LA REPETICIÓN DE CURSO COMO PREMIO "CUM LAUDE"
Se acercaba la LOGSE. Se nos
había anunciado que para el curso siguiente nos anticipaban su aplicación en el
instituto. Y los cambios que todo ello iba a comportar. Accederían maestros de
primaria a la secundaria, los cambios de clase iban a ser inmediatos, nada de
pasarse por la sala de profesores a fumar el cigarrillo y cambiar de legajos. Y
la promoción automática: eso de suspender se había acabado, ahora sería
distinto… Sí, distinto ¿pero cómo de distinto?
Como en las charlas
adoctrinante-adoctrinadoras que nos impartían los burócratas se hacía mucho
hincapié en que el centro tenía que empezar a saber organizarse por sí mismo y
que eso de que todo estuviera hecho desde arriba y nos «limitáramos» a
aplicarlo se había acabado también, un grupo de profesores pensamos en crear
una comisión que estudiara los criterios bajo los cuales se iba a regir la
promoción de curso en el centro. Al director, tan incompetente académicamente
como furibundamente logsero, no le entusiasmó precisamente la idea, pero la
admitió y hasta hizo acto de presencia en alguna de las reuniones que, fuera de
horario, por supuesto, mantuvimos a lo largo del curso. ¿Voluntarismo? Puede,
puede…
El caso es que cuando
teníamos más o menos hecho el trabajo y, acorde a lo acordado, nuestras
conclusiones iban a pasar al Claustro parra que las debatiera, enmendara y, si
procediere, aprobare, el director se descolgó anunciándonos que a la próxima
reunión vendría la inspectora del centro. Que no se trataba en modo alguno de
interferir en la autonomía del centro, sino de tomar nota y avalar.
De la inspectora en cuestión
no diré nada, excepto que llegó más tarde a las plantas altas de Vía Augusta y
con suntuoso despacho propio. Del director ya dije lo que tenía que decir. Nada
más empezar la reunión, ambos adoptaron una actitud grave e institucional.
Mientras el director asentía con asincopados movimientos de cabeza arriba y
abajo, la inspectora nos espetó que no habíamos entendido la reforma educativa,
y que el informe que habíamos elaborado era de «otros tiempos», justamente los
que estábamos dejando atrás.
Ahora, nos dijo, lo de
repetir ya no será nunca más un «castigo», sino muy al contrario, un «premio».
La repetición de curso como tal era algo que quedaba desterrado del sistema,
como tantas otras cosas que iban a seguir idéntico destino. De ello se infería
claramente que todo nuestro trabajo no había servido para nada. Más aún,
empezamos a intuir que los miembros de la «comisión» estábamos ya bajo la más
terrible de las sospechas que por aquel entonces podían caerle a un profesor:
ser un disidente de la LOGSE, es decir, un reaccionario apegado a sus
inconfesables privilegios e indiferente, cuando no abiertamente hostil, a la
maravillosa reforma educativa que los progres habían pergeñado.
La inspectora concluyó su speech con la siguiente afirmación: A
partir de ahora, sólo podrá repetir curso aquel alumno que, por ejemplo, haya
tenido una hepatitis y no haya podido asistir a clase durante unos meses,
siempre y cuando no haya conseguido los objetivos. El resto, promocionando que
es gerundio.
La voz cantante de la
«comisión» había sido un profesor que, por aquel entonces, era para mí de
avanzada edad. Catedrático pata negra, con dos doctorados, tres licenciaturas
–Biología, Química y Música- y una amplia cultura en otros ámbitos fuera de sus
especialidades. Había intentado replicar sin obtener el menor reconocimiento,
atención ni educación, por parte de la inspectora a lo largo de la filípica.
Concluida la catequesis, sacó de su maletín un examen, es decir, una hoja toda
ella en blanco, sólo con unos trazos que, hemos de suponer, transcribían el
nombre el autor del examen en una caligrafía ilegible y, en tinta roja, un CERO,
de autoría atribuible al profesor.
“¿Y
qué he de hacer con un alumno así? ¿Ponerle un cinco?” le
preguntó entre desazonado y perplejo. La respuesta fue el mantra logsiano del que seguimos sin zafarnos:
“Si te pasa esto, es que eres un mal profesor” Punto final.
Admirado Xavier,
ResponEliminaDesde hace muchos años tengo un admiración por los profesores de enseñanza media como la que antaño solían tener las gentes por los guerreros, los exploradores o los mártires. Cuando yo empezaba la licenciatura me veía como profesor de enseñanza media, algo que en aquel tiempo parecía una meta realista. Antes de terminar la licenciatura las cosas cambiaron y empezó a ser más y más difícil conseguir una plaza en un instituto. Mi mujer se presentó varias veces a oposiciones, y siempre sin éxito. La primera vez recuerdo que la acompañé a Madrid (vivimos en Oviedo), porque las oposiciones todavía estaban centralizadas. Yo tuve suerte, pude hacer la tesis, estuve un par de años becado en el extranjero y con el tiempo llegué a ser profe de universidad.
