Un canal es un lugar de paso,
una vía abierta a través de un medio impracticable para desplazarse. Como en
tierra firme había caminos de a pie, de herradura y de rueda. En el caso que
nos ocupa: una vía acuática que permite transitar entre tierra firme. Los
ingleses, por ejemplo, acaso por su condición insular y marinera, tienen en su idioma tres
términos distintos para definir lo que nosotros nos basta con uno: «Channel», que refiere a un estrecho
marítimo natural, como su canal de la Mancha; «canal», que refiere a un cauce o conducto artificial por el que
discurre el agua, como podría ser un canal fluvial; y, una vez más «canal», escrito igual que en el segundo
caso, pero pronunciado diferente, que nos remite a algo parecido a un estrecho
marítimo (primera acepción), pero artificial. En este tercer caso se encuentran
el canal de Suez, o el de Panamá.
Oí decir en cierta ocasión -no
lo he contrastado- que ya allá por el siglo XVII o XVIII, unos holandeses
sugirieron a la Corona de España la construcción de una vía de comunicación
entre los océanos Atlántico y Pacífico. Propuesta que, por supuesto, se
desestimó; y acaso con buen criterio, aunque con toda probabilidad no fue ésta
la consideración primordial. Sin que esté en condiciones de asegurarlo, diría
que la tecnología disponible en aquellas épocas lo hacía inviable. Pero los holandeses de esto sabían mucho ya por entones. Así que nunca se
sabe; los antiguos egipcios habían comunicado mediante canales navegables el
delta del Nilo con el mar Rojo -anticipándose tres milenios al canal de Suez-;
y en el siglo I, el emperador romano Nerón inauguró las obras de un canal en el
istmo de Corinto entre el Egeo y el Jónico. En este último caso, las obras no
prosperaron, pero parece que fue por razones ajenas a las posibilidades
técnicas de llevarlo a cabo. En fin, que nunca se sabe…
Quien sí vio en el istmo de Panamá
múltiples potencialidades fueron los Estados Unidos. Así que le arrebataron
este territorio a Colombia, por las buenas y sin dar más explicaciones.
Sobornaron al comandante de la guarnición -que se fue con viento fresco, pero
con el bolsillo lleno de dólares- plantaron la Stars & Stripes y aquí estoy porque he llegado. Fue en 1903. No
era imperialismo, como no lo había sido en Cuba cinco años antes. Y si alguien
lo duda, que se lo pregunte a los filipinos, que se dejaron cien veces más
muertos en tres años contra los EEUU –de 1899 a 1902- que en cuatro siglos contra España. No, no era
imperialismo… Porque no se trataba de dominar por la brava sin más: era por
algo. Nada personal, sólo negocios, como decían los Corleone.
En 1904, año siguiente al de
la proclamación de la república títere de Panamá, los norteamericanos empiezan
la construcción del canal. Diez años después (1914), y con unas decenas de
miles de semiesclavos muertos en el empeño, lo inauguraban. Luego vinieron las
cuentas off shore, que no son sino la
continuación de lo mismo: canales de evitación que permiten transcurrir por un
terreno impracticable… Sólo que, en este caso, no es por el agua para evitar tierra
firme, sino otra cosa.
Off
shore. Que palabra tan curiosa. En inglés «shore» significa, como tantos otros términos ingleses, muchas
cosas. Freguianamente hablando, diríamos que tiene muchos referentes. «Off shore» aún más, pues añade matices a
cada uno de ellos. Usualmente, «más allá de la costa», o sea, en el mar. Pero
quien fija la referencia es el límite, de modo que también significa
extraterritorialidad, definiéndose ésta a partir de la línea que marca este
límite, esta frontera. Y según la posición de cada cual con respecto a él, está
«in shore» o «off shore»; según el
punto de vista. Hasta he oído a tíos –angloparlantes nativos- decir que se iban
«in shore» cuando pillaban el helicóptero
hacia la plataforma petrolífera. Todo depende de allí de dónde uno se sienta,
supongo. Yo, como sólo domino el inglés si es bajito y se deja, pues eso: extraterritorialidad,
extralegalidad…
¿Quién no aparece implicado en
las cuentas off shore? Están los
Bush, el rey de Marruecos, el Premier británico
–una herencia de su padre, dice; sí, como la que legó Florencio Pujol-, Rodrigo
Rato –otro gran patriota-, el primer ministro de Islandia, Putin… políticos de
la más variada laya y de todas las naciones –con o sin Estado, y de todas las
categorías: «civilizadas», bárbaras y salvajes-, la mafia… Deportistas, actores
y directores de cine- buenos y malos-, la Iglesia –todas las iglesias que en el
mundo han sido y siguen siendo-, banqueros –todos los bancos, que aquí reducen
personal, pero no sus contratos blindados-, famosos, famosas y hasta famosillos
de medio pelo… ¿Quién no está?
En realidad, para sorprenderse
de esto se requieren unas grandes dosis de buena fe. Igual que los batracios
respiran por la piel aunque también boqueen, el «sistema» exuda paraísos
fiscales, topoi off shore –con perdón-, en
los cuales esconde, no sus vergüenzas, sino su auténtica naturaleza.
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