La leyenda de Salomón
arbitrando sabiamente entre las dos supuestas madres que se disputan al hijo,
no es un hecho, sino una metáfora. Y no sólo porque lo más probable es que
Salomón jamás existiera, sino porque incluso de haber existido y protagonizado el hecho
que la Biblia le atribuye, seguiría siendo una metáfora. Lo significativo no es
la sentencia del rey, sino el escenario en que la pronuncia.
Como es sabido, se le
presentaron al rey Salomón dos madres, probablemente prostitutas, uno de cuyos
hijos, recién nacidos ambos, había amanecido muerto. Las dos reclamaban al vivo como
propio. Ante tal dilema, y siendo imposible determinar cuál era la verdadera
madre, Salomón resolvió que el guardia partiera al niño vivo en dos, y medio
fiambre para cada una. Una solución drástica, pero ciertamente equitativa. Entonces, una de
las dos madres estalló en sollozos, admitió no ser la verdadera y rogó al
rey que no matara al niño, dando por bueno que se lo quedara su rival. A la otra le pareció
bien la idea. Y entonces se manifiesta la sabiduría de Salomón, que entregó
el niño a la suplicante, porque sólo una verdadera madre preferirá que su hijo siga
vivo, aun apartado de ella, que muerto a su lado.
Lo significativo de este
relato no es la posición del juez, sino la de las dos presuntas madres
litigantes. Para que el juicio de Salomón sea acertado, ha de haber
necesariamente una madre verdadera y otra falsa. De no ser así, de haberse
tratado, por ejemplo, de una disputa entre dos falsas madres, no es
descabellado pensar que el niño hubiera acabado descuartizado, y que Salomón,
en lugar de por su sabiduría al saber tensar la cuerda hasta el límite, hubiera
pasado a la historia por su displicente frivolidad. Acertó porque una era la madre
verdadera.
Pero no siempre es así. No lo es cuando las circunstancias sobre las cuales se
configura el conflicto de intereses son otras.
Estas divagaciones sobre el
conocido episodio bíblico, me las evocó la reciente lectura de un artículo de
Antoni Puigverd, que me pareció particularmente acertado e incisivo. Y me ratifica
en mis vagas conclusiones esta noticia de hoy; unas declaraciones del actual
presidente de la Generalitat. Una más
de tantas, pero puesta en relación con lo anterior, no sé… se me antoja
reveladora.
No se trata ciertamente, aunque
también, de que por aquí no abunde el talento de Salomón. No. Por lo que uno se
pregunta es más bien por la autenticidad de las supuestas madres en disputa que
se arrogan la representación en exclusiva de la sociedad catalana en el caso
del «procés». No veo a ninguna que,
para salvar al hijo, esté dispuesta a cederlo. Más bien se diría que lo que
prima por ambos lados, llegado el caso, es el tan hispánico «la maté porque era mía».
Los unos están
irremediablemente determinados al todo o nada. Y no parece que les pase por la
cabeza quedarse en el «nada». El independentismo, en su mérito hay que
reconocerlo, ha conseguido construir en Cataluña una copia real del cuento de
Andersen –y del infante Juan Manuel- que nos hablaba del vestido nuevo del
emperador que iba desnudo. Aquí ya ni los niños se atreven siquiera a
insinuarlo, pobrecillos. Se ha proyectado una realidad virtual que oculta la
cruda realidad: ni en Europa, ni en el Imperio, ni en ninguna parte existe el
menor apoyo a la independencia de Cataluña. Y ello sin entrar en las razones que
fundamentan la propuesta independentista, ni en la cuestionable verosimilitud
de la Ítaca prometida. Es una ficción para consumo interno de los
adeptos. Pero ahí siguen, empecinados en confundir con molinos de viento a los
gigantes, al revés que el Quijote. Tampoco pueden echar ahora el freno de mano.
Los devorarían los mismos que han creado y aupado. Es la maldición del teorema
de Thomas: si la gente considera unas cosas como reales (aunque sean ficciones),
éstas devienen reales en sus consecuencias. Sólo que a nadie parecen importarle
estas consecuencias; es el precio de la «desconexión».
Los otros, a su vez, siguen
obstinadamente negándose a entender que estamos ante un problema que no se
puede resolver como creen haberlo resuelto en anteriores ocasiones, y que no vale decir que hasta ahora todo fue muy bien. Tampoco
parece que les importe demasiado qué le pueda acabar ocurriendo al niño. Un
niño al que dicen querer, sin que ello haya sido nunca óbice como para que no
hayan alentado contra él las más bajas y groseras pasiones. No saben, o parecen
no saber, que se les está impeliendo a cometer el tenísticamente fatal error
forzado, que a lo mejor no decide el partido, pero sí el primer set. Un error forzado que abriría un panorama de incertidumbre en el cual
sí cabría, como posibilidad, la que llevan acariciando desde hace tiempo los
estrategas del independentismo: que el referéndum acabara organizándolo la ONU,
con los cascos azules vigilando los colegios electorales. Remota posibilidad,
sí, pero la única que tiene el independentismo de ganarlo. Y para ello no
dudarán en forzar la situación hasta más allá del límite, tensando la cuerda
hasta que se rompa.
Y hay algo todavía peor,
para mayor desesperanza: aquí todo el mundo se arroga desvergonzadamente a la
vez el papel de juez y parte. Único juez y única parte. Pero, ¿Alguien piensa
en el niño? ¿Alguien piensa en Cataluña? ¿Y dónde está Salomón?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada