Para cuando el dictador
cascó, ya nos había arreglado una nueva restauración monárquica, personificada
en el nieto del putero hemofílico. Aunque no lo pareciera, o sí que lo parecía,
la dictadura había cuajado sociológicamente mucho más de lo que nadie hubiera
podido imaginar. La izquierda nostálgica estaba cansada y quería volver, aunque
fuera con una monarquía si esta tomaba una apariencia democrática; a la
izquierda advenediza, por su parte, le daba exactamente igual monarquía que
república. Quería mandar y punto, para forrarse.
Y este último ha sido el
periodo más largo de democracia formal en España. Pero el concepto de
ciudadanía sigue sin arraigar. En su lugar, han proliferado nacionalismos,
centrales y periféricos, auspiciados por burguesías nacionales e internacionales puramente extractivas, que en
su voracidad van camino de liquidar lo poco de estado del bienestar que una vez
hubo en España.
Y ahora, cuando el rey
abdica, se vuelve a hablar de la III República. A mí me parece muy bien, ya lo
dije, soy constitutiva y genéticamente republicano. De acuerdo, largamos a
Felipe VI y se proclama la república ¿Pero de qué república estamos hablando?
Es de temer que la clase política sería la misma que hasta ahora; lo mismo reza
para el poder judicial o el empresariado y sus correlatos sindicales. El
penúltimo presidente de los empresarios españoles está en la cárcel por
chorizo, y al segundo sindicato del país lo está rajando en canal la más
bellaca de las corruptelas. De los políticos no hace falta hablar, sería
ocioso. Y del poder judicial… ¿Para qué? El espectáculo que está dando habla
por sí mismo.
Culturalmente hablando, la
llamada sociedad del conocimiento ha producido el contraefecto de una ramplonería
rampante que ruboriza tanto como enorgullece a los afectados. Las leyes
educativas contra natura que cada
gobierno de turno ha ido evacuando han analfabetizado a las generaciones
recientes a base de pacatadas y timorateces hasta el punto que se ha
consolidado tanto la ramplonería en el tejido social que, a la vez que no se
vislumbra por ningún lado la solución, de darse, tardaría generaciones en
surtir efecto. Como comentaba Jordi Ramírez en su blog, el problema no es que
los alumnos actuales sepan poco, sino que la mayoría de las pocas cosas que
saben son equivocadas.
Incluso en el detalle de
lo anecdótico, seguimos en el ruedo ibérico valleinclanesco. Quizás porque no
sean anécdotas, sino ejemplos. Hemos tenido y tenemos dirigentes mediocres, con
una formación penosa, algunos de los cuales afirmaban estar en posesión de
titulaciones universitarias que se habían inventado, desde directores generales
de la Guardia Civil hasta ministros y presidentes y consejeros autonómicos. Y
lo siguiente no es una anécdota, sino un ejemplo de cuándo hay concepto de
ciudadanía y cuándo no. No hace mucho, la ministra alemana de educación tuvo
que dimitir porque se descubrió que en su tesis doctoral de filosofía,
realizada veinte años antes, había incluido unos fragmentos sin citar la
referencia. Se consideró plagio y dimitió automáticamente. Claro, porque de no
hacerlo la hubieran hecho dimitir. Aquí, en cambio, hemos tenido ministros de
cultura cuya máxima titulación académica era el bachillerato, y presidentes
autonómicos. Sin ir más lejos, la actual vicepresidenta catalana afirmó ser
licenciada en Psicología sin serlo… Y no pasó nada. O el consejero de educación
Tete Maragall, que afirmaba ser licenciado en económicas y analista
informático, sin ni siquiera haber empezado jamás ninguno de estos estudios…
Hoy es flamante europarlamentario.
Excelente la saga y magníficos los análisis, por su rigor y su crudeza. Me permito recordar, con tu permiso, Xavier, que hubo un ministro de interior de profesión electricista y hasta un vicepresidente del gobierno cuya profesión real era algo equivalente a "sus labores". Lo has reflejado perfectamente con el símil valleinclanesco. Como he dicho tantas veces, y usando el préstamo de Thomas Pynchon, si Europa fuera un cuerpo humano y acertara a sentarse, España quedaría sumida en la más profunda oscuridad. Porque precisamente esa parte de Europa es lo que somos, o en lo que nos hemos convertido. Un saludo y enhorabuena por los artículos.
ResponEliminaGenial el préstamo de Pynchon. De acuerdo con esto, habrá que convenir en que Europa lleva unos cuantos siglos sentada.
ResponEliminaUn saludo