Pasará a la historia como el
hombre que trajo la democracia. En su momento se le tildó de «traidor» -al
régimen del que provenía-, «advenedizo» -falto de ideología y ebrio de poder-,
«tahúr del Mississippi» -por sus supuestas truculencias- el «Kerensky español»
-desde cavernas hoy muy aireadas y
luminosas- y otras lindezas que, de citarse, alargarían este post hasta el
infinito. Hoy todos, empezando por sus más acérrimos críticos, le consideran un
hombre de estado.
Puede que Suárez acabara convirtiéndose
en un demócrata de verdad, y acaso por eso le echaran. Una vez en los anaqueles
de la historia, cuando ya no podía ser un estorbo para nadie, los vituperios
devinieron elogios. Quizás su error fue pretender seguir en política cuando su
tiempo había pasado.
Ante una oposición impotente
y en un país que desde 1939 estaba ocupado por su propio ejército, la
transición a la democracia se diseñó y se realizó desde sectores del régimen
franquista que comprendieron, no sólo la inviabilidad de proseguir con una
dictadura anacrónica que cada vez se parecía más a una caricatura de sí misma,
sino también la conveniencia y la plausibilidad de que, dirigiendo este
proceso, ciertas cosas quedaran a debido resguardo. Y este es el papel que se
le encomendó. Y lo llevó a cabo. Cuando sus servicios dejaron de ser
necesarios, se prescindió de él.
Siempre he pensado que
algunos de los defectos de fabricación de la democracia española se deben, no
tanto a que el proceso fuera diseñado y tutelado desde sectores del propio
régimen tardo franquista más o menos contemporizadores, sino también, y sobre
todo, a la impotencia de una oposición que, con la excepción del PCE, era
prácticamente inexistente y remitida a lo que hoy llamaríamos meramente
virtual.
En este sentido, Suárez sí
supo conectar con una realidad sociológica chabacana como la española del
tardofranquismo, más interesada en la legalización de las películas de destape
que en una participación ciudadana activa y responsable en una democracia
«democráticamente» vertebrada. No lo digo como demérito, sino más bien como
todo lo contrario. Lo que se ha llamado el franquismo sociológico no sólo era
hegemónico en la España de los setenta, sino que se transmutó en democratismo
liviano, puramente estético y donde la narcosis social persistió en toda su zafiedad, eso sí, sin
menoscabo de las preceptivas terapias lampedusianas que le iban a proporcionar
una pátina más presentable. Vamos, como un tratamiento anti caspa simplemente
paliativo, pero no curativo. Aún hoy persiste.
El PSOE contaba cuando el
congreso de Suresnes (octubre de 1974) con apenas 2500 militantes en toda
España, y ello contando las cuotas presuntamente «fantasmas» que, a raíz el
«Pacto del Betis», dieron en dicho congreso la victoria a los «renovadores» de
Felipe González. Seis años después, en 1980, afirmaba tener doscientos mil.
¿Partido político o agencia de colocación?
La UCD, por su
parte, fue una malgama concebida para gobernar la transición, pero el coche oficial
tira mucho y crea apego. Cuando vieron que perdían el poder echaron a su jefe e
implosionaron. ¿Alguien se acuerda de cuántos ilustres nombres se pasaron con
armas y bagajes al encantado de haberse conocido PSOE de Felipe González? ¿O a
la troglodita AP de Fraga y su gerontocracia caudillista?
Sí, claro, todos ellos, unos
y otros, demócratas de toda la vida ¿Quién podría dudarlo?
Me contó en cierta ocasión
un antiguo profesor mío que, hallándose en Alemania becado para ampliar sus
estudios de filosofía, se alojaba en la casa de un colega suyo alemán. Estamos
en el año setenta y siete o setenta y ocho, cuando tras la muerte de Franco,
toda Europa miraba a España con la incógnita de qué iba a pasar. El primer día
en Alemania, en la sobremesa posterior a la cena, el alemán le preguntó por la
situación en España, que cómo veía él la cosa y, más concretamente, si seguía
habiendo sectores franquistas importantes entre la población. Algo socarrón
como era, el otro le respondió que, bueno, a ver... la cosa era relativamente
sencilla, en España, el día antes de la muerte de Franco todo el mundo era
franquista, al día siguiente de su muerte, nadie. "¡Fíjate! ¡como aquí!", exclamó la esposa del alemán desde la
cocina...
Es posible que Suárez
fuera un demócrata más sincero que muchos otros. En verdad, no lo sé. Sí lo sé,
en cambio, de los que tanto le criticaron. Aquellos polvos trajeron esos lodos.
Eso sí, se ha llevado algunos secretos a la tumba. ¿Quién le echó? ¿Qué y quién hubo detrás del 23-F?
Descanse en paz.
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