diumenge, 16 de febrer del 2014

GUERRA DE FICCIONES (I de II)


El reciente auto del TSJC -Tribunal Superior de Justícia de Catalunya- sobre el tema de la inmersión lingüística en el sistema educativo catalán está dando renovado pábulo a lo que siempre ha sido una guerra política basada en ficciones sobre el concepto de la realidad que, uno y otro bando, dan tramposamente por "real".

Dicho auto conmina a la Generalitat para que, en el caso de que algún alumno así lo exija, deberán impartirse un 25% de las materias del currículum en castellano. Además, como novedad, apunta directamente al director de un instituto público catalán como responsable de la aplicación de esta medida, con todo lo que ello conlleva. Los otros cuatro centros afectados, de la privada concertada, que con su pan se lo coman; siempre comieron aparte y el mejor plato.

Las reacciones no se han hecho esperar, y blandiendo sus respectivas ficciones como armas arrojadizas, uno y otro bando se aprestan a movilizar las filas de sus respectivas y enfervorizadas parroquias ante lo que, para unos, es un ataque sin precedentes contra el sistema educativo catalán y contra Cataluña en la más pura línea franquista, y, para otros, los «otros», un taimado proyecto de erradicación del castellano de la faz de las tierras catalanas. 

Lo más grotesco del caso es que ambos parecen más pendientes del argumentario antagonista que de las propias ficciones en base a las cuales ellos mismos han urdido sus propios constructos. La resultante de todo esto son dos discursos antagónicos cuyas actitudes van de lo hipócrita a lo canallesco... y un falso debate donde quien sale perdiendo, como siempre, es la verdad... en este caso, el secuestro culpable de la realidad. Lo dicho, dos ficciones en guerra; hipócrita una, canallesca otra.

Porque el propio Departament de Ensenyament que tanto se rasga ahora la vestiduras y llama a cerrar patrióticamente filas en torno suyo a un profesorado que debería estar corriéndole a gorrazos, sabe perfectamente que es este mismo TSJC quien, hace apenas un año, desestimó las impugnaciones interpuestas contra sus decretos de dirección y de autonomía de centro, avalando así judicialmente la investidura del director como amo y señor del centro educativo. Así que menos lloriqueos. A veces mandar no consiste sólo en llevar la gorra.

Y porque los que tanto dicen temer la erradicación del castellano parecen más preocupados por la lengua en que se les va a impartir matemáticas a sus hijos que en el aprendizaje que de dicha disciplina adquieran en un sistema educativo que, en toda España, está haciendo aguas, y no por culpa del catalán o del castellano, sino por la ineptitud de unos políticos zafios que han delegado la gestión del sistema en unas castas pedagocráticas ignorantes y socialmente nocivas. Y porque saben perfectamente que se están agarrando a una realidad cuya única verdad se encuentra en los delirios declarativos de la Generalitat y sus voceros, pero no en una realidad tan distinta de su discurso que, en su contumacia, no hacen sino reafirmarse en una actitud que, en ambos casos, acaba dándole la razón al contrario en lo que refiere a sus intenciones. Pura ficción.

Mientras tanto, sin ir más lejos, resulta que la «realidad» es que en el  instituto objeto del auto, se vienen impartiendo desde siempre «algo» más que el simple 25% de clases en castellano impuesto por el TSJC. Dato, por cierto, nada baladí. Sólo que, claro, la «realidad» dictada por la Generalitat es que todo se imparte en catalán, escamoteando así formalmente el fracaso material -uno más de tantos- de su proyecto. Es decir, escaparate, escaparate y más escaparate. Hipocresía. 

Y esto, que los «otros» saben perfectamente porque es la realidad en que se mueven cada día, se escamotea también a su vez aduciendo como «realidad» el farol delirante de un antagonista que, como ellos, está mucho más predispuesto a la autosatisfacción que se regodea en las propias ficciones que en afrontar una realidad que desagrada, eso sí, por igual a tirios que a troyanos. A saber, que el único conflicto lingüístico que se da en Cataluña y al que fingen combatir es el que anida en sus propias y delirantes mentes, autoinducidas por inconfesables motivaciones que confunden, o pretenden confundir, sus oníricas urdimbres con la realidad a la que pretenden imponérselas. Canallesco sin más.

Entre hipócritas y canallas anda el juego. Porque si los hipócritas reconocieran la realidad, los canallas se quedarían sin argumentos. Lo demás, el resto, «soma» para los «epsilon». Otro problema es, claro, que con el sistema educativo actual cada vez vayan a medrar más los «epsilon», huxleyanamente hablando. Que se dé tal conflicto ya es una prueba de que están medrando.


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