Siempre se puede discutir
sobre el alcance real del impacto que las leyes educativas tienen en el ámbito
sobre el cual legislan, es decir, en la escuela, entendida en su sentido más
genérico. Los hay que entienden dicho impacto como tenue, incluso prácticamente irrelevante;
porque lo que cuenta de verdad es la dinámica educativa, su propia lógica y las
bases sobre las cuales se asienta; otros las consideran en cambio decisivas y
determinantes por su influjo sobre el sistema educativo. Puede que en última
instancia dependa de las leyes en cuestión. Es posible que en otros pagos la
legislación se atenga al mero acompañamiento de la realidad educativa y a la facilitación
del sentido común. No es este el caso de España, como lo demuestra
fehacientemente Andreu Navarra en su estupendo y, por ahora, último libro, con
el impactante, pero certero título de ‘Prohibido aprender’ (Anagrama, 2021).
Ciertamente, desde la
promulgación de la LOGSE hace ya treinta y un años, las leyes educativas que se
han ido sucediendo han sido intrusivas, intervencionistas y socialmente
agresivas. Y su impacto sobre la realidad del sistema educativo, brutal. Esto
es ni más ni menos lo que se infiere del documentado repaso que Navarra hace de
estas leyes y de sus negativos efectos, muy especialmente sobre la práctica
docente cotidiana, en el día a día del aula, siempre tan alejada de los
suntuosos despachos donde los expertos educativos pergeñan sus leyes y
normativas.
Para entendernos, si pensamos
en una ley sanitaria, más o menos todo el mundo puede comprender que, en lo que
incumbe a la administración, se trata de dotar al país de hospitales y
equipamientos para que los médicos puedan hacer en las mejores condiciones
posibles su trabajo, a saber, curar a sus pacientes, que es lo que les compete.
Y digo “compete” porque quienes son «competentes» en esta materia son los
médicos. Es decir, los profesionales que saben «qué» hay que hacer y «cómo»
hacerlo. Esto es, en un sentido pleno del término «competencia» -pericia, como
nos recuerda Navarra-, que poco o nada tiene que ver con la acepción de uso más
sesgado usual en la idioléctica jerga psicopedagógica; exactamente en la misma
medida que, en su momento, el desplazamiento de las nociones de «instrucción» o
«enseñanza» por la más genérica de «educación», consistió simplemente en
convertir esta última en el totum revolutum de
la noche en que todos los gatos son pardos, por amputación de uno de sus campos
de significado, el que correspondía precisamente al dominio de la escuela:
enseñar, instruir.
A nadie se le pasaría por la
cabeza, o de pasársele lo consideraría un desatino si está en sus cabales, que una
ley de sanidad prohibiera a los médicos realizar transfusiones de sangre,
porque una determinada creencia religiosa, elevada a la categoría de dogma
oficial por la propia ley, considere tales prácticas una violación de las leyes
divinas o naturales. O imaginemos, otro dislate, que dicha ley impusiera como
única praxis médica posible aquella basada en las teorías homeopáticas.
Pues esto, o su equivalente en
el ámbito de desatinos educativos, es lo que ocurre en educación, y lo que han
estado impulsando las leyes que repasa Navarra en su libro. Es decir, cómo las
leyes educativas han perpetrado auténticos despropósitos, cuyo resultado ha
sido la proliferación de guetos escolares expresados brillantemente en un
título que refleja la paupérrima realidad educativa actual: prohibido aprender.
En definitiva, un interesantísimo e imprescindible abordaje sin concesiones al «espíritu» de unas leyes que nos han llevado al erial educativo que estamos padeciendo, sin que, por ahora al menos, se atisbe solución de continuidad.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada