Decía Baroja que el carlismo
se cura viajando... No conocía el turismo de masas. Hoy en día, durante las etapas
vacacionales, barrios enteros se reproducen en el litoral, o en la montaña,
según el modelo del ocio como producto para consumo de masas, con el mismo
esquema que sus originales del resto del año pensados para el negocio. Los
mismos vecinos, ora de piso, ora de apartamento, en primera o décimo sexta línea
de playa, siempre según el patrón original. Y no se cura ni el carlismo ni el
tedio.
Podría objetarse que esto no
es viajar, sino una mera traslación en el espacio inscrita en el marco de una
segmentación del tiempo global con sus correspondientes rutinas incorporadas.
Pero tampoco los viajes, o la mayoría de ellos, son lo que fueron. Porque todo
viaje ha de ser, de entrada, un recorrido del espíritu.
Sí, tal vez hubo un tiempo
en que el carlismo se curaba viajando, o quizá es la impresión que nos ha legado
la literatura. El viaje como transgresión de la rutina, el viaje iniciático, el
viaje como alejamiento, como apertura, como forma de enriquecimiento personal;
hasta como exilio, voluntario o forzoso, como ruptura que marca un antes y un
después. La idea de viaje nos evoca el de Goethe a Italia, o Byron, o
Schopenhauer... pero también los periplos de Ulises, de Edmundo Dantés, de
Fabrizio del Dongo o, cómo no, de Gulliver o de Robinson Crusoe. Pero para que
a alguien realmente se le cure el carlismo con el viaje, era y es
imprescindible que vaya con él algo inherente a su propia condición, una
predisposición natural para incorporar a su acervo personal las vivencias que
el recorrido le ofrezca, una mente abierta y crítica como condición necesaria y
sin la cual todo lo demás es baldío. Y la consciencia de que, en sentido
estricto, los únicos seres con raíces son las plantas.
Como dice mi amigo Ricardo,
que la policía te dé una paliza durante una manifestación puede convertirte en
un héroe, pero no te hace más inteligente. Nada más cierto. De la misma manera,
que cualquier memo haya circunvalado diez veces la Tierra no le convertirá en
un hombre de mundo, sino que seguirá siendo, acaso aún más acentuadamente, un
memo. Porque para que se le cure a uno el carlismo, se requiere una disposición
de espíritu de la cual el memo carece. Mucho me temo que en algunos el carlismo
es curable, en otros no.
Siempre quedará la duda
de si el memo nace o se hace. O también, volviendo a nuestro tema, si el
carlismo es genético o ambiental. Doctores tiene la Iglesia.
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