Es bien cierto que nunca
sabemos los acontecimientos que se pueden desencadenar a partir del aleteo de
una mariposa. Por lo tanto, siempre es prudente mantener una cierta distancia ante
previsiones que no contemplen la posibilidad de errar. Pero también es verdad
que, a veces, el contexto mismo nos está diciendo que Armagedón todavía puede
esperar.
No creo que pase nada del
otro mundo con relación a la crisis de Ucrania. Y más bien pienso que ciertos
alarmismos son más para consumo interno que otra cosa. Rusia quiere lo que
considera suyo y entiende que le quitaron en mala ley. Lo más probable, a ver
si acierto, es que Crimea se convierta en algo así como la república
turco-chipriota; que nadie, o casi nadie -a ver qué dice China- reconozca la
integración o anexión, pero que esta se consolide de facto de acuerdo con los designios de la realpolitik putiniana.
El de iure ya vendrá luego, como siempre.
Ucrania, por su parte, puede
acabar escindida o, pienso yo que, más bien, convertida en una confederación que,
una vez más, de facto, serán dos países
que vivirán de espaldas, pero las apariencias, ahí sí cuentan, se habrán
salvado.
Los EEUU no agudizarán una
crisis que, de perseverar en ella, no les puede traer nada bueno y que, además, les
importa más bien poco. Y no sólo porque Rusia sea «algo» más que Irak, Serbia o
Irán, sino también porque a nadie en sus cabales le interesa su desestabilización
y hay que contar con ella. Al cabo, y ahí sí creo que el pragmatismo
norteamericano se impondrá al pangermanismo (¿sólo?) económico de Frau Merkel, lo
verdaderamente importante, la Europa del este, está plenamente consolidada en
la esfera occidental. Las zonas en disputa son sólo una parte de las que Rusia
perdió y las más «suyas». Así que, al final, todos salvarán la cara, menos los
que estos mismos decidan que les ha tocado pringar. Así es la política, así es
la vida.
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