propia singularidad de los que se estaban reivindicando para conseguir un equilibrio político en España. Que esto era una irresponsabilidad política que podríamos todos pagar muy cara, porque esto sólo llevaría a un café para todos en el cual la derecha haría su agosto, y que por ello era precisamente la derecha, disfrazada de nacionalismo catalán o no, y sus aliados objetivos, la extrema izquierda –en la mejor tradición estalinista- quienes estaban propiciando un descontrol que era completamente ajeno y contrario a los intereses de la clase obrera. Que tantos estatutos de autonomía iban a ser un cachondeo y que por eso el partido se había manifestado en contra.
La verdad, no le faltaba razón al pobre hombre. Lo que vino luego, ya lo sabemos. Por mi parte, sólo quería resaltar con este recuerdo personal que lo que fue luego el PSC y, muy particularmente, sus hoy más destacados miembros soberanistas, estaban ya desde un primer momento psíquicamente en manos del nacionalismo. Así les fue. A lo mejor sólo es una mera anécdota, pero a mí me parece que trasciende a la categoría de ejemplo. De ejemplo, como decíamos al principio, de no saber lo que se está diciendo, en unos casos, y de no decir lo que se sabe, en otros. Eso sí, la tercera opción, la de Life of Brian, para los tontos útiles… mientras sean necesarios.

2 comentaris:

  1. Admetre que no es pot ser d'esquerres i nacionaliusta, potser és cert,. Tèoricament jo no ho discutiré pas, però la conclussió que cal extreurem llavors és que a Europa no hi ha esquerra des fa exactament cent anys

    ResponElimina
  2. Em remeto al que ja he dit. Hi ha qui no diu el que sap, o el que és, i qui no sap el que es diu. Quant als cent anys sense esquerra, hi ha organitzacions sense idees i idees sense organitzacions. Serà una discusió teòrica, però és que sense teoría no hi ha construccióde la realitat. I encara que ningú ho sabés, dos més dos seguirien sent quatre... quan algú tornés a aprendre a comptar. De fet ja els ho va dir Einstein durant la seva estada a Barcelona: nacionalistes i d'esquerres? DASPASST NICHT ZÜSAMMEN!
    Salutacions!

    ResponElimina