Un rotativo sensacionalista ha
tenido a bien poner en marcha una plataforma digital de denuncia de abusos
sexuales a menores por parte de sus maestros o profesores. Un iniciativa aparentemente
encomiable, que a uno, sin embargo, se le antoja más bien un acto repugnantemente
demagógico. ¿Por qué iba a tener más miedo alguien de ir a la policía que de
denunciar anónimamente su caso en la prensa basura? Además, ¿se hace cargo el
tabloide de marras de la cantidad de denuncias falsas que, inspiradas por otros
designios, pueden llegar a aparecer? ¿Y de sus eventuales consecuencias?
Según las fuentes policiales,
el 80% de los abusos sexuales a menores se producen en su entorno familiar más
inmediato. ¿Por qué, entonces, no se promueve también una plataforma de
denuncia similar en la cual parientes próximos a la víctima puedan verter sus
sospechas o acusaciones contra sus presuntos familiares pederastas? ¿No vende?
El diccionario de la RAE nos
ilustra sobre el significado del término sinécdoque: designación de una cosa con el nombre de otra, similar a la metonimia,
aplicando a un todo el nombre de una de sus partes, o viceversa, a un género el
de una especie, o al contrario, a una cosa el de la materia que está formada,
etc., (…) Estamos ante el pars pro toto (tomar una parte por el
todo), o también, el totum pro parte (utilización
del todo para describir a una parte). Que sea una figura retórica no quita, ni
mucho menos, que pueda ser susceptible de utilización tendenciosa y con
finalidades sañudamente inconfesables. Y esto es precisamente a lo que se nos
está induciendo: a una sinécdoque en la cual el todo, los docentes, empieza a
verse colectivamente bajo sospecha de pederastia.
No hace mucho denunciaba en
este blog la apresurada medida consistente en requerir un certificado
acreditativo de la condición de no-delincuente sexual a todos los docentes del
país. Lo de apresurada, porque todavía no estaba en funcionamiento el registro
de delincuentes sexuales previsto por la ley. De ahí que tanta urgencia
pareciera sospechosa.
Porque ni se había producido
incremento alguno que hubiera generado la justificada alarma social, ni era el
de los docentes un colectivo especialmente aquejado de tan nefanda práctica. Se
me ocurren muchas otras instituciones y profesiones, por otro lado bien
conocidas, bastante más susceptibles –los hechos cantan- de ponerse bajo
sospecha. Por ello, tanta precipitación parecía subrepticiamente encaminada
hacia objetivos ajenos a los explícitamente anunciados en el texto de la Ley. Y
sugería un eslabón más en la campaña de desprestigio y culpabilización que,
desde hace tiempo, tiene por objeto a la profesión docente.
Así que… ¿Qué quieren que les
diga del escándalo del colegio de los Maristas de Sants-Les Corts, en
Barcelona? ¿Se ha destapado precisamente ahora de forma accidental? Pues no sé,
la verdad, y dicho sea sin dudar en absoluto de la presunta veracidad de los
aberrantes hechos que se están denunciando años después de que ocurrieran,
incluido el de una actual profesora del
centro, que ahora se ha «acordado» de los abusos que sufrió durante su etapa
como alumna en tan digna institución; y que luego como profesora debió convivir
con los que se seguían perpetrando.
Porque la verdad, a juzgar por
lo que se sabe hasta ahora, a las acusaciones de pederastia habría que
añadir sin duda la de pertenencia a banda organizada. También podríamos
preguntarnos qué hizo en su momento la inspección educativa, o si los
conciertos económicos se reparten en los centros religiosos tan próvida como indiscriminadamente, sin control alguno. De acuerdo que
frente a una mafia organizada, el miedo lleva al silencio, nada más cierto. Pero
estamos hablando de delitos cometidos hace entre diez y veinte años, de modo
que sin una cobertura de amplias complicidades y tácitas aquiescencias, lo del
miedo no serviría del todo. ¿Por qué el primer padre denunciante de los abusos
a que fue sometido su hijo esperó tanto tiempo? La verdad, no tratándose de
casos aislados, no puede entenderse a menos que estemos delante de algo
tácitamente consentido desde una omertá que
iría mucho más allá de los tres o cuatro degenerados implicados por ahora.
Podríamos preguntarnos todo
esto y muchas cosas más. Y podrían preguntárselo también los medios que ahora
mismo arremeten contra todo el gremio docente, poniéndolo bajo sospecha por
unos hechos ocurridos hace años en un «modélico» colegio religioso
subvencionado por una Administración pública que ha apostado por ellos, que no
se enteró de nada y que siguió «pagando».
Pero ahora somos todos los docentes
los que estamos bajo sospecha por culpa de unos pocos degenerados. Así lo
entiende al menos este tabloide que, en su demagógica y sensacionalista línea,
ha hecho de su capa un sayo y promueve la denuncia pública.
Lo dicho, una sinécdoque
canallesca.
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