Exactamente igual que poco después,
y ya en plenas guerras carlistas, los catalanes alzados en armas nunca lo
fueron por una Cataluña más o menos independiente, sino en defensa de unos
derechos dinásticos muy concretos a la corona de España, y de una monarquía absolutista, teocrática y anti ilustrada,
nostálgica de unos valores apegados a lo clerical y a lo rural. A su vez, los
partidarios de los liberales tampoco se
distinguían de los el resto de España, salvo en que quizás hablaban catalán y,
eso sí, empezaba a surgir una cierta burguesía comercial e industrial cuyos
intereses estaban objetivamente con el modelo liberal. Una burguesía que en
otras zonas de España, debido a su atraso económico endémico, no acabó de
consolidarse hasta mucho, mucho, después.
Tampoco parece demasiado
normal que un país invadido aporte al ejército invasor la cantidad de oficiales
que Cataluña aportó al ejército español durante el XIX y principios del XX. Y
no estoy pensando solamente en Prim, Milans, Cabrera o Baldrich... La presencia
catalana entre la oficialidad del ejército español fue numerosa y, diría yo, en
proporción a su población o aún más, dado el grado de militarización de la
sociedad que las guerras carlistas impusieron en la Cataluña del siglo XIX.
Igualmente, la presencia catalana en las guerras decimonónicas exteriores, como
la de Marruecos y el cuerpo de voluntarios catalanes, fue en todo momento
notoria. Más adelante, ya en la II República, Batet -fusilado luego por Franco-
fue jefe del estado mayor del ejército. Tampoco está de más recordar que el
mismo Francesc Macià, primer presidente de la Generalitat republicana, era un
militar de carrera que alcanzó el grado de coronel antes de ingresar en las
filas del catalanismo político nacionalista.
En el terreno político, la
participación catalana no fue menor. Tres presidentes del gobierno -Prim,
Figueras y Pi i Margall- y varios ministros, como Figuerola, instaurador de la
peseta como moneda de curso legal. Y en el campo reaccionario tampoco faltaron,
desde Cabrera -jefe de la casa real carlista- hasta el confesor de Isabel II y
maestro de ceremonias de su camarilla, el posteriormente canonizado Antoni María
Claret. En el terreno intelectual, Balmes, otra vez Pi... Ninguno, ninguno de
ellos se caracterizó en ningún momento por nada que pudiera ser considerado
como protonacionalismo catalán, incluso en la mayoría de casos, más bien al
contrario. O Cambó...
En lo social, el auge
económico y el comercio con lo que quedaba del imperio colonial -Cuba y Puerto
Rico, fundamentalmente- creó una burguesía y un empresariado influyentes, dando
lugar a la incipiente revolución industrial española -ubicada básicamente en
Cataluña y en el País Vasco, aunque en este último caso de características más
oligárquicas-. Sus alianzas y sus opciones políticas, así como sus filias y sus
fobias, en todo momento vinieron marcadas por su propia posición y por los
intereses objetivos que de ella se derivaban en cada caso. Los hubo de todos
los colores políticos y según sus conveniencias, desde empresarios del algodón,
del alcohol, del ferrocarril o harineros, hasta mercaderes de esclavos que con tal negocio
hicieron fortunas que aún hoy disfrutan sus descendientes (más de una de las «200
familias» de Barcelona debe su fortuna a un antepasado negrero). Si en algún
momento pudo hablarse genéricamente del «empresariado catalán» era,
simplemente, porque la condición de empresario estaba mucho más extendida en
Cataluña que en el resto de España, más latifundista y agraria, pero no porque constituyeran
un cuerpo político o un lobby catalán
que tendiera a la independencia. A lo que tendían, en todo caso, era a
enriquecerse. A veces, parece que algunos han confundido renunciar al marxismo
con volver a creer en los Reyes Magos.
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