No voy a hablar todavía del
libro de Alberto –esto lo dejo para más adelante-. Lo que sí haré por ahora es romper una
lanza en su favor en lo que respecta a las reacciones negativas que ha
suscitado en los ambientes pedagógicamente correctos; como mínimo, entre los que se han enterado de su publicación. Muy particularmente en
relación a algo que, no por esperado, resulta menos significativo: la constante
aducción al supuesto alineamiento del autor con un modelo educativo tradicional,
conservador, y seguramente reaccionario, por el cual sentiría una nostalgia freudianamente
sublimada en su libro «Contra la nueva educación».
La descalificación ad hominem es una falacia muy manida, y sin duda muy útil
si de lo que se trata es de evitar otra polémica que no sea la simple
descalificación del adversario. Si, además, el «hecho» en que se sustenta es
materialmente falso, entonces a la falacia formal se le añade la falsedad material.
Porque eludir el debate incurriendo en la simple descalificación del adversario,
es una cosa, sin duda reprochable, pero que encima se fundamente en falsedades manifiestas
es, si cabe, todavía peor.
Me explico. Si me niego a debatir
sobre la conveniencia o no de implantar una prueba externa al final del bachillerato,
con el argumento de que la reválida era franquista, estoy incurriendo en una
falacia ad hominem, desautorizando
así a mi interlocutor para opinar sobre el tema, no por lo que diga, sino por ser
quien es. Ahora bien, si luego resulta que la reválida no sólo no la inventó el
franquismo, sino que precisamente la suprimió, y que este
tipo de exámenes son una práctica bastante extendida en muchos países avanzados
y democráticos, entonces estoy incorporando a la falacia retórica una falsedad
material con voluntad inequívocamente tendenciosa.
Y este es precisamente el palo
del que van, en mi opinión, la mayoría de críticas negativas con el libro de
Alberto. Algo que ya denunció maese Luri
en la presentación, con el afortunado término «paleoinnovación». Es decir, que
nos están vendiendo como nuevas, propuestas e ideas educativas en realidad muy
antiguas. Por qué, entonces, presentarlas como nuevas, podríamos preguntarnos.
Muy simple, porque previamente se ha decidido que lo innovador es bueno, y lo
tradicional, malo. En definitiva, y prisioneros de su propia falacia, si
no vendieran sus propuestas como innovadoras, sus vendedores se verían
obligados a descalificarlas por tradicionales. Así, la arbitraria valoración
según la cual lo nuevo es bueno y lo viejo es malo, obliga a presentarse como
innovador. Pero cuidado, que nadie piense que esto es gratuito. Muy al
contrario, la falacia argumentativa (lo nuevo es bueno y lo viejo malo, que le
permite a uno presentarse como innovador y desautorizar al adversario por carca)
y la falsedad material que se le incorpora al presentar como innovador algo que
no lo es, constituyen en realidad los
elementos imprescindibles para la construcción de un discurso necesariamente
ventajista, ya que de lo contrario (de admitir que no es novedoso), no sólo se
rompe la falacia, sino que también se podrían contrastar los resultados
empíricos que tales propuestas obtuvieron en su momento. Y esto es lo que hay
que evitar a toda costa, porque entonces sí que se hunde el chiringuito.
En este sentido, y contra lo
que algunos han dicho, a mí sí que me parece acertado el título, por más que ni
la «nueva» educación sea tan nueva, ni que el «contra» inicial pueda sugerir una
reactividad poco «creativa»; algo que, por cierto, nos situaría de lleno en la
falacia que denunciábamos. Porque una cosa es un tratado de astronomía, y otra
distinta un tratado «contra» la astrología. Y así como estamos a favor de la
astronomía, también hay que estar claramente contra la astrología. Pero para
demostrar su falsedad, no basta con un tratado de astronomía, porque el hiato entre una ciencia y una superstición, no siempre es tan explícito
ni excluyente como a simple vista podría parecer. Al fin y al cabo, el
astrólogo también se sirve de la astronomía para sus fines. Como la (vieja)
nueva educación dice servirse de la ciencia. Eso sí, en ambos casos, utilizando
su nombre en vano. Porque, contra lo que comúnmente suele pensarse, no por hacer una estadística, por más bien hecha que esté, he de estar haciendo necesariamente ciencia. Y esto hay que denunciarlo refutándolo y poniendo de
manifiesto las supercherías bajo las cuales se manipula y adultera a la ciencia.
Como lo hace «Contra la nueva educación».
Creo, en este sentido, que incluso
algunas de las críticas «benévolas» que he podido leer desde posiciones contrarias, adolecen de cierta falta de perspectiva. Porque, dejando de lado los
planteamientos maniqueistas más genuinamente pedagocráticos, hay otro tipo de
críticas que pretenden hacer especial hincapié en la ausencia de propuestas en positivo. Algo así como si después de haber puesto patas arriba a la
astrología, se le reprochara al autor no haber propuesto algún otro arte
mántico como alternativa. Y es que el libro de Alberto, a mi entender, no pretender ser un tratado de astronomía, sino contra la astrología. O, en definitiva, un baño de sentido común; lamentablemente, y con tanta frecuencia , el menos común de los sentidos.
Gracias, amigo Xavier. Aunque uno empieza a tener las espaldas anchas, el apoyo nunca viene mal. Un abrazo
ResponEliminaLe gustarà:
ResponEliminaLa conjura de los ignorantes.
http://www.pasosperdidos.org/libros/pdf-43.pdf
Magnífico artículo, felicidades.
ResponEliminaCabal.
ResponEliminaMuy bien la metáfora de la astrología/astronomía. Pero en la educación, ¿de qué término real hablamos cuando hablamos de "astronomía"? Agradezco su respuesta aunque haya pasado tiempo ya.
ResponEliminaSimplemente de la ciencia que, desde la Física, se conoce como Astronomía: el movimiento de los astros y las leyes que lo rigen.
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