En la actualidad no sólo es casi imposible conseguir plaza como profesor de enseñanza media, sino que el trabajo en sí ha dejado de ser algo que pueda hacer una persona normal, para convertirse en una carrera de obstáculos, en una ascensión del Everest, en una inmersión a pulmón libre a cientos de metros en aguas oscuras. La causa, claro, los cambios en los alumnos, en la actitud de los padres y, sobre todo, en los responsables políticos.
Este preámbulo es para dejar claro que lo de admirado no es ni broma ni medio broma ni hipérbole, y esto es cosa que he repetido cien veces a quien ha querido escucharme. Y para decirte que si me atrevo a proponer un modo de actuación, lo hago desde una postura humildísima y desde el reconocimiento de que sólo los que estáis en esas trincheras de primera línea, sufriendo lo que a veces cuesta creer y viendo caer a los compañeros en el desánimo, tenéis la autoridad suficiente para decir qué puede funcionar y qué no.
Mi propuesta es: protestar. No callarse. Nunca. Apelar al estado de derecho. Tratar la situación como lo que realmente es, y llamar a las cosas por su nombre: denunciar ante los medios y la sociedad los intentos de los responsables políticos y sus inspiradores pedabóbicos de continuar degradando nuestra educación. Como lo haces en este blog, y como lo hacen otros compañeros. Sabiendo que el camino será largo, pero que tenéis razón. Sin desfallecer nunca. Porque tenéis razón, y ellos lo saben. Hay que explicar esas actuaciones de la inspección, como ahora lo haces, y decir que este modo de actuar es impropio de un sistema verdaderamente democrático y abierto, y que los que hablan de "otros tiempos" no son mejores que sus predecesores de hace décadas, comisarios de la corrección política.
Si nuestra sociedad quiere que incluso los militares puedan expresarse con libertad, ¿puede pretenderse que los profesores tengan que funcionar manu militari bajo amenaza de expediente?. Hay que denunciar la situación y para ello usar el lenguaje adecuado: coacción, prepotencia, autoritarismo, mobbing, etc.
En fin, tengo el día pelmazo, y supongo que lo que quiero decir es, sobre todo, GRACIAS.
Un abrazo
Muchas gracias por tus elogiosos comentarios, querido Bacon. Pienso que sin duda inmerecidos, pues no debería ser merecedor de encomio aquél que, simplemente, dice y razona lo que piensa. El problema, como bien sabrás por la universidad, es que en temas educativos hay demasiada gente que no dice lo que piensa y dice lo que no piensa.
EliminaProbablemente lo único que nos quede sea, como muy bien dices, protestar y no callarse nunca. Y poder pasar el relevo cuando llegue el momento, a la espera de mejores tiempos.
Un abrazo
Xavier: y lo peor es que no hemos movido la posición un ápice. Da igual pendular de izquierda a derecha: repites una vez y pasas de curso hagas lo que hagas. Lo que ha pasado (y sigue pasando entre los profesores) me recuerda a mí a La banalidad del mal de Arendt (salvando las distancias). Todos obedecemos sin plantearnos mucho más y sin plantar cara, y a base de repetir atrocidades (educativas) nos acabamos acostumbrando. Al final nadie levanta la voz...Bueno, unos pocos sí ... gracias.
ResponEliminaEfectivamente. Algo tan simple como que es imposible entender lo que es una raíz cuadrada si no se ha aprendido a multiplicar y a dividir, de modo que si no lo has aprendido, mejor que repitas porque de lo contrario arrastrarás esta carencia sin solución de continuidad, afirmarlo hoy en día ya te sitúa como elitista, academicista y, por supuesto, reaccionario.
EliminaEn realidad, siempre he pensado que detras de toda esta cantinela lo que hay es un proyecto infonfesado, pero explícito, de convertir los centros académicos en meramente asistenciales.
Todavía somos un pueblo que, como decía la letra de Jarcha, trabaja y calla, pero debemos, y se nos aconseja, que si ha lugar nos quejemos, y que lo hagamos con toda seriedad, de modo formal y por escrito. Así creo que podría haber procedido el profesor ninguneado. O quizás, difamado o denigrado, que estas cosas a veces hay que medirlas con calibre fino o lente de abogado.
ResponEliminaHe oído que en establecimientos de varias clases la actitud de quien no ha dado buen servicio cambia y mucho al pedírsele hoja de reclamaciones. A veces habría que levantarse, decir el nombre de uno y seguir "quiero hacer una queja formal", y justificarlo, claro, explicando, por ejemplo, que no he sido evaluado y, sin embargo, quien no me había visto en la vida me ha llamado en público mal profesor. O algo así.
Son cosas que nunca hice, pero que he pensado varias veces. Espero no tener que hacerlas, pero a veces ayuda pensar que podemos hacerlas, y que no somos meros esclavos de ningún comisario, ni seres sin derechos, ni sin voz. Mucha gente se jugó bastante en épocas de menos libertades por denunciar cosas no mucho peores que éstas.
Tienen, y es muy bueno que así sea, los alumnos y las alumnas derecho a quejarse de cuanto quieran, a reclamar por la correción que ellos y ellas entienden injusta de un examen. Habría que preguntar a algunos y a algunas si tenemos derecho a estar en desacuerdo con los métodos que nos llegan desde arriba, con cómo se nos pueda juzgar o evaluar, o si es que los profesores carecemos de esos derechos.