CDC y ERC son hermanos
biológicos. Ambos hijos de Jordi Pujol y de su proyecto. El primero es el hijo
legítimo, criado y educado para ser l’hereu;
el segundo es el hijo natural, amamantado por una nodriza puesta por el padre,
fuera del entorno familiar, acaso en algún piso alquilado y suficientemente
alejado de la hacienda familiar, pero vigilado a distancia.
Como en las antiguas masies rurales, donde del segundo hijo
para abajo dormían en los establos con el bestiar
–la casa pairal estaba reservada al
heredero y su familia- al hijo natural se le educó con otros designios, a
saber, ejercer de comparsa y avanzadilla de combate del hermano primogénito, legítimo representante de la casa. Pero
¡ay los inescrutables designios del destino! Hoy el primogénito se encuentra
aquejado de dolencias terminales, mientras que el hijo bastardo goza de buena
salud y reclama su derecho a heredar la hacienda familiar que el heredero no
sabe defender. Pero no se olvida de quién es su padre, aunque ahora esté en
horas bajas. O quizás precisamente por eso, porque si el patrimonio económico
está claro para quién ha sido, la herencia del patrimonio político sigue en
juego. Y aquí, de lo uno se sigue lo otro.
Como Felipe II respecto a
Don Juan de Austria, el primogénito CDC sintió en más de una ocasión celos y
antipatía hacia su hermanastro ERC, y trató en ocasiones de eclipsarlo y hasta
puede que de hundirlo. Tampoco tenía que esforzarse mucho; de natural exaltado
y dado a la delicuescencia, sus réditos iban siempre a parar al heredero.
Además, a diferencia de los hermanísimos Habsburgo, aquí estaba el padre
velando por su prole, y adjudicándole a cada cual el papel que le correspondía
de acuerdo con sus designios. Al hijo legítimo, gobernar y enriquecerse; al
bastardo, batirse el cobre día a día para aportar a la casa el sustento ideológico
que el proyecto necesitaba, del cual se le retornaban sólo migajas. En función
de su papel, a uno le tocaba ser comedido y centrado; al otro agitador de
conciencias y maximalista. Pero algo se torció y el primogénito se tornó un
inútil que, como en la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana, acabó
dependiendo para todo de su siervo, que vio así como llegaba su oportunidad.
Sin Jordi Pujol, ERC no
sería hoy lo que es ni estaría donde está: a punto de heredar la hacienda
familiar aun siendo un bastardo. El problema es que ni esto estaba previsto, ni
el hijo natural había sido educado para tal fin. Y la muerte política del padre
llega en un momento delicado para ambos hermanos, a la greña por la herencia.
¿Y ahora qué? ¿Acabará el heredero legítimo viviendo de realquilado en su
propia casa? Pues, ciertamente, no lo sé, pero puede que ni eso
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