dimarts, 15 de juny del 2021

Cui prodest scelus, is fecit

 

Con las leyes educativas viene ocurriendo (aparentemente) lo contrario que con la mal llamada «ley» d’Hondt.

En educación se dice que tenemos una buena ley, porque si asegura la escolarización obligatoria y gratuita hasta los 16 años –o hasta los 18- y promete la erradicación del fracaso escolar, con tan altos principios no puede ser mala. Lo que ocurre es que su aplicación choca con imponderables como la falta de presupuestos, la poca formación pedagógica de los docentes, las inercias memorísticas… que la próxima innovación superará definitivamente. Es decir, la culpa no es de la ley, sino de los hechos.

Con la «ley» d’Hondt, en cambio, el recorrido es (aparentemente) inverso. Se salva a los hechos –los supuestos datos objetivos- y se la acusa de ser la culpable de los desajustes en la adjudicación proporcional de representantes según los votos obtenidos por cada formación concurrente en unos comicios.

Así, según la opinión publicada que conforma la opinión pública, tenemos en un caso una buena ley (educativa) y unos hechos rebeldes que hay que atajar; en el otro, una mala ley (electoral) que adultera unos hechos, unos datos cuantitativamente inobjetables, y vulnera el principio de proporcionalidad en la representación, según el cual todos los votos valen lo mismo.

Pues va a ser que no, ni lo uno, ni lo otro.

Empecemos con la «ley» d’Hondt. No es una ley, sino un sistema, un método bastante simple, en el cual la operación más complicada es la división, que fija proporcionalmente la representación según los votos obtenidos por cada formación, siendo estos votos unos datos agrupados de acuerdo con un criterio previo al cual el método d’Hondt es completamente ajeno. Porque si Madrid tiene 37 escaños y Soria 2 –lo cual arroja 18,5 veces más representantes-, pero 76,5 veces más población, este desajuste no se debe al señor D’Hondt, sino a una ley electoral –ahora sí, ley- que ha establecido circunscripciones electorales uniprovinciales y les ha adjudicado arbitrariamente una representación arbitrariamente desigual. Añadamos a esto que con 2, 3 o 4 escaños por unidad electoral, la proporcionalidad resultante es inevitablemente deficiente. Lo que falla es el criterio con que la ley establece el escenario, pero no el método d’Hondt, que se limita a tratar unos datos previamente agrupados y nunca neutros. Las matemáticas no hacen milagros, eso queda para la pedagogía.

Y en educación, lo mismo. La falacia consiste en los criterios que regulan la disposición del escenario en que los principios educativos deberían llevarse a cabo, por medio de unos modelos pedagógicos erróneos que dicen subsumirlos, cuya aplicación genera toda una serie de disfunciones que deterioran y vician de forma la praxis educativa, degradando la realidad; porque se ha construido una ficción sobre ella que, por falta de «adequatio», no puede ir más allá de su fase teórica, por decirlo benévolamente. Tampoco aquí la realidad es neutra, lo que ocurre es precisamente que se resiste a amoldarse a los criterios que se le imponen contra natura, por aberrantes.

Pero seguimos con los mantras de siempre. La culpable del mal reparto de escaños es la «ley» d’Hondt; y la del desastre educativo, una realidad que no se adecua al escenario impuesto por una ley educativa que, animada como está por tan altos principios, su sola mención exime de cualquier culpa y exige acatamiento incondicional.

Y mientras tanto, ni la menor mención a los inconfesables intereses que, en uno y otro caso, propician esta desviación de culpas. O sea, aquello del  cui prodest scelus, is fecit.  Y así nos va…

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada