dijous, 25 de febrer del 2016

Huelga, obsolescencia y postureo (I de III)



Llevamos unos días en Barcelona con huelgas en los transportes públicos: el metro y el autobús, debidamente alternados. Hace ya unos años, preparé un informe, que por supuesto no obtuvo el menor eco, en el cual planteaba la inutilidad del modelo de huelga tradicional en la enseñanza pública, y apostaba por la búsqueda de acciones de protesta y presión, sí, no se sorprendan, más «imaginativas». El planteamiento era extensivo a todo el sector público, con sus debidas variaciones. Es decir, a todos aquellos trabajadores o funcionarios cuyo empresario es la Administración.

La idea central consistía en que la huelga, bajo su formato tradicional, pudo ser en su momento una herramienta útil, y acaso lo siga siendo todavía en ciertos sectores, pero no en el de la Administraciones públicas, donde se habría convertido en un anacronismo. El argumento central era que una huelga es una medida de presión cuyo objetivo es inyectarle esta presión al empresario, para que acabe accediendo a las peticiones de los huelguistas, o a parte de ellas. Y ello implica que dicha presión comporte que también el empresario tenga algo que perder. Porque si no tiene nada que perder, no hay presión, sino mero postureo. Y esto era lo que, en mi opinión, ocurría en el sector público, muy particularmente en el de la enseñanza.

El modelo de huelga clásica surge en el siglo XIX, básicamente en los sectores fabril e industrial. Los trabajadores no perciben salario, ésa es la presión que ellos soportan; pero el empresario tampoco obtiene ingresos. Se trata de ver quién resiste más tiempo. En su momento, los trabajadores inventaron las cajas de resistencia y, ocasionalmente, recurrían a acciones intimidatorias; los empresarios el cierre patronal –lock out-, y a la contratación de esquiroles, así como, también, a accione intimidatorias contratando pistoleros o acudiendo a la policía. Se trataba, para los trabajadores, de resistir hasta que el patrono, agobiado por la falta de ingresos, se aviniera a razones, y poder volver a trabajar para percibir sus salarios. Para el patrono, el objetivo era el mismo: retomar la producción. La diferencia consistía en bajo qué condiciones.

Intimidaciones y esquiroles aparte, el modelo puede ciertamente seguir siendo útil. Una huelga en la Seat o en el Corte Inglés, siguen manteniendo en esencia el formato clásico. Los trabajadores no cobran sus salarios, pero mientras tanto, la Seat no produce coches y el Corte Inglés no vende nada. Todos están bajo presión, todos están perdiendo algo, y a ambos lados les interesa objetivamente el final de la huelga. Uno parámetros bajo los cuales, al menos formalmente, hay posibilidades de negociación y expectativas de acuerdo. Ya digo, al menos objetivamente, dejando al margen subjetivismos y temperamentalidades, que por otra parte, suelen hacer acto de presencia en este tipo de conflictos.

Ahora bien, ¿Es este el escenario que concurre en una huelga, pongamos de transportes municipales públicos, o de maestros y profesores igualmente públicos? Mucho me temo que no. Algunos dirán que bajo este formato clásico se obtuvieron grandes victorias. Y es posible, pero siempre en pretérito. Hoy es un modelo agotado.
Una huelga en cualquier sector público es siempre, inevitablemente, no sólo una huelga contra el patrono, sino también contra una Administración, que es una forma de poder político. La presión de que es objeto una Administración ante una huelga de sus funcionarios o trabajadores públicos, es de naturaleza muy distinta a la de la Seat, El Corte Inglés o Mercadona. Para empezar, la Administración no pierde dinero con una huelga, sino que, todo lo contrario, lo ahorra. Porque la Administración –municipal, autonómica, estatal…- funciona con unos presupuestos cuyos ingresos no provienen de su facturación, sino de fondos públicos obtenidos por distintos conceptos, básicamente recaudatorios. Una huelga de quince días en un ayuntamiento, supone ahorrarse la partida salarial previamente presupuestada. Por lo tanto, la naturaleza de la presión ejercida no es económica. Pero si no es económica, entonces ¿de qué tipo es?
(To be continued...)

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