dimarts, 1 de març del 2016

A favor de «Contra la nueva educación»



No voy a hablar todavía del libro de Alberto –esto lo dejo para más adelante-. Lo que sí haré por ahora es romper una lanza en su favor en lo que respecta a las reacciones negativas que ha suscitado en los ambientes pedagógicamente correctos; como mínimo, entre los que se han enterado de su publicación. Muy particularmente en relación a algo que, no por esperado, resulta menos significativo: la constante aducción al supuesto alineamiento del autor con un modelo educativo tradicional, conservador, y seguramente reaccionario, por el cual sentiría una nostalgia freudianamente sublimada en su libro «Contra la nueva educación».

La descalificación ad hominem  es una falacia muy manida, y sin duda muy útil si de lo que se trata es de evitar otra polémica que no sea la simple descalificación del adversario. Si, además, el «hecho» en que se sustenta es materialmente falso, entonces a la falacia formal se le añade la falsedad material. Porque eludir el debate incurriendo en la simple descalificación del adversario, es una cosa, sin duda reprochable, pero que encima se fundamente en falsedades manifiestas es, si cabe, todavía peor.

Me explico. Si me niego a debatir sobre la conveniencia o no de implantar una prueba externa al final del bachillerato, con el argumento de que la reválida era franquista, estoy incurriendo en una falacia ad hominem, desautorizando así a mi interlocutor para opinar sobre el tema, no por lo que diga, sino por ser quien es. Ahora bien, si luego resulta que la reválida no sólo no la inventó el franquismo, sino que precisamente la suprimió, y que este tipo de exámenes son una práctica bastante extendida en muchos países avanzados y democráticos, entonces estoy incorporando a la falacia retórica una falsedad material con voluntad inequívocamente tendenciosa.

Y este es precisamente el palo del que van, en mi opinión, la mayoría de críticas negativas con el libro de Alberto. Algo que ya denunció maese Luri en la presentación, con el afortunado término «paleoinnovación». Es decir, que nos están vendiendo como nuevas, propuestas e ideas educativas en realidad muy antiguas. Por qué, entonces, presentarlas como nuevas, podríamos preguntarnos. Muy simple, porque previamente se ha decidido que lo innovador es bueno, y lo tradicional, malo. En definitiva, y prisioneros de su propia falacia, si no vendieran sus propuestas como innovadoras, sus vendedores se verían obligados a descalificarlas por tradicionales. Así, la arbitraria valoración según la cual lo nuevo es bueno y lo viejo es malo, obliga a presentarse como innovador. Pero cuidado, que nadie piense que esto es gratuito. Muy al contrario, la falacia argumentativa (lo nuevo es bueno y lo viejo malo, que le permite a uno presentarse como innovador y desautorizar al adversario por carca) y la falsedad material que se le incorpora al presentar como innovador algo que no lo es,  constituyen en realidad los elementos imprescindibles para la construcción de un discurso necesariamente ventajista, ya que de lo contrario (de admitir que no es novedoso), no sólo se rompe la falacia, sino que también se podrían contrastar los resultados empíricos que tales propuestas obtuvieron en su momento. Y esto es lo que hay que evitar a toda costa, porque entonces sí que se hunde el chiringuito.

En este sentido, y contra lo que algunos han dicho, a mí sí que me parece acertado el título, por más que ni la «nueva» educación sea tan nueva, ni que el «contra» inicial pueda sugerir una reactividad poco «creativa»; algo que, por cierto, nos situaría de lleno en la falacia que denunciábamos. Porque una cosa es un tratado de astronomía, y otra distinta un tratado «contra» la astrología. Y así como estamos a favor de la astronomía, también hay que estar claramente contra la astrología. Pero para demostrar su falsedad, no basta con un tratado de astronomía, porque el hiato entre una ciencia y una superstición, no siempre es tan explícito ni excluyente como a simple vista podría parecer. Al fin y al cabo, el astrólogo también se sirve de la astronomía para sus fines. Como la (vieja) nueva educación dice servirse de la ciencia. Eso sí, en ambos casos, utilizando su nombre en vano. Porque, contra lo que comúnmente suele pensarse, no por hacer una estadística, por más bien hecha que esté, he de estar haciendo necesariamente ciencia. Y esto hay que denunciarlo refutándolo y poniendo de manifiesto las supercherías bajo las cuales se manipula y adultera a la ciencia. Como lo hace «Contra la nueva educación».
Creo, en este sentido, que incluso algunas de las críticas «benévolas» que he podido leer desde posiciones contrarias, adolecen de cierta falta de perspectiva. Porque, dejando de lado los planteamientos maniqueistas más genuinamente pedagocráticos, hay otro tipo de críticas que pretenden hacer especial hincapié en la ausencia de propuestas en positivo. Algo así como si después de haber puesto patas arriba a la astrología, se le reprochara al autor no haber propuesto algún otro arte mántico como alternativa. Y es que el libro de Alberto, a mi entender, no pretender ser un tratado de astronomía, sino contra la astrología. O, en definitiva, un baño de sentido común; lamentablemente, y con tanta frecuencia , el menos común de los sentidos.

6 comentaris:

  1. Gracias, amigo Xavier. Aunque uno empieza a tener las espaldas anchas, el apoyo nunca viene mal. Un abrazo

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  2. Le gustarà:
    La conjura de los ignorantes.
    http://www.pasosperdidos.org/libros/pdf-43.pdf

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  3. Muy bien la metáfora de la astrología/astronomía. Pero en la educación, ¿de qué término real hablamos cuando hablamos de "astronomía"? Agradezco su respuesta aunque haya pasado tiempo ya.

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  4. Simplemente de la ciencia que, desde la Física, se conoce como Astronomía: el movimiento de los astros y las leyes que lo rigen.

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