El 25 de abril será siempre el
día de la revolución portuguesa, la revolución de los claveles, la revolución
de los capitanes… La señal era la transmisión por la radio de una canción: Grândola, Vila morena, que desde
entonces se asocia a este día y a los hechos que en él sucedieron. Cuando
sonara, significaba que la radio estaba tomada y se ponía en marcha el
dispositivo para derrocar al gobierno dictatorial. Y sonó.
Había estado en Portugal poco
antes, de niño. Sería por el setenta y uno o el setenta y dos. Recuerdo la miseria
y paupérrimas condiciones de vida. Una imagen, en una playa, y con un mar nada
apacible, con las mujeres y los bueyes arrastrando hacia dentro una barca de
pesca a remos, cuya imagen se me antoja como una góndola de catorce o quince metros
de eslora…
Portugal era por entonces un
país con apenas unos nueve millones de habitantes, en manos de una oligarquía
compuesta por unas cuantas familias, que mantenía un ejército permanente de más
de seiscientos mil hombres, una guerra ruinosa desde hacía años en
las colonias africanas que luchaban por su independencia –Angola, Mozambique,
Guinea…-. No se veían jóvenes por las calles… Estaban pegando tiros en el
África. Atávico como era el país, y reaccionariamente ciego su gobierno, se
mantenía un cierto cupo que permitía a los ricos librarse del oneroso honor de
servir a la patria. No era pago directo, o sí. Se trataba de comprar a precio
de orillo el carnet de marino mercante, aunque luego no se subiera uno ni a un
colchón de playa, con el cual se eximía del servicio militar.
Fueron los propios militares
portugueses quienes acabaron con la dictadura. Y esto merece un comentario aparte.
En condiciones normales, un país con la población de Portugal hubiera tenido un
ejército permanente de, a lo sumo, cien mil hombres. Seiscientos mil lo situaba
prácticamente al límite de la capacidad de movilización. Pero un ejército es una
estructura jerárquica piramidal: a más soldados, se requieren más sargentos,
más capitanes, más coroneles y más generales.
Como en la mayoría de países
oligárquicos, la estructura de la oficialidad era cerrada y reservada a castas
familiares relacionadas con la oligarquía. Y no daban para cubrir la
oficialidad requerida en un ejército de más de medio millón de hombres. Hubo que
recurrir, por tanto, a oficiales de complemento: universitarios y gente con
estudios, para que ocuparan plazas de oficiales. Gente con una mentalidad muy
alejada de la contumaz reciedumbre propia de la casta militar portuguesa de
siempre. Llegaron a ser mayoría, y hasta alcanzaron a «contaminar» a algunos de
los de siempre. Y decidieron hacer la revolución. Mientras tanto, aquí
seguíamos con el piyayo.
No se les reconoció demasiado;
la mayoría fueron relegados al olvido. Hicieron buenas también aquellas frases
de la canción de Lluís Llach. Sirvan hoy, desde aquí, como homenaje:
“Bon
viatge pels guerrers,
si al seu poble són fidels”.
Debo reconocerle, Don Xavier, que ha escrito usted un artículo muy visual con una excelente descripción, un gran artículo. Felicidades.
ResponEliminaNo se merecen, pero muchas gracias, Doña Carmina.
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