Ahora resulta que la famosa
declaración de independencia no era tal porque en el propio texto se establecía
que tal disposición no tenía efectos jurídicos. Es decir, que se trató de un
simulacro que, por otro lado y dicho sea de paso, ayuda a entender los
avinagrados semblantes que exhibían los protagonistas de la proclamación en la
desangelada celebración que le siguió. Pero entonces cabe preguntarse si, ya
que no hubo declaración de independencia, acaso tampoco haya habido aplicación
del artículo 155, o si ésta ha sido tan testimonial y carente de efectos como la independencia que pretendía evitar.
Porque si al final va a
resultar que a unos les ponía esto de la independencia y les hacía «ilu»
declararla solemnemente con todo el boato y parafernalia propias del caso, aunque
no fuera real, sino mero teatrillo, solo para darse el gusto, entonces también
cabe pensar que a los otros el cuerpo les pedía una aplicación del 155
igualmente pomposa, pero no menos vacua. Algo surrealista, sin duda, y más
propio de algún numerito del tan añorado teatro chino de Manolita Chen que de
políticos en ejercicio, pero es lo que hay. No se le pueden pedir peras al olmo; y tampoco deberíamos olvidar que, aun en cualquiera de
sus proteicas manifestaciones, estamos al fin y al cabo en España.
Y es que más allá del ámbito
meramente virtual en el que algunos parecen irremisiblemente atrapados, lo
cierto es que las cosas no hay que valorarlas ni medirlas tanto por sus contenidos
declarativos, como por sus resultados; o sea, por las consecuencias que
acarrean. ¿Y qué ha ocurrido realmente? Pues a ver, no mucho más que si Puigdemont,
en vez de proclamar la república, hubiera
convocado las elecciones anticipadas que, en su lugar, ha convocado Rajoy. Sí,
se han suprimido algunas agencias propagandísticas de la Generalitat y los miembros del govern
y algunos de sus altos cargos de confianza han sido cesados sin el protocolario
agradecimiento por los servicios
prestados ¿pero por lo demás, qué?
Los medios afines y adictos al
nacionalismo siguen bramando como si tal cosa, aunque es verdad que no deja de
percibirse una latente insatisfacción estupefacta por el hecho de poder seguir
haciéndolo, acaso conscientes del quebranto que esto supone
para su propio relato. Tampoco en la Administración de la mayoría de consejerías
de la Generalitat se detectan cambios. Siguen los mismos y con los mismos e
indisimulados carnets de partido de siempre. Eso sí, no hay vértice en las
cúspides, pero eso, más que preocupar al personal, incluso acrecienta sus ambiciones a ocuparlas, y en ello andan ahora mismo. Sé de lo que hablo, no es una mera
figura retórica.
Y cuidado, que lo del
encarcelamiento de algunos y el bufonesco exilio belga de otros, será
políticamente todo lo discutible que se quiera, pero no es cosa del 155, sino
de los tribunales de justicia; en principio, hubiera ocurrido lo mismo de haber
sido Puidmemont el que hubiera convocado elecciones anticipadas. Aunque en este
supuesto la causa judicial no hubiera recaído en la Audiencia Nacional, sino en
el Supremo, y ahora estaría muy probablemente en la calle y como presidente en
funciones de la Generalitat.
Al final, los únicos
que van a experimentar algún tipo de pérdida material en todo este embrollo
formal/virtual serán las cándidas almas a las cuales, por su participación en
la huelga el día 8 de noviembre, convocada por un sindicato virtual cuyas
siglas seguramente ni conocían, se les detraerá el jornal de este día. Más bien pocos, por
otro lado, porque trabajadores, lo que es trabajadores, brillaron más bien por
su ausencia en tan gloriosa jornada.
Y sin duda también perderán
algo, electoralmente en este caso, si es que hay justicia cósmica, Ada Colau y
sus palmeros. De veras que lo siento por los exégetas de la Sra. Colau, siempre
buscando en sus designios algún arcano que avale su presunto genio político… en
vano. Decía Lincoln que se puede engañar a todos por un tiempo, y a algunos todo el tiempo, pero nunca a todos todo el tiempo. Y es que de la basura no hay exégesis posible.
Hace unos años (1991),
Jean Baudrillard (1929-2007) prolamó que la guerra del golfo no tuvo lugar. Hasta escribió un ensayo para
demostrarlo. No sé yo si dicho conflicto sucedió realmente o no, no estuve allí.
Tampoco la información que recibí sobre el transcurso de esta guerra, aunque
parezca refutar sin paliativos que no tuvo lugar, me autoriza a dudar de la
dilección de tan insigne pensador. Pero sí he estado aquí, y aplicando el mismo
cuento, ya que no hubo declaración de independencia, entonces tampoco ha habido
155. Acaso solo simulacros y amagos. Juegos de ilusiones y con las ilusiones (de los demás).
Nada más.
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