Confieso no haberme enterado
hasta este mediodía -despistado que es uno- de la flamante operación de leasing urbano que dejará, según afirman
los noticiarios de TV3, unos 65 millones de euros a la ciudad de Barcelona. Una operación que consiste en alquilar un espacio público, con museos y jardines públicos incluidos, para que celebre allí su boda con todos los fastos la sobrina de un émulo indostánico del Tío Gilito. Increible, pero
cierto.
En el reportaje de TV3 se
entrevistaba a algunos de los desafortunados transeúntes que, a día de hoy,
habían decidido darse una vuelta por Montjuic y, en algún caso, hasta con la “decadente”
intención de visitar el Museo donde, por ejemplo, están las mejores muestras
del románico y del modernismo catalán. En vano, estaba todo cerrado al público
porque se estaba trabajando en el montaje que requiere la boda de marras.
Entre los entrevistados,
unas chicas de la misma Barcelona, según afirmaban, parecían hasta contentas de
haber amagado en su visita al museo. Ignoramos si por el hastío que las embargaba sólo
de imaginarlo o porque, según dijeron, esta boda proyectaría la imagen de
Barcelona en el mundo, y “això està molt
bé!”. Muy al contrario, una turista francesa manifestaba su perplejidad
y desagrado ante la ocupación de un espacio público para una boda privada, por más que se
trate de un magnate indio. Definitivamente, la Ilustración no pasó por
estos pagos. O pasó de largo.
Y lo peor del caso es que
que, o mucho me equivoco o, a prudente distancia para no molestar la intimidad
de los cientos de invitados, unos miles de ciudadanos controlados
por vallas y policias, se apretujarán inclementemente pugnando por contemplar el
espectáculo, en lugar de correr a gorrazos al alcalde Trias y al president Mas, ambos, cómo no, invitados
a la boda. Por
cierto, lo de Trias y Mas invitados a la boda, prefiero no decir lo que me evoca. Y conste que el millonario indio no tiene ninguna culpa de todo esto. Él sólo quiere casar a su sobrina. El problema no es de quien compra, sino de quien alquila o vende lo que no es suyo. Claro que si pensamos en lo que están haciendo, sin ir más lejos, con la Sanidad Pública catalana, lo de cerrar temporalmente un Museo, un parque y algunas avenidas se queda en pecata minuta. ¡Menudos, ellos!
Pues ya lo tenemos, como
en esto todo es empezar y ya conocemos el percal, auguro para dentro de poco
una guerra sin cuartel entre alcaldes y gobiernos autonómicos de toda España
disputándose groseramente la celebración de bodas millonarias en sus
respectivas plazas mayores, anfiteatros romanos, parques y museos públicos… con
gradas y todo para que la ciudadanía –es un decir- no pierda comba del evento.
De momento, por aquí ya hemos marcado el camino. Y luego dicen que no somos los
mejores. Envidia, lo que nos tienen a los catalanes es envidia…
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