Con motivo de los incidentes
ocurridos en el barrio barcelonés de Gràcia,
se ha sabido recientemente que el anterior equipo municipal estuvo pagando
(en secreto), durante años, siete mil euros mensuales de alquiler al propietario
del local «okupado», cuyo reciente desalojo ha provocado los altercados
callejeros que tanta proyección mediática han merecido. Unos dicen que el «okupismo»
-¿O habría que decir «oCUPismo»?- es una forma de lucha social; otros, que de
todo hay, que se trata de unos desaprensivos pijoteras y malcriados que no han
pegado golpe en su vida. Lo que puedan ser, ahora mismo no me interesa.
Lo interesante es que ha
sido el mismo exalcalde Trías quien ha hecho pública la noticia de su
prodigalidad para con el propietario del local okupado, en un alarde de sensibilidad
social que le honra. Lástima que al mismo tiempo que se mostraba tan munificente,
estuviera a la vez recortando los sueldos de sus empleados, suprimiendo
servicios básicos y privatizando los que quedaban… y que durante su mandato
como alcalde se produjeran en Barcelona más desahucios que en los veinte años
anteriores.
Y lo más gracioso es que se
atribuyera con ello un mérito, jactándose de haber sabido «evitar» los
desórdenes que ahora, al dejar el actual gobierno municipal de aflojar los
siete mil euracos, y haber solicitado su propietario el desalojo del local por
orden judicial, han provocado las airadas reacciones de los «inkilinos». Y
cuando se le ha replicado que esto, además de una payasada pusilánime, era una
medida de más que dudosa legalidad, ha replicado que en una sola noche de
incidentes hubo destrozos por valor de mucho más que los siete mil eurillos que
él cotizaba tan rumbosamente. Por cierto ¿Estos pagos eran con contrato y
recibos? ¿Declaraba el propietario del local estos ingresos? Y si era así ¿En
concepto de qué? Es difícil ser más imbécil.
A propósito de todo esto, me
vino a la memoria la cita de Joan Fuster que hace poco me recordaba «R»: “Es una suerte que Hegel sea tan difícil y
complicado de entender, de ser más fácil, todo el mundo sería hegeliano”.
Hoy, como es bien sabido, ya
no quedan hegelianos, al menos explícitos o confesos. Y si los hay implícitos o
inconfesos, entonces, la verdad, y dejando de lado a los inconfesos, esto de
ser hegeliano sin saberlo se antoja muy complicado y truculento, precisamente
por lo de “si fuera más fácil”, que no
lo es. No sé, algo así como aquella otra
frase de Jostein Gaarder, el autor de «El Mundo de Sofía»: “Si nuestro cerebro fuese tan simple que pudiéramos entender su funcionamiento,
entonces no podríamos preguntarnos cómo funciona”. Añado: ni aunque funcionara hegelianamente.
La afirmación de Fuster, sutil e irónica
por lo demás, parece partir del supuesto carácter falaz, o equivocado, de la
filosofía de Hegel. Si es su intrínseca complejidad lo que lleva a la gente a
desistir de adentrarse en ella, por esto sería precisamente una suerte. Pero
también se está presuponiendo que sí hay cosas a entender en Hegel, sólo que
mejor apartarse de ellas.
Porque ¿qué pasaría si todo el
mundo fuera hegeliano? Pues parece que, según Fuster, nada bueno. Es decir, que
al error teorético se le añade su indeseabilidad práctica. Algo, por cierto,
bastante hegeliano. Y aquí asoma la duda de si no sería Fuster un hegeliano de pies a
cabeza. El error no sería entonces la filosofía de Hegel, sino su extensión al
gran público, que por otra parte no está en condiciones de entenderla, pero que
de estarlo, sería catastrófico para el propio modelo social hegeliano. Como el
dios de la fe del carbonero: si es el único que el carbonero puede concebir, no
lo desengañemos, porque ay de nosotros si descubriera que no existe.
