dissabte, 25 de setembre del 2021

El Gigabotellón de Barcelona: ¿Por qué "vándalos" y no más bien "cafres"?




Con motivo de los 40.000 del «gigabotellón» de ayer en Barcelona, con ingentes daños materiales y humanos todavía por detallar, la burgomaestra Colau, ese referente intelectual y moral de la sedicente izquierda, ha manifestado indignada que es algo mucho peor que incivismo: es vandalismo. Nada que objetar...

...Pero lo que me preocupa es por qué ha calificado de «vándalos» a esta caterva de descerebrados, en lugar de, o también, no sé… cafres, salvajes o «épsilon» -esto último en el supuesto que haya leído a Aldous Huxley-. Y mucho me temo que, pese al aparente arrebato transitorio –mañana los volverá a jalear-, se ha mantenido en su línea de lo políticamente correcto. Y esto supone una ofensa y una discriminación en toda regla al noble y extinto pueblo de los vándalos.

Si de la caterva botellonera alguien dice que son unos cafres, rápidamente se le tachará de fascista, racista y etnocéntrico. Los cafres eran un subgrupo de los bantúes que habitaba en el sur de África, en la «Cafrería» -regiones del Cabo y Natal-. Cierto que durante un tiempo no gozaron de muy buena fama en lo tocante a sus modales y costumbres, pero como hoy en día sabemos, eso fue cosa del imperialismo occidental para desacreditarlos… aunque el nombre se lo pusieron los árabes –que los capturaban para convertirlos en esclavos- y al parecer ya tenía las mismas connotaciones peyorativas que antes de occidentalizarse.

¿Y «salvajes»? Peor aún. Otro término eurocéntrico que ignora la realidad cegado por su arrogancia. No hay «salvajes», como ya demostró fehacientemente Lévi-Strauss. De modo que si para definir a la patulea de botelloneros que saquearon ayer la ciudad, me refiero a ellos como «cafres», estaré ofendiendo a los auténticos cafres. Y si digo que son unos «salvajes», entonces los ofendidos en su identidad serán todos los falsamente llamados salvajes que en el mundo son y han sido. Y si no ellos, no faltarán celosos censores que se arrogarán su representación ofendiéndose por ellos. Y si no digo otros palabros hasta hace poco muy en uso y perfectamente inteligibles –también apellidos-, es para evitar ruidos con el (Nuevo) Santo Oficio. Que las paredes oyen, y los muros (de las redes) también...

Vándalos, en cambio, no presenta problemas de ningún tipo para alguien como Ada Colau. Para empezar, nadie se acuerda de ellos, ni siquiera se obligó a memorizar los nombres de sus reyes. Y si ya nadie sabe quiénes fueron los godos ¿cómo iba a saber alguien algo de los vándalos?
Veamos, en defensa de la dignidad «vándala» hay que decir que fueron un pueblo germánico de los que arrambló con el Imperio romano: primos hermanos, pues, pues, de los godos, los francos, los burgundios, los hérulos, los alanos, los longobardos, los alamanes o los suevos. Cierto que no eran hermanitas de la caridad, y que no era muy aconsejable cruzarse en su camino. Pero lo mismo podríamos decir del resto de la parentela germánica, sin excepciones. No arrasaron más ciudades, ni violaron, ni mataron más los vándalos que cualquier otra tribu germánica. ¿A qué viene tan mala fama? ¿Por qué «vándalo» tiene connotaciones tan peyorativas en tantas lenguas? ¿Y por qué no sale ninguna oenegé o grupo de presión en su defensa?

Veamos. Los vándalos, y las vándalas, estuvieron haciendo de las suyas en Hispania durante el primer tercio del siglo V, a la que llegaron después de saquear la Galia Narborense, mientras los godos se dedicaban a devastar la península itálica. Los godos se integraron en el Imperio romano, como pueblo federado, y fundaron un efímero reino con capital en Tolosa, que abarcó nominalmente desde el Loira hasta el Ebro. Los vándalos estarían, en buena lógica, al sur del Ebro. Hay quien dice que el nombre de Andalucía proviene de Vandalusía, la tierra de los vándalos, donde acaso se instalarían en competencia con los suevos –Galicia, Portugal y Extremadura- y los alanos -por la meseta-. Todo más o menos…

No parece que una vez instalados, los vándalos fueran peores que sus pares germánicos; hasta puede que mejores: aprendieron artes náuticas, una actividad para la cual el resto de germanos –francos o godos- eran auténticos negados. Pero tuvieron un problema. El reino visigodo de Tolosa se fue encogiendo en la Galia ante la presión de unos recién llegados, los francos. Del Loira al Garona, y del Garona hasta los Pirineos –con la excepción de la franja de la Septimania, que siguió siendo visigoda-. Así que si los francos les estaban dando las del pulpo a los visigodos, éstos decidieron dárselas a su vez a los vándalos, alanos y suevos en Hispania.
Entraron con la excusa de recuperar la Hispania de allende el Ebro para Roma, y allí se quedaron estableciendo su nueva capital en Toledo –antes habían sido brevemente Tolosa y Barcelona-. Los vándalos, inferiores a los visigodos, tuvieron que largarse. Dirigidos por su rey Genserico, se calcula que unos 80.000 vándalos cruzaron el Estrecho de Gibraltar el año 429. Se dirigieron hacia la rica Cartago, la tomaron y fundaron un reino en el norte de África que duró más de un siglo. Durante este periodo construyeron varias flotas, tomaron Sicilia y saquearon Roma. En el año 534 fueron derrotados y liquidados por los bizantinos del conde Belisario. Lo dicho, no fueron hermanitas de la caridad, pero nadie lo era, ni siquiera los cafres…

Así que queda muy feo comparar a un pueblo histórico y hoy olvidado como los vándalos, con los indeseables que ayer saquearon Barcelona. Además, hasta puede que más de uno, incluso la propia Colau o cualquiera de los botelloneros, lleven algo de sangre vándala en sus venas. De modo que si no se les puede llamar cafres, ni salvajes ni «épsilon»… tampoco vándalos. No ofendamos a pueblos que no pueden defenderse porque se fueron de la historia, ni aunque todo indique que están regresando.

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