Debería llamar nuestra
atención la recurrente intempestividad con que ciertos emergentes aducen
argumentos de lo más manidos según van acercándose a la superficie. Será cosa
de la presión, ya se sabe; la borrachera de las profundidades, se le llama. Pero
no hablo de buzos, sino de políticos. Y es si cabe aún más curioso.
El ciudadano Rivera, sin ir
más lejos, acaba de descubrir el peligro del comunismo en un nuevo rito de
tránsito iniciático que deberá -o debiere si fuere- consagrarle como político
español de derechas y con mayúsculas -no sabemos si aspirando a Lerroux o a Gil-Robles-. Hasta ahora sólo sabía de nacionalismos, muy
concretamente de nacionalismo catalán. Ahora que está haciendo las Españas ha descubierto que existen los rojos. Y clama contra ellos. Son especialmente
trabajadas sus declaraciones según las cuales la coalición entre Podemos e Izquierda
Unida representa al «comunismo»: el peligro comunista. Épatant! O descubrir la sopa de ajo pretendiéndola inédita hasta
que sus luces la vislumbraron.
En cierto modo es comprensible.
En Cataluña hace ya mucho que no hay rojos, ya no quedan; y él es (todavía) joven.
Hay en Cataluña, eso sí, rosados, purpurados más o menos violáceos, e incluso
hasta figurantes que fingen ser lo que haga falta, porque ha de parecer que
haya de tó. Pero rojos, lo que se dice
rojos, no quedan. Así que Rivera no sabía que existían. Ahora, ya en la cosmopolita
España, ha descubierto, empavorecido, que sí, que haberlos, haylos. Hay separatistas
–eso lo sabía-, pero resulta que también hay rojos. Hasta puede que esté
empezando a dilucidar con sus áulicos y sesudos consejeros si acaso los rojos
son a España lo que los separatistas a Cataluña. Ha descubierto que existe una
anti-España, y lo que es peor: en España. Y esto es un descubrimiento
«trascendental». Lo que ya no sé es si preferiría, llegado el caso, «una España
roja antes que rota», o «rota antes que roja».
Voltea como un buitre en busca
de carroña la frase de Samuel Johnson: “El
patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Mientras tanto, dos noticias
que (al menos a mí) «ayudan» a entender un poquitín todo este esperpento en que
se ha convertido nuestra realidad.
La primera es la prohibición, por
parte de «la autoridad «(in)competente» de la bandera independentista, la estelada
–como se le llama- en la final de «ese» partido de fútbol. Si la prohibidora
hubiera como mínimo leído a alguien tan ideológicamente próximo a ella como
Talleyrand, sabría que una cosa es un crimen, y otra un error, y que lo segundo
es peor. Lástima que la proximidad ideológica no exima en materia de
deficiencias propias. Ni hecho aposta daría tanto pábulo a los cínicos que
viven de administrarlo, en ambos lados.
Pero es que a lo peor, en
regodeándose, lo ha hecho aposta, con lo cual, apaga y vámonos. Con gobernantes
así nadie, excepto un súbdito, puede sentirse identificado. Ni el más cenutrio.
La segunda, que además me
enternece personalmente por lo de las contumaces cuitas en que prosigue mi
inefable Artur Mas -¡qué juego llegó a dar este hombre!-, es la integración de
Ciudadanos en el grupo liberal europeo, en el cual también está Convergencia.
Mas ha viajado en secreto para entrevistarse con sus amigos liberales europeos –ignoro
quién ha pagado el viaje, pero me temo que yo, entre muchos otros- para
utilizar sus «influencias» y evitar tener que compartir grupo parlamentario –y la
«Internacional Liberal», así llamada-, con tan molestos socios.
Obviamente en vano; una nueva
calabaza para nuestro Moisés. El diagnóstico del Grupo liberal europeo es, a mi
parecer, tan demoledor para Mas como para Rivera: ideológicamente son iguales,
sus diferencias territoriales que se las arreglen entre ellos. Ya lo hacen,
ahora el nuevo peligro son los comunistas. Ya sólo faltan los masones y tenemos
el triunvirato.
¿Esto es nuevo? ¡Por favor!
Prometo dedicar la
próxima entrega al peligro «comunista», que también se las trae.
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