Está bien el método ese que
sugiere Pep Mayolas para llegar a la conclusión según la cual Erasmo era
catalán e hijo de Colón. "Leer entre
líneas", nos dice, y "no
creer según qué". Bien, por algo hay que empezar. He visto la «obra»
hoy en unas cuantas librerías, ubicada ni más ni menos que en la sección de
«Història de Catalunya», donde la había, o simplemente en la de «Historia». Por
lo tanto, el rigor académico se le supone. Y me ha dado envidia. Sí, lo
reconozco. Así que yo también voy a aportar mi granito de arena a la nueva historia.
Y adoptaré el mismo método.
Lo de "leer entre
líneas" no sé, novato como soy en el «método», si consiste en las anotaciones
a mano que autores y lectores acostumbraban a hacer en sus libros cuando el
papel era escaso y los blocs de notas inexistentes, que es de donde proviene la
expresión, o bien habría que entenderlo en el sentido más moderno, que debió
adoptarse cuando tal actividad dejó de practicarse, ya fuera porque la gente
tuviera la libreta al lado, porque no tomara notas o, más probablemente, porque
no leyera. En este segundo sentido he de entender, si es al que se refiere
nuestro «investigador», que consiste en leer lo que no se dice. Es decir, en
echarle imaginación al asunto. Lo dicen los pedabobos modernos, hay que tener
creatividad.
Modestamente, voy a
demostrar por mi parte como, aplicando este método, se puede llegar a desvelar,
ni más ni menos, uno de los más grandes enigmas de la historia. La identidad
del prisionero de la máscara de hierro. Mi hipótesis es que se trataba de Pau
Claris (1586-1641?), el canónigo que, a la sazón, fue presidente de la
Generalitat de Cataluña los primeros dos años de la Guerra dels Segadors (1640-1652). Sigo con mi nuevo método, leer
entre líneas y no creer según qué.
Según la historia oficial
castellano-francesa, Pau Claris murió en 1641. Pero no es cierto. Fue
secuestrado por los jesuitas franceses, al servicio de los jesuitas españoles,
que lo estaban a su vez del conde-duque de Olivares. Para ello, hay que
entender antes la situación que se había creado con el nombramiento de Luis
XIII como conde de Barcelona.
El rey de Francia estaba a
punto de morirse, y la situación que iba a producirse hay que saber leerla entre
líneas. Richelieu, el primer ministro, estaba también achacoso y a punto de
cascarla; el heredero tenía sólo cuatro años. Los jesuitas conspiraban, la guerra contra los Austrias se alargaba, y hacía
falta un hombre de estado que se hiciera cargo de los destinos de Francia. En
realidad, Richelieu se fijó en Claris para sucederle. Pero cuando Olivares se
enteró, puso en marcha los servicios secretos de los jesuitas para impedirlo. Y puso toda la carne en el
asador; España prefirió perder la guerra a que un catalán fuera primer ministro
de Francia (Han pasado cuatrocientos años hasta que otro catalán lo haya
conseguido).
Convencido Richelieu que su
sucesor tenía que ser Pau Claris, éste fue llamado a Francia y, con este
motivo, abandonó Barcelona de viaje a París. Pero al hacer parada y fonda en
una población del Bajo Loira, los sicarios de los jesuitas franceses,
capitaneados por un supuesto guardia con nombre de queso suizo y un tajo en el rostro,
lo secuestraron y nunca más se supo. Richelieu murió poco después, en 1642,
asesinado por los mismos sicarios de los jesuitas, que pusieron en su lugar a
Mazarino.
Todo esto se le ha
escamoteado a la historia, pero hay más. Los únicos que estaban en el secreto
eran el general de los jesuitas, Mazarino y Olivares. ¿Qué hacer con el
secuestrado Pau Claris? Se decidió encerrarlo en la Bastilla con una máscara de
hierro, que llevó hasta su muerte, a los 81 años, en 1667. Para Mazarino se
había convertido en una cuestión de estado. Quemó la documentación -legible
entre líneas- que acreditaba el nombramiento de Claris como primer ministro,
firmado por Luis XIII, precipitó la muerte del rey dándole a ingerir unas
ostras putrefactas que el pobre monarca se zampó convencido de que eran
afrodisíacas y planificó la gran ocultación de la verdad.
Como entre el populacho
corrían rumores, se inventaron varias patrañas con el fin de confundir el buen
natural del pueblo: que si Fouquet, que si un hermano gemelo del rey...
