"Vamos a acabar produciendo auténticas generaciones de idiotas".
Lo advertía von Bertanlanffy en un hoy olvidado, y probablemente inhallable, Hombres, robots y mentes (1967). El creador
de la Teoría General de Sistemas lo afirmaba en el contexto de una feroz
crítica al psicologismo hegemónico que campaba a sus anchas entre la pedagogía
de los sesenta.
Igualmente categórico, y
ante un padre que le acusaba de suspender a un alumno sólo con
verlo, nuestro Juan de Mairena replicó: "no,
es cuando veo al padre". Machado nos sitúa la escena en los años
veinte, von Bertanlanffy, por su parte, en los sesenta. Pienso que tanto lo de
uno como lo de otro se ha cumplido con creces.
Hoy, la culpa de las
ineptitudes e incapacidades de los jóvenes se atribuye a los profesores y al
sistema educativo, porque la axiomática exculpación del niño y del adolescente
que el sistema ha impuesto como paradigma ha descargado a los padres de su responsabilidad
en estos menesteres educativos. Ya no están para educar a sus hijos, sino para
supervisar si sus profesores y maestros lo hacen bien. Para los progenitores,
basta con tener la nevera llena y proveerles de la PlayStation o lo que corresponda según la edad. Nada de que se lo
tengan que ganar con su esfuerzo sacando, por ejemplo, buenas notas. No, eso es
un problema de motivación y cae de la cuenta del profesor. Y si el pobre
docente no consigue motivar con los polinomios y Ruffini, con las leyes de Gay-lussac,
con los complementos directos o con los silogismos aristotélicos, a un alumnado
por lo general abúlico y alienado, la culpa es, obviamente, suya. ¿De quién iba
a ser si no?
Es verdad que hay padres y
madres que siguen ejerciendo de tales, y no de meros supervisores en una burda
y culpable confusión de sus roles y responsabilidades por delegación. Como ha
repetido hasta la saciedad la estudiosa sueca Inger Enkvist, los alumnos que se
esfuerzan tienden a triunfar en sus estudios; los que no se esfuerzan, tienden
a fracasar. Y entre los de éxito, sus padres acostumbran a ejercer de tales en lugar de enmendarle la plana al maestro o profesor.
El tema da para mucho, por
supuesto. Modestamente me ceñiré a lo que a mí me parece la consideración de la
infancia y, sobre todo, la adolescencia, como una etapa con sentido por sí
misma y, desde este punto de vista, con su propia lógica e independiente de las
fases anteriores o posteriores. Un problema de raíz probablemente
antihistoricista, no sé, pero tengo para mí que sí.
Los orígenes rousseaunianos y/o neomilenaristas de todos los
movimientos pedagógicos "progresistas" tienden a considerar que la
sociedad pervierte al individuo, y de ahí, se tiende a ver el proceso de
conversión de niño o adolescente a adulto como una pérdida, como una
degeneración moral en el sentido que la civilización pervierte al hombre y la
educación es un fingimiento que lo reprime y humilla.
En mi opinión tal vez no la
infancia, pero desde luego que la adolescencia no es sino una etapa
resultado de un estado de bienestar y, por ello, más bien una convención
cultural que no una realidad biológica, dicho sea con todas las salvedades de
rigor. Lo cierto es que, desde estas corrientes psicológicas y pedagógicas, se tiende a ver ambas etapas desde una aproximación sincrónica, al menos en el
sentido de que tienen consistencia por sí mismas, y no como la etapa, con su
correspondiente recorrido, de un proceso en el cual adquiere sentido. Algo así
como, en mis tiempos, aquellos niños que a los 9 o 10 años todavía no sabían
que los Reyes Magos era los padres. Hoy es en muchos casos hasta los 30 y
tantos... Como si un bonsái fuera el estado natural de un árbol.
Si a lo anterior le añadimos
que un hijo no es hoy una inversión económica, como podía serlo "antes",
sino una inversión sentimental y un proyecto que cuesta dinero, puede que estemos cerrando el
círculo. Pienso que la alineación de ambos factores ha sido auténticamente
perversa para las sociedades avanzadas, porque ha liquidado sus sistemas
educativos al proscribir la idea de esfuerzo, de mérito, y considerar al
adolescente como algo a mantener y, consecuente pero paradójicamente, un robot que requiere de ser motivado para que se ponga a estudiar
derivadas.
Y eso, da igual que nos lo
queramos mirar desde el punto de vista del ideal educativo ilustrado que desde
otras aproximaciones más utilitaristas o instrumentales. Porque decir que a los
jóvenes hay que enseñarles lo que les interesa «verdaderamente», como afirma un ilustre botarate inglés con título de "Sir", es un dislate de tales
dimensiones que no merece ser tenido ni en consideración. El empeño en seguir tratando
a los jóvenes de acuerdo con una lógica que han de dejar atrás y que, en
cambio, se alarga cada vez más.
A veces tiene uno la
impresión que a pedagogos, psicopedagogos y todas estas especies redentoristas,
le sería de aplicación aquel chiste que hace años circulaba sobre la OJE y sus
centurias juveniles. "¿Qué es una
centuria de la OJE?", se preguntaba; "noventa y nueve niños vestidos de mayores y un mayor vestido de jilipollas"
era la repuesta. Si en lugar de vestimentas hablamos de mentalidades, creo
que está claro.
Todo lo contrario que aquel
memorable diálogo entre Takashi Simura y Daisure
Katō en "Los Siete Samuráis"
(A. Kurosava, 1957).
-Los
niños, a veces, son mejores que los adultos-
-Sí, cuando se les considera como adultos-
http://www.iberlibro.com/servlet/SearchResults?sts=t&tn=Hombres%2C+robots+y+mentes
ResponEliminaEstupenda película, gran diálogo y magnífico artículo. Habría que proyectar la película en los congresos de pedagogía...
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