divendres, 26 de febrer del 2016

Huelga, obsolescencia y postureo (II de III)



El desgaste para la Administración sólo pude ser político y de imagen. Y en otros tiempos fue muy probablemente así. Un poder político agobiado por las huelgas de sus propios trabajadores, acaba desgastado y corre el serio riesgo de ser desalojado en las próximas elecciones. Pero tal teorema es excesivamente simple. Puede servir para administraciones débiles, pero nada más. Contra una Administración fuerte, se agota en sus propias limitaciones.

En realidad, el modelo de huelga clásica en el sector público funcionó durante la Transición, y por inercia, algo más allá, pero se agotó hace ya mucho tiempo. Hoy las administraciones públicas no son débiles ni están acomplejadas, sino todo lo contrario. Y en lo referente al modelo de Administración pública, los poderes políticos están más por la labor de pergeñar su disolución y reconversión en un modelo franquicial, de concesionario, en el cual una élite política construye su propia red clientelar a partir de su propia desregulación, bajo un modelo neoliberal de subcontratación que afecta por igual a derecha e izquierda. Y bajo este modelo ¿A quién debilita más una huelga del sector público? ¿A los trabajadores o a la Administración?

Una huelga de metro y autobús como la actual en Barcelona –lo mismo una de maestros y profesores-, nunca le resulta simpática a la ciudadanía contituida en usuaria de estos servicios. Porque inevitablemente, es a la ciudadanía a quien crea transtornos y quebrantos. La Administración, consciente de ello, se lava las manos. Los culpables son los trabajadores y los sindicatos que convocan las huelgas, con tan escaso espíritu cívico. Incluso Ada Colau, tan progre ella, ha incurrido en tales juicios, calificando la actual huelga de «excesiva».

Yo no sé si es excesiva o no. Lo que sí sé es que, al ser la suya una alcaldía de coalición, los cargos políticos con sueldo han proliferado en las empresas públicas de transportes urbanos como setas en época de lluvia. Y si tenemos en cuenta que por lo general, esta gente más entorpece que ayuda a la buena gestión, esto puede generar agravios y mosqueos. Pero ni Ada Colau ni su equipo de gobierno municipal van a perder dinero con esa huelga. No ingresarán estos días, cierto, pero si tenemos en cuenta que se trata de un transporte subvencionado, el quebranto que les puede suponer lo cubren con descuento en nóminas. Y si no, pues suben los impuestos. Quiero decir con todo esto que quién se desgasta son los huelguistas, objeto de las progresivas iras de la ciudadanía, contra más se alargue la huelga. Para que se desgastara políticamente una Administración, tan apegados al sillón como están, haría falta una hecatombe para la cual, hoy por hoy, no concurren las circunstancias. Y las eventuales pérdidas económicas no les importan. De modo que hay que pensar en otro tipo de acciones, si de verdad se le quiere meter presión a la Administración.

Y ahora les toca a los sindicatos. ¿Por qué, conscientes como han de ser de todo esto, perseveran contumazmente con un modelo obsoleto que a quienes desgasta es precisamente a ellos? A lo mejor porque ya les va bien así. El sindicalismo de clase en este país hace años que es una merienda de negros, y los grandes sindicatos han renunciado a su función de negociar las reivindicaciones de sus representados, limitándose a negociar su propio papel de negociadores. Eso y, por supuesto, los negocietes que obtienen de la propia Administración a cambio de su tibieza y displicencia. Lo demás, puro postureo… teatrillo.

A los primeros que no les interesa pensar en otro tipo de acciones, es a los grandes sindicatos, cuyos nombres no merece la pena ni mencionar porque están en boca de todo el mundo. Y es que además, puede que perdieran sus porciones del pastel en cuyo reparto siempre están, como el perejil está en todas las salsas.

Pero hay otras opciones, más rentables y efectivas; sólo que a las berroqueñas mentes de los dirigentes sindicales de clase, no es que no se les ocurran, sino que les tienen auténtico pavor –por lo del pastel, claro-. Vamos a ver, se me ocurren, a bote pronto, un par, una para los trabajadores del metro y otra para mi gremio, el docente.
(To be conntinued...)

 

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