Increíble, pero cierto. El informe elaborado por el Consell Assesor per a la Transició Nacional sigue impertérrito en sus trece, y contra toda
evidencia, en lo tocante a la permanencia de la futura Cataluña
independiente en la UE y en la zona euro. La verdad, más allá del clamoroso
ridículo en que se está incurriendo, uno empieza a pensar que el problema no es
tanto la mediocridad, sino un problema
si cabe de mayor envergadura: un problema de solipsismo político.
Hace apenas dos días le
preguntaba retóricamente al Sr. Mas por algunas de mis dudas respecto al
proceso hacia la independencia, y muy especialmente por el día después. Unas preguntas que, pienso con toda franqueza, cualquier persona en sus cabales debería plantearse. Casi
simultáneamente aparecía el informe, así que, también retóricamente,
tengo ya una contestación que no responde a
ninguna de mis preguntas.
Un informe que
destaca mayormente por su trivialidad intelectual, su ninguneo de la realidad y
cuya lectura induce a pensar que sus autores se sienten más a gusto solazándose en la jerigonza que en el riguroso
análisis que la situación se supone que requiere de ellos. Porque jerigonza es afirmar
que cuando los líderes europeos declaran una y otra vez que Cataluña quedaría
fuera de la UE y de la zona euro, lo están haciendo a título de opiniones
personales, no como portavoces de la entidad en nombre de la cual están
hablando.
Vamos a ver. Eso podría
valer para Almunia atendiendo a su condición de conspicuo español «jacobino»,
pero no para todo el resto de los que en este mismo sentido se han manifestado.
La respuesta de la UE al informe no se ha hecho esperar, y ha sido un
nuevo aldabonazo del cual, por otra parte, sus receptores no parecen haberse
dado por enterados... ¿Hasta cuándo?
Insisto en lo ya dicho en
estas páginas con anterioridad. La aspiración a la independencia de una parte
de la población, y que ésta se resuelva a partir de un referéndum en condiciones, me parece
legítima. Y desde luego, el inmovilismo amparado en el fundamentalismo
constitucional se me antoja un error que sólo puede contribuir a enquistar el
problema. Y eso lo afirmo al margen de mi opinión sobre el tema. Las afirmaciones de Vidal Folch el pasado domingo me parecen, en este
sentido, de lo más atinadas.
Pero una cosa es el planteamiento
de un referéndum y otra muy distinta engañar groseramente a la población y
alimentar falsas expectativas que, es su obligación, han de saber que no están
en condiciones de imponer. Es más, contra la idea delirante según la cual las
declaraciones de los mandatarios europeos obedecen a presiones del gobierno
español, pero que en el momento de la verdad Europa se volcará con Cataluña
porque no puede prescindir de ella, lo cierto es que, con independencia de que
estas presiones ciertamente se estén dando, el gobierno español no está en
condiciones de imponerle nada a la UE, menos aún tratándose de un país
rescatado de hecho.
Simplemente, si a Europa le
interesara por cualesquiera razones una Cataluña independiente, maniobraría en
este sentido, exactamente igual que lo ha hecho en otras ocasiones, algunas de ellas tan recientes que todavía están en el candelero. Y por cierto, sin reparar demasiado en el derecho internacional. Pero nada indica, al menos hoy por hoy, que desde los centros de
poder europeos se contemple esta posibilidad para Cataluña, ni siquiera como
hipótesis de trabajo. Y decir que Europa tendrá que tragar sí o sí como se
sigue diciendo por aquí, me temo que ya no se puede considerar ni miopía
política, ni torpeza, ni diletantismo, sino más bien un solipsismo político que
los últimos años han contribuido a arraigar y que ahora amenaza con su propia apoteosis.
Un solipsismo que proviene
de haber adoptado como marco de referencia un modelo fundamentado en la inversión de una idea de universalidad que así queda supuestamente adaptada a la medida de la propia
idiosincrasia, ya sea ésta imaginada o no. Entendámonos, lo local puede trascender a lo universal,
pero el proceso inverso, lo universal "destrascendiéndose" a inmanente en lo particular,
eso no es sino la exaltación del provincianismo más ramplón. De ahí a decirle a
la UE lo que tendrá que hacer, va un paso: el tránsito al solipsismo político.
Literariamente quizás se vea
más claro que en clave política. El Quadern
Gris, Vida Privada, Terra Baixa, Laia
o La Plaça del Diamant son
productos catalanes que se trascienden a sí mismos -como pienso que lo son
también la obra de Marsé y otros catalanes que escriben en castellano-
convirtiéndose en clásicos. Porque desde el inevitable marco local en que toda
obra se desenvuelve, van más allá de esta realidad, la anécdota se
resuelve en categoría y deviene universal. Dudo que ninguna de estas obras
precisara en su momento de demasiadas subvenciones para su difusión.
Hoy en día, muy al contrario el panorama de
la literatura y de la cultura oficial catalana, uno de cuyos más deplorables y divulgativos ejemplos
son los seriales por encargo de TV3, sigue un recorrido inverso. Desde el punto
de partida de una supuesta universalidad fundante, se recorre el itinerario en
sentido contrario acabando en la exaltación de la anécdota, de lo particular,
de lo identitario. Cierto que siempre en todas partes ha habido también de
esto, pero somos muchos los catalanes que echamos en falta lo primero.
Y eso primero no es que sean
producciones catalanas sensu stricto,
sino en el sentido que lo particular se proyecta en lo universal. La anécdota
es que hayan sido elaboradas en Cataluña y por catalanes que, precisamente por
captar lo esencial de la naturaleza humana, se pueden entender y se entienden
sin problemas desde Valladolid, Madrid o Nueva York, igual que desde Barcelona no se requiere ningún esfuerzo hermenéutico para entender La Regenta o Cañas y Barro. Lo segundo, en cambio, es todo lo
contrario. Basura literaria y bazofia culturaloide para solaz de mediocres abrevados a la subvención oficial. De tanto mirarse el propio ombligo, se acaba uno olvidando que muy probablemente no sea el centro del mundo.
Pues bien, si se me admite
la analogía, en lo político llevamos treinta años profundizando y recorriendo este itinerario
inverso, cuya correlato es el solipsismo auto inducido que Machado le espetaba
a aquella Castilla que, ayer dominadora,
hoy envuelta en harapos, desprecia cuanto ignora.
Algunos deberían aplicárselo
cambiando el nombre del territorio aludido. Quizás sea mucho pedir.
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