diumenge, 29 de maig del 2016

Los okupas, Trias y el Estado hegeliano



Con motivo de los incidentes ocurridos en el barrio barcelonés de Gràcia, se ha sabido recientemente que el anterior equipo municipal estuvo pagando (en secreto), durante años, siete mil euros mensuales de alquiler al propietario del local «okupado», cuyo reciente desalojo ha provocado los altercados callejeros que tanta proyección mediática han merecido. Unos dicen que el «okupismo» -¿O habría que decir «oCUPismo»?- es una forma de lucha social; otros, que de todo hay, que se trata de unos desaprensivos pijoteras y malcriados que no han pegado golpe en su vida. Lo que puedan ser, ahora mismo no me interesa.

Lo interesante es que ha sido el mismo exalcalde Trías quien ha hecho pública la noticia de su prodigalidad para con el propietario del local okupado, en un alarde de sensibilidad social que le honra. Lástima que al mismo tiempo que se mostraba tan munificente, estuviera a la vez recortando los sueldos de sus empleados, suprimiendo servicios básicos y privatizando los que quedaban… y que durante su mandato como alcalde se produjeran en Barcelona más desahucios que en los veinte años anteriores.  

Y lo más gracioso es que se atribuyera con ello un mérito, jactándose de haber sabido «evitar» los desórdenes que ahora, al dejar el actual gobierno municipal de aflojar los siete mil euracos, y haber solicitado su propietario el desalojo del local por orden judicial, han provocado las airadas reacciones de los «inkilinos». Y cuando se le ha replicado que esto, además de una payasada pusilánime, era una medida de más que dudosa legalidad, ha replicado que en una sola noche de incidentes hubo destrozos por valor de mucho más que los siete mil eurillos que él cotizaba tan rumbosamente. Por cierto ¿Estos pagos eran con contrato y recibos? ¿Declaraba el propietario del local estos ingresos? Y si era así ¿En concepto de qué? Es difícil ser más imbécil.

A propósito de todo esto, me vino a la memoria la cita de Joan Fuster que hace poco me recordaba «R»: “Es una suerte que Hegel sea tan difícil y complicado de entender, de ser más fácil, todo el mundo sería hegeliano”.

Hoy, como es bien sabido, ya no quedan hegelianos, al menos explícitos o confesos. Y si los hay implícitos o inconfesos, entonces, la verdad, y dejando de lado a los inconfesos, esto de ser hegeliano sin saberlo se antoja muy complicado y truculento, precisamente por lo de “si fuera más fácil”, que no lo es.  No sé, algo así como aquella otra frase de Jostein Gaarder, el autor de «El Mundo de Sofía»: “Si nuestro cerebro fuese tan simple que pudiéramos entender su funcionamiento, entonces no podríamos preguntarnos cómo funciona”. Añado: ni aunque funcionara hegelianamente.

La afirmación de Fuster, sutil e irónica por lo demás, parece partir del supuesto carácter falaz, o equivocado, de la filosofía de Hegel. Si es su intrínseca complejidad lo que lleva a la gente a desistir de adentrarse en ella, por esto sería precisamente una suerte. Pero también se está presuponiendo que sí hay cosas a entender en Hegel, sólo que mejor apartarse de ellas.

Porque ¿qué pasaría si todo el mundo fuera hegeliano? Pues parece que, según Fuster, nada bueno. Es decir, que al error teorético se le añade su indeseabilidad práctica. Algo, por cierto, bastante hegeliano. Y aquí asoma la duda  de si no sería Fuster un hegeliano de pies a cabeza. El error no sería entonces la filosofía de Hegel, sino su extensión al gran público, que por otra parte no está en condiciones de entenderla, pero que de estarlo, sería catastrófico para el propio modelo social hegeliano. Como el dios de la fe del carbonero: si es el único que el carbonero puede concebir, no lo desengañemos, porque ay de nosotros si descubriera que no existe.

Y es que esto de las verdades o misterios que no sólo no están al alcance del gran público, sino que nunca deben dejar de estarlo, sugiere algunas reflexiones relacionadas con el tema inicial de los okupas y el exalcalde Trias. Por ejemplo, transmutemos la frase y pongámosla así: “es una suerte que ser okupa parezca complicado, porque si de repente se descubriera que no es así, todo el mundo lo sería” ¿Y qué ocurriría entonces?

Para empezar, el Ayuntamiento de Barcelona, según el método Trias, nos tendría que pagar el alquiler de los locales «okupados». Sí, claro, ya sabemos que si uno no paga el alquiler o la hipoteca lo desahucian. Pero esto sólo parece ocurrir si se trata del local que te toca pagar, no es así, en cambio, cuando no media contrato alguno. Y esto sugiere algo muy interesante.

Vamos a imaginar que la gente se pone de acuerdo. Es decir, todos aquellos que pagan alquileres o hipotecas por las viviendas y locales en que residen o trabajan. Pues que se «okupen» recíprocamente. Pongamos un caso simplificado, entre cuatro ciudadanos o grupos familiares, con sus respectivos pisos hipotecados. A-1, B-2, C-3 y D-4; las letras corresponden a su identidad, los números a sus respectivas viviendas.

Si un buen día dejan de pagar, la autoridad competente procederá a desalojarlos de sus inmuebles poniéndolos de patitas a la calle. Y el banco, el Ayuntamiento –por impago del IBI, sin ir más lejos- o quien sea el acreedor, se quedará con su vivienda. Es lo que suele ocurrirles a los ciudadanos normales cuando se ven en tan triste trance.

Imaginemos ahora que «A», «B», «C» y «D» se ponen de acuerdo. «A» se traslada al inmueble «3», «B» al «4», «C» al «2» y «D» al «1» Cuando aparecen los desahuciadores en el inmueble «1» para desalojar a «A», se encuentran en su lugar a los okupas «D». Si iban a desalojar a «A», no pueden hacerlo con «D», es otro procedimiento. Además, los «D» se lo toman muy mal y reaccionan convirtiendo el piso en la fortaleza de Alamut, amén de alegar que están muy integrados en el barrio, hasta el punto que cuando las fiestas, prestan el piso como almacén de los bidones de sangría subvencionados por el Ayuntamiento, para posterior solaz del resto de vecinos.

Lo mimo en los inmuebles «2», «3» y «4». Y nada, los okupas «D», «C», «A» y «B» se plantan y amenazan con pegarle fuego al barrio. A la vez, los propietarios «A», «B», «C» y «D» -los mismos pero en otro orden- están reclamando que se desalojen sus respectivas propiedades. ¿Qué haría Trias? Pues a juzgar por lo que asegura haber hecho, pagarles el alquiler a los propietarios con dinero público. Un dinero que hasta podrían destinar, si además fueran buena gente, a pagarle la hipoteca al banco. Y todos contentos. Pero aquí hay un tonto ¿No les parece?

Ahora, en lugar de cuatro grupos y cuatro pisos, imaginen, no sé, cincuenta mil. El Sr. Trias seguiría quedando muy bien ante el mundo y ante la historia, como mínimo en la escrita por sus amanuenses, pero se quedaba sin Ayuntamiento.

Sí, a lo mejor es una suerte que el pueblo no entienda a Hegel, pero no para el pueblo. Porque, de lo contrario, les exigiría a las autoridades que, como Administración, se comporten como deben. Excuso explicar para quiénes es una suerte.
También puede que todo sea mucho más simple, y que lo relevante fuera la desconocida (por mí) identidad del propietario al cual Trias le regaló siete mil euros mensuales tirando de dineros públicos. Hay mucha gente con locales que, desde la crisis, no los alquilan ni regalándolos. A lo mejor hasta es una suerte que te lo «okupen»; o lo era. Ahora Trias ya no está, y seguramente la culpa será de Ada Colau porque dejó de pagar. Que era de lo que se trataba: de echarle la culpa.

Aun así, la frase de Fuster sigue reverberando.

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