Si alguien proclama que los
profesores no saben enseñar su materia, que aburren a los "niños", no
los motivan y que hay que ir a la escuela a divertirse, se trata de un
innovador que denuncia el atavismo de un gremio que sigue procediendo igual que
en los tiempos de Chindasvinto. No de una falta de respeto a todo un colectivo.
Por el contrario, quien le
replique inquiriendo qué sabe dicha persona de tal materia, porque de lo
contrario su afirmación es una bobada; que no se va a la escuela a divertirse,
sino a trabajar; que lo de aprender divirtiéndose sólo lo puede sostener quien
no ha entendido nada y es, por tanto, un botarate o un embaucador. Entonces se
trata de una falta flagrante de respeto a un reputado estudioso de la
educación, y de resentimiento contumaz cuya virulenta reacción prueba la verdad
de la acusación.
Y si alguien afirma que lo
que se les enseña a los alumnos son anacronismos propios de anticuados y que
por esto carecen de interés y de utilidad para ellos -tema sobre el cual se
supone que deben saber discernir muy bien-; que los exámenes son un instrumento
represivo sólo concebido para tal fin; que lo que hay que hacer es favorecer la
espontaneidad y la creatividad porque sólo así llegarán a realizarse como
personas, se trata de alguien que es un profundo conocedor de la infancia y la
adolescencia, y sabe de lo que habla porque es un experto en ello, no de una
falta de respeto a todo el colectivo docente ni de un insulto al conocimiento
humano.
Por el contrario, si alguien
prosigue replicando que más antiguo es todavía el principio de Arquímedes y
sigue funcionando; que una característica esencial del género humano es su
capacidad para que unas generaciones transfieran el conocimiento acumulado por
ellas a las siguientes, y esto permita seguir avanzando, lo cual, por cierto,
me ahorra tener que descubrir por mi cuenta el principio de Arquímedes, lo cual es bastante dudoso que consiguiera; o que
tal vez no todo el mundo pueda "sacarse" un bachillerato digno de tal
nombre, entonces estamos ante un academicista -con todas las contemporáneas
connotaciones peyorativas de tal término- y de un elitista -hasta puede que
ambas cosas- que vive en su privilegiada torre de marfil. Aunque quizás le
cueste llegar a fin de mes.
Así están las cosas. Pero
recordemos. Cuando se le quejaban a Orgón, siempre replicaba "(...)pero Tartufo es una buena
persona". Claro, le halagaba los oídos y en este sentido -hasta que lo
recobró-, al menos en este sentido, le resultaba útil para ciertos fines.
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