dijous, 12 de juny del 2014

¿PODER ABSOLUTO O INMUNIDAD JACTANCIOSA?



Ayer pillé en uno de estos canales de cine la película «Poder absoluto» (Absolute Power, Clint Eastwood 1996). La había visto hace años, pero, como se dice ahora, la «revisioné» de nuevo. Sin ser una obra maestra, y abusando de recursos facilones, no deja de ser divertida e interesante. Pero no es de cine de lo que voy a hablar, sino de la constatación de algo evidente que la película me sugirió, en relación a los tiempos que corren.

La trama va de un ladrón de joyas que, en pleno ejercicio de su oficio, es testigo involuntario del asesinato de la esposa de un multimillonario. Mientras su marido está en el Caribe, ella aprovecha para verse con su amante. Tras una escena de alcohol a raudales y sexo violento, que pronto deja de ser sexo para quedarse en pura violencia, la mujer acaba asesinada por los escoltas del amante, que es ni más ni menos que el presidente de los Estados Unidos, interpretado por un estupendo, como siempre, Gene Hackman. Advertidos de la presencia de un intruso que lo ha visto todo, los dos escoltas, la jefa de gabinete y el presidente, deciden cargarle el mochuelo al ladrón. Pobrecillos, no sabían que se las estaban habiendo ni más ni menos que con Clint Eastwood…

El resto es lo de menos. Lo importante, o lo que hoy me parece importante de esta película, lo es en relación a la situación que estamos viviendo actualmente en nuestro país. Que conste que no soy precisamente ningún fanático admirador del sistema político norteamericano, pero… ¿Sería posible algo así en España?

¿Qué ocurriría si a alguien se le ocurriera hacer una película en que un imaginario presidente de la Generalitat, o presidente del Gobierno, o  rey de España, se vieran envueltos en una trama de alcohol, sexo, violencia y crimen, y pusieran a su disposición el aparato de seguridad del Estado para cargarle el marrón a otro?

¿Cómo se tomaría el respetable, y la clase política, y sus señorías, una película en que uno de los altos dignatarios supracitados fuera presentado como un borracho putero, corrupto y adicto al sado? ¿Me dejan adivinarlo?

Los rasgados de vestiduras y las plañideras profesionales se alternarían con la indignación y la más vesánica furibundez hacia semejante provocación. Si el interfecto fuera un presidente de la Generalitat, la cosa es obvia, se trataría de una provocación españolista destinada a desprestigiar e insultar a tan digna institución. Si fuera el presidente del Gobierno, entonces, según el color de turno, una obscena maniobra de la oposición, un uso ilícito de la libertad y rápidamente se procedería a blindar con una ley semejantes infundios; es decir, una ley que permita poner en la sombra al director y que penalice la colaboración, o sea, a los actores, con tales libertinajes, que todo tiene un límite y todo eso…

¿Y si fuera el Rey? Entonces es que el director era republicano, y más de lo mismo. En los EEUU, en cambio, pasó sin pena ni gloria, en el sentido que a nadie le preocupó ni nadie se sintió aludido.

En los EEUU se han hecho películas de presidentes corruptos, políticos más falsos que Judas, magistrados prevaricadores y policías cenutrios, con la aleatoria asignación de los predicados citados a los respectivos sujetos según el caso. Y no pasa nada. En eso, como mínimo, deberíamos aprender de los americanos. Todos.
Quizás la diferencia consista en que allí el poder absoluto tiene un límite, la jactancia. Cosas de luteranos, supongo…

2 comentaris:

  1. Amigo Xavier, no hace falta ser anti americano como para comprobar esa y otras muchas diferencias que nos separan del otro lado del Atlántico. Simple observación y ahí surgen relucientes los hechos diferenciales.

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  2. Bueno, aquí, los principales medios, en lo que se refiere a "los grandes asuntos de estado", siguen "haciendo pedagogía", es decir, tratándonos al público como si fuésemos menores de edad e incapaces de valorar determinados asuntos. El origen de tal situación fue la constatación, a la muerte de Franco, de que la mayor parte de los españoles eran franquistas. De vez en cuando algún periodista o tertuliano lo reconoce, hace meses se lo oí a Ricardo Martín en algún programa de televisión, pero es algo de lo que no se suele hablar demasiado, porque la versión oficial, nuestro mito fundacional, es que fue el pueblo el que estuvo a la cabeza del cambio.
    Dicho esto, no es que en los EEUU las cosas no tengan una contestación, y mucho más fuerte que aquí, lo que ocurre es que nos enteramos menos. Cuando en 1990 el presidente Bush dijo que no le gustaba el bróculi, se armó una tan gorda que los productores de la verdura le dejaron 10 toneladas a las puertas de la Casa Blanca.

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