Leo en la prensa que la
policía ha abatido en Milán al presunto autor del atentado en Berlín. Y cómo el
lobby de la corrección política se ha ensañado con unas declaraciones de Andrea Levy, del PP, cuya
torpeza sólo es atribuible a un manifiesto déficit de formación. Son, en
este sentido, especialmente lúcidas las afirmaciones de Jorge M. Reverte en un
artículo más que recomendable. Porque discrimina conceptualmente; porque, como
concluye, una cosa es no equivocarse, y otra que se hubiera podido decir mejor.
Según la voluntad de perseverar
en ella, la ignorancia puede ser culpable o inocente. En el caso de Occidente
con respecto al terrorismo islámico, pienso que es de una culpabilidad con
agravante de regodeo doloso. Seguimos, en este sentido, en el esquema planteado
por Fukuyama. La caída del materialismo marxista supuso el redescubrimiento de
una supuesta espiritualidad –o emotividad- como motivo último de ciertas
acciones humanas que, sin ser descartables, la pérdida de visión de conjunto
desenfoca hasta el punto querer percibirlas como lo que son en el sentido de a
qué responden. Por ello se atribuye al terrorismo islámico la fanatización
religiosa del individuo como causa última, con aderezos behavioristas de fondo,
como que la marginación social es la que produce las conversiones. Pero en
realidad estamos, aunque Occidente no lo quiera ver, ante un choque de civilizaciones,
más o menos en la línea expuesta por Huntington. Y me da igual que Huntington
sea un ultraliberal americano de extrema derecha: la verdad es la verdad, la
diga Agamenón o su porquero.
Hay un aspecto que,
modestamente, me llama muy particularmente la atención en la forma enfocar el
fenómeno del terrorismo islámico, y es que el énfasis en la radicalización
religiosa como causa fundamental, tiene su correlato la absoluta desatención que
se le presta a otros factores, más contextuales y materiales, que ello no
obstante, en otros ámbitos acostumbran a ser elementos fundamentales sobre los
cuales pivota el análisis del fenómeno. Sin duda, al atribuirlo a
radicalizaciones individuales, se exonera al Islam en general y se ahuyenta el
fantasma del choque de civilizaciones; pero también esta voluntad de desatención
es una muestra de la ignorancia culpable a la cual me refería más arriba.
Porque no sólo impide entender el fenómeno, sino que ofrece de él una
explicación intencionadamente sesgada y falaz. De ahí su culpabilidad
responsable.
Cuando los atentados de
Bruselas, apareció al poco tiempo en los medios la fotografía de los dos
hermanos que se acababan de inmolar como terroristas suicidas en los atentados.
La fotografía estaba tomada en una discoteca, al parecer, unos días antes. Se
les veía contentos, bailando, bebiendo y ligando. Buena parte de la opinión
pública se estremeció al no entender nada. ¿Pero no eran fanáticos religiosos
musulmanes? La sorpresa es en cierto modo comprensible, pero no por
desinformación, sino más bien por la información sesgada y falaz que se nos
transmite desde el discurso oficial sobre el integrismo islámico. No es el
único caso. También se vio al jefe del comando suicida de los atentados del
11-S, Mohamed Atta, zampándose una botella de vodka en el bar del aeropuerto
junto a un compañero en vísperas del atentado. Y claro, estas actitudes
sorprenden porque no casan con la idea del integrismo religioso que se nos
transmite sobre los terroristas islámicos.
Se nos presenta a los
terroristas suicidas como a unos fanáticos religiosos de estricto cumplimiento
islámico, dispuestos a dar su vida por Alá y convencidos de que les espera tras
la muerte el paraíso con las huríes. En mi opinión, nada más lejos de la
realidad. Si la antropología no fuera una especialidad secuestrada mayormente
por botarates, podría explicar con relativa facilidad estas actitudes mediante
otros mecanismos, entre los cuales no es precisamente el integrismo religioso
el más relevante. Estamos hablando, en la mayoría de casos, de individuos
criados y crecidos en metrópolis occidentales, y con unos usos y costumbres
culturales, digámoslo así, mucho más secularizados de lo que en principio se
nos da a entender. En otras palabras, la fe no es un factor relevante; acaso ni
siquiera accesorio. Mientras no entendamos esto, pienso que no habremos
entendido casi nada.
(To be continued)
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