"Trátalos como se merecen", le ordenaba Hamlet a su criado a
propósito de los actores que habían llegado a Elsinor. "¡No!", corrigió inmediatamente "¡trátalos mejor! todos merecemos que nos traten a latigazos".
Puede que a veces, tratar a
alguien con el respeto al que todo el mundo pensamos que es merecedor, no es que
esté bien o mal, sino que simplemente sea un error. Sobre todo si en los
propios planteamientos originarios de este alguien subyace implícito el fraude
y la falta de respeto. El charlatán, por definición, utiliza argumentos
falaces, pero arraigados en el acervo popular y sabe repartir lisonjas entre
quienes le interesa. Tal vez no haya que combatirle argumentativamente, no se
puede refutar un discurso vacío, sino ridiculizarlo. Puede que sea más efectivo.
Tras superar las más duras
pruebas, el rey Arturo y sus caballeros se encuentran ante el último escollo
antes de alcanzar el objetivo de su sagrada misión: el Santo Grial. Una
pasarela de cuerda y tablas de madera facilita el paso a través de un
desfiladero, bajo la vigilancia de un mago que le formulará al caminante una pregunta. Si la responde correctamente, cruzará el desfiladero; si no, será
tragado por el abismo. Una genial parodia del enigma de la esfinge.
Para alguno, como sir
Lancelot (John Cleese) la pregunta es fácil -¿Cuál es tu color favorito?-,
aunque para otros incluso tal pregunta es difícil, por ejemplo, el memo de Sir
Robin (Eric Idle) responde "¡el rojo!" y, cuando ya le
estaban franqueando el paso, corrige "¡Ah! no, el verd..." y no
puede concluir la frase antes de que se lo trague el abismo. Con algunos se
ceba especialmente el hechicero, como con el «sabiondo» y estrambótico sir
Bedevere (Terry Jones), alter ego de una razón medieval parodiada hasta el
sarcasmo. Finalmente le llega el turno al rey Arturo (Graham Chapman), a quien
se le pregunta: "¿A qué velocidad
media vuelan las golondrinas?" Sin duda la pregunta más difícil de
cuantas hasta entonces había hecho el hechicero... ¿Conseguirá el rey Arturo
salir airoso de tal lance?...
"¿Golondrinas
europeas o africanas?", le replica el
tonto de Arturo. "¿Eh?
Pues no lo sé..." farfulla el hechicero antes de que el abismo se lo
trague inapelablemente.
La escena que acabo de
describir pertenece a la película Monty
Python and de Holy Grail (1974), traducida aquí como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, un genial
desatino que machaca hasta la ridiculización todos y cada uno de los mitos
occidentales tenidos como lugares comunes fundacionales, desde el caballo de
Troya y el mito de la esfinge, hasta el cíclope y el santo Grial, pasando, cómo
no, por la teología y la política medievales... y no tan medievales.
El planteamiento de base es el de una sociedad de garrulos en la que a unos orates se les presupone en posesión de un
conocimiento arcano que les proporciona las claves de interpretación del
mundo. Y por si alguien no se lo acaba de creer, para eso está el brazo
secular.
Magos, hechiceros y teólogos
como fundamento de un orden controlado por feudales y guerreros ignorantes,
salvajes y fanáticos. Personajes atrabiliarios y grotescos, más dignos de chanza que de elogio, el mayor error ante los cuales es tomárselos en serio. Un orden cuya némesis se encuentra en el tramo final de
la película, cuando el propio mago y juez interrogador es autopropulsado a la sima del abismo por no saber la respuesta a la pregunta que formula. Y que culmina en la
extravagante y cutre detención de Arturo y sus caballeros por parte de Scotland Yard.
¿Y a cuento de qué viene
todo esto? Muy simple, pienso que en el mundo de la educación estamos en manos
de pedabobos y pedagócratas tan farsantes como los hechiceros, los teólogos y los caballeros de Monty Python and the Holy Grail. Y que,
igual que ellos, tampoco saben responder a las preguntas y problemas que les
plantean a los otros. Gente que no sólo no es la solución, sino parte del
problema. Y pienso también que quizás la mejor manera de desacreditarlos y
poner de manifiesto la inanidad y hasta lo perjudicial de sus presuntos
saberes, sería recurrir a la parodia. Esto el gran público podría entenderlo.
Me consta de un conocido
grupo teatral que está preparando algo así. A ver, a ver...
Enhorabuena por el magnífico artículo y por la referencia. Para mí, esta película supera la habitualmente mejor valorada "La vida de Brian". Y esta es una de mis escenas favoritas (junto con esa en la que el caballero negro quiere impedir la entrada al rey y este le dice: "Pero imbécil, si ya no tenéis brazos", a lo que el caballero mutilado contesta que es "una herida superficial" mientras le patea el culo). Haces bien en recurrir a los Monthy Python porque la realidad tiene mucha menos gracias. Un abrazo.
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