Subterfugios para desviar la atención. La verdad la sabemos gracias a Alejandro
Dumas.
El personaje que aparece en
la primera parte de los tres mosqueteros con el nombre de Rochefort -el de la cicatriz-
era en realidad un espía catalán botifler,
al servicio de Olivares, natural de «Rocafort» de Queral, un
pueblo de Tarragona; de ahí el afrancesamiento de su nombre, transmutado en queso, dándonos así una
pista clarísima. El incidente de la posada en Meüng es, evidentemente, la metáfora
del secuestro.
Pero hay más, mucho más. En
realidad, las revelaciones definitivas las obtenemos en la tercera entrega de
la saga de "Los Tres Mosqueteros", conocida como "El Vizconde de
Bragelonne". Dumas, mulato hijo de
esclava, quiso vengarse del desprecio de sus arrogantes coetáneos desvelando la
verdad, pero eso sí, aunque hubieran pasado doscientos años, seguía siendo un
secreto de estado y tenía que velar por su seguridad. Por eso nos lo describió
en clave. Pero leyendo entre líneas se ve claro.
El nombre de Bragelonne
evoca claramente Barcelona. Basta con invertir el orden de las dos segundas
letras, substituir la "g" (de golfo) por la "c" (de
capullo) y el enigma se desvela en toda su magnitud: Bargelonne, que
evidentemente, es Barcelona. Como es bien sabido, los franceses tienen un
especial afecto por la "g", así que la cosa está clara.
Lo de "vizconde"
es otra pista que nos da Dumas. Está claro que la máxima autoridad catalana era
el "conde" de Barcelona, cuyo título ostentaba el rey de España, pero
Pau Claris, durante la "Guerra dels Segadors", ofreció dicho título
al rey de Francia, por entonces Luis XIII. Si el conde de Barcelona era Luis
XIII, su nuevo primer ministro iba a ser metafóricamente el vizconde. Lo dicho,
sólo hay que leer entre líneas.
En el vizconde de Bragelonne, Dumas escribió dos novelas, la que se lee
en sus, por cierto, innúmeras líneas, y la que se lee «entre» líneas. En una,
la máscara de hierro es el hermano del rey, pero en el propio desarrollo y
desenlace de la trama nos está diciendo que no nos lo creamos. Un individuo que
desde su nacimiento ha estado en la Bastilla con una máscara de hierro no puede
comportarse como un refinado monarca como lo hace cuando Aramis y Porthos pegan
el cambiazo. Eso es lo que nos está diciendo, que leamos entre líneas. Otra
pista, ésta definitiva, Aramis era el general de los jesuitas, estaba en el
secreto, por lo tanto...
Todo esto son conclusiones
obtenidas gracias a la utilización del método consistente, según las aserciones de su inventor,
en leer entre líneas y no creer según qué. Porque hay más, Dumas es una mina:
el conde de Montecristo era en realidad el alter ego del timbaler del Bruc. Y para los escépticos ¿Cómo empieza la novela? ¿Acaso
no es con la descripción del barrio de los catalanes en Marsella? ¿Y me van a
decir que esto es casualidad?
Hay más, mucho más, pero
esperaré a que alguien me subvencione el libro entero, a ver si me gano la vida de
una vez. Porque investigar es costoso, muy costoso. ¿O acaso alguien piensa que
me lo he inventado y no es el resultado de muchos años de arduo trabajo de
investigación contra los que nos quieren escamotear la historia?
Pues eso. Ahí queda el
bodrio. Con perdón.
Impagable aportación a la Historia Nacional de Cataluña.
ResponEliminaQuerido Xavier, tu artículo es una joya y, en mi modesta opinión, después del relato-espejo por antonomasia de la lengua castellana, aquel que escribió un dios literario llamado Cervantes y que narraba las aventuras de un caballero supuestamente manchego (tal y como va ésto ahora ya no sé si decir catalán), este de aquí arriba es el mejor tratado sobre la majadería y el botaratismo que he tenido ocasión de leer en mucho tiempo. ¿Sabes lo mejor del asunto? Que como lo lean el Mayolas y demás secuaces les va a estallar el cerebro tratando de decidir si tu tesis es cierta o no. Aprovecha para reirte todo lo que puedas, que dicen que la risa es sumamente terapéutica. Así que pégate una buena dosis de vitaminas hilarantes y un subidón de recochineo. Yo ya lo he hecho. El efecto secundario es que no todavía no he logrado parar de reir... Un saludo y gracias por alegrarme la mañana.
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