Casi seguro que, hoy en día,
Marx estaría defendiendo también a los empresarios que producen «algo»,
«cosas», y que tienen trabajadores asalariados (en realidad ya lo hizo, lo que
les recriminaba era otra cosa). Es decir, a todos aquellos sectores y agentes
que constituyen el tejido productivo de la sociedad. Insisto, a los que
producen «algo», «cosas», y del trabajo de producirlo obtienen, sí, dinero;
plusvalía incluida, cómo no. Porque todo esto de la ingeniería financiera, es
decir, producir beneficios sin producción de nada concreto, sino sobre el mismo
dinero, la verdad es que suena cada vez más a teología. A lo mejor es que
estamos volviendo a la Edad Media… Alguna utilidad debería tener también la discusión sobre el sexo de los ángeles ¿O no?
Eso sí, para la mayoría, Marx
está desfasado y superado. Entre otras cosas porque no supo prever la evolución
de la economía capitalista. Claro que esto presupone atribuirle la condición de
profeta. O de falso profeta porque no habría acertado en sus predicciones. Pero
esto de considerarlo un (falso) profeta, más bien parece un argumento aducido ad hoc para luego reprocharle que no
acertara. A lo mejor es que se equivocó de carta o de bola de cristal.
O también puede que, en
realidad, quienes le atribuyen tales veleidades mánticas a Marx no se hayan
leído el Capital; o que lo hayan leído mal, con mala fe o sin ella. En ambos
casos, tomándolo como el nuevo libro de la revelación (Apocalipsis, en griego);
unos para denunciar que sus profecías no se han cumplido, quod erat demonstrandum, y los otros, acaso necesitados de ellas,
por haberlas abrazado como tales profecías. Y puede que otros, en fin, simplemente
lo hayan leído como si fuera un tratado de economía. Y no lo es. Porque es un
tratado de filosofía en la línea que apunta el subtítulo: «Crítica de la economía política». Y ahí no hay que mirar hacia
Hegel, sino hacia Kant y a su concepto de «crítica»: condiciones de la
posibilidad... del sistema. Y la mayoría de economistas, sobre todo los
financieros, no saben de filosofía, porque no la estudian. Van a cosas más
«útiles», como la teología.
Al menos en «El Capital», Marx
no nos dice cómo funciona ni cómo ha de funcionar el sistema económico, sino en
qué consiste en su esencia; a partir, claro, de cómo funcionaba en su época. Y
en esencia, el sistema no ha cambiado tanto. Sigue siendo el mismo, sólo que en
otro momento de su propio proceso de despliegue interno. Igual que de las
palomas mensajeras hemos llegado a internet; pasando, por supuesto, por el
telégrafo, el teléfono, el fax... En esencia, de lo que se trata es de enviar mensajes,
como el de la botella de Police. Y
siempre para algo muy parecido, con independencia del medio. Aunque el medio,
ya se sabe…
Si en lugar de entender «El
Capital» como un manual de economía alternativa al sistema capitalista, o como
una vitriólica denuncia de su naturaleza y funcionamiento tal como él lo
conoció, lo entendiéramos de esta otra manera, como una obra de filosofía, a lo
mejor hasta resultaba que no está tan superado -como no lo está, por ejemplo,
la filosofía de Platón o la geometría euclidiana; eso sí, se ha ido más allá,
como mínimo en el caso de Euclides- y hasta podríamos entender muchas otras
cosas que ocurren en la actualidad: como lo de Panamá.
Es verdad que, apelando al
análisis de Marx, en apariencia, el trabajo como substancia/valor parece que
esté siendo substituido por la forma/valor: el dinero o el capital. Pero esto
es sólo en apariencia, la distorsión producida por el espejismo resultante de
la implantación de la tecnología y del establecimiento de múltiples eslabones
entre las fases de producción en sí, y su corolario dinerario o financiero. Es
decir, mucha más distancia entre el poder económico y la producción. En
definitiva, más receptores de beneficio o, si lo preferimos, más comisionistas.
Al final, de tan lejos como está el dinero de la producción, puede parecer que aquél
funcione por sí mismo con independencia de ella. Cierto que en un tiempo las
grandes fortunas iban asociadas a megaestructuras productivas, Krupp, Ford o
Agnelli -también estaban los banqueros Rochild, cómo no-, o hasta Bill Gates. Hoy no. el paradigma actual, aunque algo trasnochado, es Soros; en el supuesto de que Soros
represente algo...
El paradigma fue en un tiempo
la fábrica, y luego los bancos -las modernas catedrales de la teología
capitalista-. Pero en realidad, esto es sólo la forma que adopta el sistema.
Porque los bancos también dependen del flujo de un dinero que, cada vez más,
parece que no tenga dueño hasta que ni exista materialmente (el dinero), aunque sí haya
quién obtiene beneficios de él; y perjuicios.
Hoy manda Panamá. Entiéndase:
no el protectorado americano que es, bajo la apariencia de estado soberano, la
república de Panamá, no, sino los Panamás como paraísos de la inversión desde
los cuales se decide qué bancos funcionarán fon fondos proveídos a sus propias instancias, y bajo qué condiciones éstos harán
funcionar las estructuras productivas. Desde ahí se decide quién tendrá éxito y
quién no, desde una lógica implacable, la de maximización del beneficio, que
sigue siendo la misma de siempre. No es que el dinero no tenga otro nombre que
el suyo propio, ni obedezca a nada más que a su propia lógica. Nada de esto.
No. Lo de Panamá no es una
anécdota, sino la esencia del sistema, en el cual, funcionalmente, el dinero parece
haber pasado de medio a fin en sí mismo. Porque forma parte esencial de la lógica
del sistema. Pero esta lógica no es la lógica del dinero. No, todo esto es
humano, demasiado humano. Mucho aporta en este aspecto otro autor igualmente
«superado». Me refiero a Max Weber. Tan distinto, y tan coincidente. Otro día.
Existe también otra
posibilidad, y es que estemos a las puertas de una
neomedievalización que consistiría en el primado de la tecnología teologizada
–cuya condición necesaria es la ignorancia funcional-. Una suerte de
readaptación a la medievalidad. No en vano el propio Marx afirmó que el hombre
inventó a los dioses y luego se arrodilló ante ellos. Y el dinero alguien lo
inventaría…
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