Al artículo de Félix Ovejero
publicado hace unos días en «El País», replica Jorge desde «Bajo la lluvia»,
complementándolo con algunas valoraciones discrepantes. Nos habla Ovejero de
una suerte de neoizquierda reaccionaria que estaría hoy en día en boga. Nos
dice: “Son muchos los herederos
ideológicos de Marx que se han vuelto comprensivos con la sinrazón religiosa,
simpatizan con quienes levantan comunidades políticas identitarias y muestran
antipatía con el proceso globalizador”. La izquierda histórica, nos
recuerda, era todo lo contrario. Prosigue algo más adelante: “Con todos los matices que se quieran, bien
pocos, el socialismo supuso la cristalización más consecuente del ideal ilustrado”.
Actualmente, en cambio, la izquierda se habría instalado a la defensiva y a
la contra, muy lejos de sus posiciones originarias: “Entre las muchas heurísticas posibles,
parece haber optado por la más idiota: la reactiva. El «de qué hablan esos, que me apunto a lo contrario». Lo peor de lo peor: tenerlo claro a la
contra. Una izquierda reactiva que se acerca inquietantemente a una izquierda
reaccionaria”.
Discrepa de la tesis central
el autor de «Bajo la lluvia»: “En lo que, desde hace más de un siglo, se ha denominado
"izquierda" conviven varios grupos sociales e ideológicos
notablemente distintos que beben en diferentes fuentes. Una de ellas, la que
ahora es hegemónica, proviene de la reacción (y nunca mejor dicho) romántica a
la Ilustración. Si la izquierda ilustrada se anuncia en Saint-Just y Babeuf y
se desarrolla en Marx, Engels o Bakunin, la romántica se remonta a Rousseau y
sigue con los socialistas utópicos, Kropotkin o Tolstoi”. Y prosigue: “En
el leninismo, la corriente ilustrada se convirtió en dominante mientras que los
románticos se quedaron en una posición subalterna y acabaron engrosando las
filas trotskistas y anarquistas. Su (…) hundimiento dejó el campo abierto para
que la izquierda romántica (…) este remedo de social-anarquismo marcadamente
reaccionario en muchos ámbitos de la existencia social...”
Difícil no estar
de acuerdo con ambos, porque la única diferencia se encuentra, y si se me
permite la expresión, en determinar qué es «ontológicamente» la izquierda
–Ovejero-, mientras que en Jorge se trataría de su recorrido a partir de qué es
y ha sido «sociológicamente» y políticamente. Y claro, nos podemos preguntar
entonces si hay una izquierda verdadera y otra falsa, pero verdadera a su vez
en tanto que socialmente tenida por izquierda. Claro que entonces, bien podría
ser «sociológicamente» un científico Nostradamus.
Durante su
visita a Barcelona en 1923, Einstein replicó con un rotundo «Das past nicht zusamen», a un
contertulio que había declarado ser a la vez socialista y nacionalista. Ambas
cosas no pueden darse a la vez, pensaba Einstein. Alguien podría replicar que
Einstein sabía mucho de física, pero acaso no tanto de política o nacionalismo.
No es verdad, pero admitamos que el tema no se pueda despachar sin más. De
acuerdo, pero antes reproduzcamos los posteriores comentarios que escribió
Ramon Campalans, el contertulio de Einstein. Nos dice Campalans que Einstein,
tras las oportunas explicaciones “captó
los matices más subtiles y frágiles de la vida catalana” sin que ello fuera
óbice para que no añadiera: “¡Pero esto
no es nacionalismo verdadero! Si me queréis creer, prescindid de este nombre
funesto”.
Resulta pues que
hay una izquierda que no es izquierda, y un nacionalismo que no es
nacionalismo. ¿Qué pasa aquí? ¿Es la izquierda una cosa que puede llenarse con
cualquier contenido? ¿Y el nacionalismo también?
¿Tienen las
palabras dueño, como afirmaba Lewis Carroll? ¿O la verdad es la verdad, dígala
Agamenón o su porquero, que decía Juan de Mairena? O peor: ¿Puede entender
cualquiera por «izquierda» lo que tenga a bien, y cualquier cosa vale? ¿Fueros
los Gracos, Espartaco, Diego Corrientes o el Tempranillo, de izquierdas por el
hecho de estar situados a uno de los lados de lo que se llama(ba) «lucha de
clases»?
En la película
«Reds» (Warren Beaty 1981), aparece una anécdota que tal vez nos
ilustre sobre las complicadas y antropológicas relaciones entre la izquierda y el nacionalismo o la religiones,
y entre la izquierda y sí misma. Dedicado a propagar el fervor revolucionario
en plena guerra civil rusa, John Reed se desplaza por cuenta del partido a un
territorio ruso de confesión musulmana. En su arenga a los combatientes, en
inglés y con traducción simultánea a cargo de una funcionaria del partido, les
habla de la revolución y de la lucha de clases. A la vuelta –poco antes que el
tren en el que viajan sea atacado por las milicias contrarrevolucionarias
«blancas»-, Reed, que ya ha aprendido algo de ruso, cae en la cuenta de que en
la traducción de su discurso, la palabra «revolución» ha sido traducida por
«yijad» -guerra santa-. Encolerizado, se dirige a la traductora, que se disculpa
informándole que ha seguido las instrucciones del camarada Zinóviev, el cual, a su vez, aduce
que los musulmanes se motivan más con este término que con el de revolución, y que
de lo que se trata es de que luchen al lado de los bolcheviques y no se pasen
al bando blanco.
(To be continued)
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