Fueron unas excelentes jornadas sobre educación las que este pasado fin de semana organizó APS-Navarra en Pamplona, y en las que tuve el privilegio de participar. Vaya por delante mi felicitación y mi agradecimiento.
Pero de lo que voy a hablar aquí es del que acaso fuera el único incidente resaltable, en ningún caso atribuible a los organizadores, sino a la grosería de uno de los participantes en la mesa redonda que tuvo lugar el sábado, y que desde luego, no era de esperar en todo un reputado pedagogo y catedrático de universidad del cual diremos solamente que se llamaba como el más pequeño de los hijos de Jacob.
El ilustre profesor universitario no se sintió bien, al parecer, una vez constató que entre el público no iba a contar con demasiados adeptos. Porque sin duda no se trataba de que la gente se comportara correctamente -como así fue-, sino de adhesiones incondicionales a la verdad pedagógica absoluta que él representaba. Una verdad sólo al alcance de iniciados y para cuya revelación parece ser imprescindible el anacoluto. Cierto, su visible mal humor no ayudó a que se le entendiera mejor. Con un lenguaje críptico amparado en el sinsentido y sin prestar la menor atención a lo que el resto de participantes en la mesa redonda, todos ellos gente de solvencia intelectual sobrada, podían argumentar.
Tampoco le gustó el título de la mesa redonda: La Pedagogía ¿Freno o impulso? Ni que alguien pueda plantearse razonablemente esta pregunta. No, lo único que pudimos extraer como botín intelectual de sus confusas palabras fue que se abrió una nueva era pedagógica con Freire y, eso también, que hay pedagogía de la escuela, de la calle, de género... Y nada más. ¡Ah! sí, otra cosa, que ellos no tienen la culpa de nada.
En conclusión, grosero, ramplón, intolerante, fanático e ignaro. No está mal para un catedrático de universidad.
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