Y es que esto de las verdades
o misterios que no sólo no están al alcance del gran público, sino que nunca
deben dejar de estarlo, sugiere algunas reflexiones relacionadas con el tema
inicial de los okupas y el exalcalde Trias. Por ejemplo, transmutemos la frase
y pongámosla así: “es una suerte que ser okupa parezca complicado, porque si de
repente se descubriera que no es así, todo el mundo lo sería” ¿Y qué ocurriría
entonces?
Para empezar, el Ayuntamiento de
Barcelona, según el método Trias, nos tendría que pagar el alquiler de los
locales «okupados». Sí, claro, ya sabemos que si uno no paga el alquiler o la
hipoteca lo desahucian. Pero esto sólo parece ocurrir si se trata del local
que te toca pagar, no es así, en cambio, cuando no media contrato alguno. Y
esto sugiere algo muy interesante.
Vamos a imaginar que la gente
se pone de acuerdo. Es decir, todos aquellos que pagan alquileres o hipotecas
por las viviendas y locales en que residen o trabajan. Pues que se «okupen»
recíprocamente. Pongamos un caso simplificado, entre cuatro ciudadanos o grupos
familiares, con sus respectivos pisos hipotecados. A-1, B-2, C-3 y D-4; las
letras corresponden a su identidad, los números a sus respectivas viviendas.
Si un buen día dejan de pagar,
la autoridad competente procederá a desalojarlos de sus inmuebles poniéndolos
de patitas a la calle. Y el banco, el Ayuntamiento –por impago del IBI, sin ir
más lejos- o quien sea el acreedor, se quedará con su vivienda. Es lo que
suele ocurrirles a los ciudadanos normales cuando se ven en tan triste trance.
Imaginemos ahora que «A», «B»,
«C» y «D» se ponen de acuerdo. «A» se traslada al inmueble «3», «B» al «4», «C»
al «2» y «D» al «1» Cuando aparecen los desahuciadores en el inmueble «1» para
desalojar a «A», se encuentran en su lugar a los okupas «D». Si iban a
desalojar a «A», no pueden hacerlo con «D», es otro procedimiento. Además, los «D»
se lo toman muy mal y reaccionan convirtiendo el piso en la fortaleza de
Alamut, amén de alegar que están muy integrados en el barrio, hasta el punto que
cuando las fiestas, prestan el piso como almacén de los bidones de sangría subvencionados
por el Ayuntamiento, para posterior solaz del resto de vecinos.
Lo mimo en los inmuebles «2»,
«3» y «4». Y nada, los okupas «D», «C», «A» y «B» se plantan y amenazan con
pegarle fuego al barrio. A la vez, los propietarios «A», «B», «C» y «D» -los
mismos pero en otro orden- están reclamando que se desalojen sus respectivas
propiedades. ¿Qué haría Trias? Pues a juzgar por lo que asegura haber hecho, pagarles
el alquiler a los propietarios con dinero público. Un dinero que hasta podrían
destinar, si además fueran buena gente, a pagarle la hipoteca al banco. Y todos
contentos. Pero aquí hay un tonto ¿No les parece?
Ahora, en lugar de cuatro
grupos y cuatro pisos, imaginen, no sé, cincuenta mil. El Sr. Trias seguiría
quedando muy bien ante el mundo y ante la historia, como mínimo en la escrita
por sus amanuenses, pero se quedaba sin Ayuntamiento.
Sí, a lo mejor es una suerte
que el pueblo no entienda a Hegel, pero no para el pueblo. Porque, de lo
contrario, les exigiría a las autoridades que, como Administración, se
comporten como deben. Excuso explicar para quiénes es una suerte.
También puede que todo sea
mucho más simple, y que lo relevante fuera la desconocida (por mí) identidad del
propietario al cual Trias le regaló siete mil euros mensuales tirando de
dineros públicos. Hay mucha gente con locales que, desde la crisis, no los alquilan
ni regalándolos. A lo mejor hasta es una suerte que te lo «okupen»; o lo era. Ahora
Trias ya no está, y seguramente la culpa será de Ada Colau porque dejó de
pagar. Que era de lo que se trataba: de echarle la culpa.
Aun así, la frase de Fuster sigue reverberando.
Aun así, la frase de Fuster sigue reverberando.
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