Cuenta la tradición que los
dos últimos días de los trece que duró el asedio del Álamo, la orquesta de
Santa Anna estuvo interpretando sin interrupción la canción que lleva por
título «a degüello», en un claro aviso de lo que les esperaba a los texanos que
resistían dentro de la vieja misión, convertida en precaria e improvisada
fortaleza. Como es sabido, no hubo ningún
superviviente entre los defensores –con la excepción de una mujer y una niña-. Fue
una victoria efímera para Santa Anna. Poco después, fue
derrotado y hecho preso por Sam Houston en San Jacinto. A cambio de su
libertad, firmó la independencia de Texas… y lo que hubiera hecho falta.
Van a por Pedro Sánchez y hace
ya mucho tiempo que le están tocando la misma melodía que a los del Álamo; casi
desde que fue elegido Secretario General. No creo que sea un gran político,
opinión que ya he acreditado en alguna ocasión en este blog, pero lo del PSOE,
tal como se ha puesto la cosa, está entre Guatemala y Guatapeor. Y no parece
que la regeneración pueda venir de ninguno de los barones y baronesas que están
afilando los machetes para entrar a degüello. Y atribuirle a él y a su equipo
todos los males, tampoco me parece serio. Hasta González se ha apuntado al
linchamiento. Puede que estemos ante la némesis del PSOE.
Ocurra lo que ocurra, el daño
será irreparable, porque puede escindir definitivamente al partido en dos (o en
tres o en cuatro, a saber). Por un lado, están los llamados barones
territoriales y los burócratas de oficio, cuya práctica política más bien
evocaría a un redivivo falangismo de extracción peronista o priísta; un sector
que entraría de lleno en el peyorativo concepto de «casta», anclado a un poder
territorial con fuerte hedor clientelista y a notorias corruptelas. Por el
otro, la dirección federal actual, que ha tenido que lidiar con la nefasta
herencia recibida de la misma casta y con la emergencia a su izquierda de una
formación que ha adquirido proporciones hasta ahora inéditas -¿Alguien se
imagina al PSOE de Felipe González con 85 diputados y al PCE de Carrillo con 61?-.
Ciertamente, no parece que el
equipo de Pedro Sánchez haya demostrado disponer de la talla política necesaria
para afrontar una situación tan extraordinariamente compleja como la generada
con la crisis, pero tampoco es descabellado pensar que el relativo reflujo de
Podemos tal vez no se hubiera producido de llevar las riendas del PSOE
cualquiera de los apoltronados aparatxiki
que ahora quieren echarle. Y además,
hay otro problema. Supongamos que echan a Sánchez y a los suyos. Bien, ya lo
han echado ¿y luego qué? ¿Abstenerse en la investidura para que haya gobierno
del PP con el apoyo de Ciudadanos? ¿Y las bases? ¿Y el electorado?
Porque el mismo cisma que
sacude a la dirección se da también entre la militancia, igualmente
heterogénea, y entre el electorado. En este sentido, no cabe duda de que mucho
barón autonómico ha conservado su puesto no sólo gracias a su voto cautivo y
clientelar, sino también por otro voto más, digámosle, «ideológico» y con
componentes emocionales. Y por supuesto, con el apoyo del mismo Podemos que
sirvió para auparles al cargo, pero que no lo quieren para Pedro Sánchez.
Curioso.
En definitiva, si el color de
la dirección federal es el mismo que el de las baronías territoriales, el
modelo PSOE puede saltar por los aires, porque sólo con el voto cautivo no
basta. Y si gana Pedro Sánchez y la emprende con los taifas, los barones se van
con su voto cautivo, no sabemos adónde, pero igualmente representaría una nueva
poda de lo más catastrófica en tiempos de carestía. Parece que la cosa ha
llegado a unos niveles de enfrentamiento sin posible punto de retorno. Si gana
Pedro Sánchez, la batalla será con Podemos por la hegemonía de la izquierda,
pero con un sector de electorado que se largará hacia otros pagos más
«centristas». Si ganan Susana Díaz y los suyos, será un regalo para Podemos, a poco que los de Iglesias sepan
aprovecharlo. Por eso, quizás estemos ante la némesis del PSOE.
Santa Anna regresó a
México después de su derrota y cautiverio, ya sin Texas. Fue nuevamente derrotado
en la guerra con los EEUU (1846-48), acreditando una incompetencia y una felonía
que en cualquier otro país le hubiera costado el pelotón de fusilamiento. Pero
siguió gozando de períodos de poder absoluto, siempre amparados en el poder
militar. Para entonces, sí, había mantenido la unidad de México, pero en un
país reducido a la mitad de su extensión original. Sólo le interesaba el poder, aunque fuera en un país jibarizado. Eso sí, siempre entró a
degüello. Algunos deberían tomar nota.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada