Ha muerto Arturo Pomar. A
muchos este nombre no les dirá nada, pero pudo haber sido uno de los mejores
jugadores de ajedrez de todos los tiempos; como los Ruy López, Murphy, Andersen,
Capablanca, Tahl –mi favorito- o Fisher. Su mala suerte fue que estaba en el
lugar menos adecuado en los tiempos más inoportunos. Lo explotaron como
propaganda de niño prodigio, y luego una regalía para plebeyos perdedores:
funcionario de correos y limosnas condescendientes. Así eran las cosas.
Jugué contra Arturo Pomar en
una ocasión, en simultáneas, siendo yo uno de los doce simultaneados, claro; el
simultáneo era él. En cierto modo, para mí era un reto. Mi padre le había
ganado –en simultáneas- unos tropecientos años antes. Así que a ver si yo emulaba la gesta. Fue que no.
Se me ocurrió que si le
complicaba la partida, igual sacaba tajada. Así que decidí complicársela desde
la primera jugada, adoptando la defensa escandinava, tenida por inferior, pero que
hay que conocer; el que se la complicó fui yo: me crujió a la jugada 21. Debo
guardar todavía la cuartilla de la partida con su firma en algún lugar. Con
orgullo legítimo.
Por entonces Pomar ya no era
el que hubiera podido ser. Aun así, ganó
las doce partidas. Recuerdo alguna voz maliciosa comentando que su
«especialidad» eran las simultáneas con que se ganaba la vida un pobre funcionario
de correos venido menos que mendigaba la sobras por los entresijos del poco «glamouroso» mundo del ajedrez. Un
comentario sórdido y zafio. Mejor hubiera sido ni citarlo.
Le había visto antes unos dos o tres años antes, cuando aterrizó como mirón en el campeonato juvenil de ajedrez de
Cataluña, que se celebraba en la UGA –hoy UGE: Unió Gracienca d’Escacs-, al
cual él había pertenecido, aunque, si no recuerdo mal, por entonces estaba todavía
jugando con el KAS o el Sweeps, un equipo artificioso –de cuatro jugadores: Pomar, Díez del
Corral, (la promesa) Bellón, y no recuerdo si acaso el cuarto fuera el ínclito Román
Torán(!); vamos, como el fichaje de Di Estéfano por el Realísimo veinte años
antes. Un montaje. Él, según comentaban los del lugar, siempre que podía volvía
por allí a jugar sus partidillas y a tomarse sus carajillos; al barrio de Gràcia, ahora, por cierto, tan en el candelero mediático por
razones absolutamente ajenas al objeto de esta entrega.
En la crónica enlazada, se
cita a un histórico seleccionador soviético de ajedrez, Kotov, que le elogió
diciendo que si en lugar de nacer en España hubiera nacido en la Unión
Soviética, hubiese sido sin duda candidato al campeonato mundial. Y esto, no por menos cierto, merece
un comentario.
A ver. Citar a Kotov como
paradigma de seleccionadores –y como elogio para Arturo Pomar-, es como pensar
que el paradigma de seleccionador de básquet fuera el inefable coronel
Gomelslki -sempiterno seleccionador de baloncesto soviético- que hubiera dicho que un torpón como Luyck hubiera podido ser de la NBA. Pero esto requiere que les aburra con una muy
breve historieta, no por historieta menos verídica. Mala glosa ha sacado PRISA. Es que no saben de ajedrez...
Lev Trotsky, besides being a communist, era un gran aficionado
al ajedrez –lógico, le gustaba el champagne-.
Entre conspiración y conspiración, practicó este noble juego y, según parece,
no era nada malo, al contrario, muy bueno. Luego llegaron los tiempos de la revolución y
acabó como todos sabemos. En el interín, y antes de ser comisario de guerra –organizó
el ejército rojo-, le cayó un prisionero cuyo nombre le sonaba: Alexander
Alekhine –o Aliojín, como se escribe hoy-. Era un compatriota suyo, pero esto
no era nada raro, excepto los 150.000 mercenarios de los tres cuerpos de
ejército del ejército blanco pagado y proveído por Inglaterra y «demás», la
mayoría de prisioneros eran tan rusos como sus carceleros. Pero este Aliojín –o
Alekhine-, tenía otras particularidades, besides
being un reaccionario: era un famoso jugador de ajedrez, decían que el
mejor de Rusia. Y probablemente era cierto.
Alekhine se convirtió en
campeón mundial de ajedrez cuando venció al cubano José Raúl Capablanca. Por
aquellos tiempos, los campeonatos de ajedrez funcionaban como todavía hoy en día
los de boxeo: hay un campeón y aparece un aspirante con posibles; y si hay
bolsa, o mafia, pues el campeón acepta y a ver quién vence. Todo en hoteles Belle Époque o, ya en el caso que nos
ocupa «alegres años veinte». Tuvo lugar el duelo, y Alekhine, inferior
Capablanca, le venció. Sobre esto, hay una leyenda negra.
El duelo fue en un Grand Hotel
de Buenos Aires, en 1927. Capablanca era muy playboy, pero se llevó a su
legítima al evento. La noche antes de la partida decisiva, su esposa le pilló in fragantti con una azafata del hotel.
Al día siguiente –normal- Capablanca quizás hubiera estado para correr la
maratón o para un combate de boxeo, pero no para una decisiva partida de
ajedrez. Y perdió. Alekhine siempre se negó a concederle la caballerosa revancha siempre supuesta.
Sólo aceptó a aspirantes incapaces de vencerle, como al pobre Ewve. Y aun así
perdió, pero en el contrato, esta vez sí, la revancha era preceptiva.
Bueno, Trotsky, por más
visionario que fuera, no podía adivinar el futuro. El caso es que soltó al
prisionero Alekhine. Se dice que jugaron una partida y Trotsky le dijo que si
ganaba él, lo fusilaba, si perdía, lo soltaba. Como perdió –hombre de palabra,
viejos caballeros-, lo soltó, y poco después, con pasaporte soviético, Alekhine
fue campeón del mundo. Pero es que Alekhine no sólo era un gran jugador de
ajedrez y un ruso blanco. También fue pronazi.
Así que tuvo que exiliarse a
la España eterna del centinela del Pardo o vigía de occidente, porque ni los
franceses –nacionalidad que había adoptado antes de la guerra- lo querían en su
casa. Luego residió en Portugal… Murió en 1946. Algo polémicamente.
En 1944, un niño, Arturo
Pomar, le ganó una partida. Quedó muy impresionado y siguió durante el
escaso tiempo de vida que le quedaba su trayectoria. Vio como lo quemaban a
simultáneas exhibiendo un trofeo como si fuera la momia de José Antonio. Y como
probablemente sólo le quedaba por amar al ajedrez, se percató de su genio y,
contra su e(s)tilo ético proclamó que si no quemaban mezquinamente a aquel niño
matándolo a exhibiciones simultáneas para mayor gloria del régimen, iba a ser
el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos.
No pudo ser; lo quemaron. Fue,
en mi opinión, el mejor elogio que se le pudo hacer jamás a Arturo Pomar, dicho
por alguien que sabía de ajedrez, y mucho.
Don Arturo, hasta
me gustó perder aquella partida. Cuando nos veamos en el cielo, acépteme jugar
otra.
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