Desde una lectura
superficial, podría decirse de ambas obras que se apuntan al linchamiento de la
memoria... Nada más falso. Más bien el mensaje que nos dejan es que la memoria,
sin la inteligencia, no es nada. Entendámonos, no es ni memoria. Porque la
memoria es información, y es sobre esta información que construimos nuestro
conocimiento, poniendo los hechos en relación, negligiendo lo prescindible, construyendo
conceptos...
Se diría que los detractores
de la memoria han confundido la memoria mecánica, la simple acumulación de
datos en la mente, con la memoria significativa, la capacidad de organizar
estos datos con una intención concreta. Y al hacerlo, no solamente denostan a
la primera arguyendo que dicha información se puede hoy en día obtener por
otros medios, como por ejemplo internet, sino que a la vez confunden la segunda
con la imaginación, la creatividad o la espontaneidad. Los hechos
significativos se guardan en nuestra memoria y son los que nos permiten
explicar en dos minutos la trama de Hamlet o del Quijote; son los que la
inteligencia busca y extrae de nuestra memoria dentro de un contexto, para
construir sus tramas de significado. Y este significado lo es para un sujeto
cognoscente, no para un loro, por ejemplo.
La patochada, con perdón,
pero sólo puedo definirlo así, de pensar que las facilidades actuales de acceso
a la información nos dispensan de la necesidad de memorizar, sólo pueden
fundamentarse en dos suposiciones igualmente extravagantes, a la vez que
contrapuestas. La primera, que la simple información, los hechos, contienen en sí
mismos una cierta significatividad que los hace cognoscentes. El sujeto, en
cuanto a tal, no tiene entonces nada que entender porque ya está todo entendido
en ellos. Se trate de simples hechos o de las teorías más complejas. Con ello,
se está negando al sujeto cognoscente como requisito para que haya
conocimiento.
La segunda, en las antípodas
de la anterior e igualmente extravagante, presupone todo lo contrario: que el
individuo es depositario y contiene formalmente en sí este conocimiento; que
cualquier información que obtenga podrá ser procesada y sistematizada sólo con
seguir sus impulsos espontáneos. Vamos, que hasta la «anamnesis» se queda
corta. O sea, algo que ni el más delirante de los innatismos se atrevió a
postular jamás. Porque no hace falta ni esfuerzo para recordar.
Más trivialmente: Lo que
hoy ofrece internet es lo que antes eran, y siguen siendo, las enciclopedias y
las bibliotecas. Que la cantidad de información accesible sea mucho mayor no es
relevante para el caso, porque seguimos sin estar eximidos de memorizar, ni
aunque luego gran parte la olvidemos, para suprimir lo irrelevante y las
diferencias, para distinguir lo significativo en relación a lo que queremos
entender o conocer... lo que se le llama procesar la información. Y esto sólo
lo puede hacer un sujeto cognoscente, es una operación del intelecto. Y sin
ella, no hay sujeto cognoscente. Por eso, como decíamos en la primera entrega,
se hubiera reído tanto Descartes.
Estupenda argumentación, Xavier, con la que coincido plenamente. A mí me parece que quien no quiere entenderlo es precisamente por eso, porque no quiere (o porque no le conviene a sus fines más oscuros). Opino, si se me permite, que la renuncia a la información que deberíamos retener almacenada en nuestra memoria física y su delegación o "externalización" en artefactos tipo internet y similares, supone una traición tanto a nuestra naturaleza como a nuestra formación y, desde el plano moral, una cobardía difícilmente justificable. De la sensación de pereza que podamos transmitir ya ni hablamos...
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