dijous, 20 de febrer del 2014

GUERRA DE FICCIONES (II de II)



Como catalán y catalanoparlante como primera lengua, me disgusta profundamente la forma como se ha pretendido normalizar el catalán en Cataluña. Desde siempre entendí que dicha normalización debería haber pasado, de entrada y si era esto lo que verdaderamente se pretendía, como objetivo sine qua non, porque toda la población de Cataluña considere, entienda, sienta y conozca dicha lengua como propia de este territorio, la utilice habitualmente, esporádicamente o nunca -lo mismo diría respecto al castellano-, y porque si bien es cierto que así creo que lo ha entendido la mayoría de la población, no es precisamente debido a la Generalitat, sino a otras razones mucho más acordes con un cierto sentido de la civilidad que muchos, pienso que la mayoría, todavía compartimos.

Porque lo cierto es que la Generalitat, al pretender ocultar frívolamente su fracaso -el catalán no avanza hoy en Cataluña-, lejos de auspiciarlo, más bien han entorpecido dicho proceso. Un fracaso que, por cierto, se hallaba en la propia esencia de su planteamiento.

Que estén tranquilos los defensores del castellano. No peligra en Cataluña y basta darse una vuelta por estos pagos para constatarlo. Tan disparatada y/o malintencionada idea sólo puede provenir de un anti catalanismo cerril cuya intencionalidad sería, en todo caso, metalingüística o, mejor, metapolítica. Entiéndanse ambos términos en el contexto presente y en sentido peyorativo, no en su acepción académica.

Finalmente, no debemos olvidar, nadie debería olvidar que, en un centro de enseñanza, las lenguas son, a la vez que conocimiento, el vehículo por medio del cual éste se transmite; que las lenguas van y vienen o, mejor, vienen y se van; el conocimiento que atesoran, no. Y que esto ha sido así desde siempre. Desapareció el griego, desapareció el latín... y no pasó nada. Sí que hubiera pasado, en cambio, si se hubieran perdido la República de Platón, la Metafísica de Aristóteles, los Elementos de Euclides o la guerra de las Galias de César.

Un día, inexorablemente, se perderán también el catalán y el castellano. Y seguirá sin pasar nada... a menos que en el camino se pierdan también el Quijote, el Cantar del mío Cid, La Regenta, Cien años de Soledad, Les Cròniques, el Tirant lo Blanc o El Quadern Gris. Entonces sí, entonces sí que no quedaría nada. Y al paso que vamos, mientras sigamos discutiendo si se imparten en catalán o en castellano unas matemáticas que no se aprenden, esto es precisamente lo que tiene más visos de ocurrir. Y eso sí que sería una tragedia.

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