dimecres, 29 d’abril del 2015

BROTES ORWELLIANOS



En «1984», Orwell nos relataba magistralmente el interrogatorio al que es sometido Winston Smith por parte del policía O’Brien, que le había detenido haciéndose pasar por amigo suyo. Mostrándole cuatro dedos de la mano, le pregunta cuántos hay. “Cuatro”, responde. “No, hay cinco” le replica O’Brien. Una respuesta «errónea» merecedora de la «instructiva» paliza que se le aplica terapéuticamente. Cuando finalmente responde “cinco” entendiendo que, doblándose a la voluntad del interrogador, dejarán de torturarle, se encuentra con una nueva paliza. “Pero si he contestado lo que tú querías” se queja desconcertado Smith. “Es que no lo has dicho con suficiente convicción”, le espeta O’Brien.

No basta con acatar, por más disparatado que sea el objeto de tal acatamiento, sino que hay que estar convencido de ello, hay que creérselo firmemente; de lo contrario, el individuo cuya voluntad no haya sido completamente anulada, será siempre un peligro potencial. No basta con las manifestaciones externas porque pueden ser fingidas mientras perviva una brizna de criterio. La única verdad es la que decide el Poder, y el único criterio es el que lleva al establecimiento de esta verdad por su parte.

Podríamos encontrar una infinidad de ejemplos que demuestren la buena salud de que gozan aún hoy en día estos «brotes orwellianos». Que no son brotes, sino otra cosa, al igual que tampoco lo eran los «verdes» de Leyre Pajín, o el «psicótico» decretado por el Departament de Ensenyament como explicación del reciente asesinato de un profesor a manos de un alumno, según se van conociendo nuevos detalles y como se está empezando a denunciar desde distintos sectores profesionales de psiquiatras y psicólogos. En realidad, basta con consultar este concepto en Wikipedia para ver que no coincide con la versión oficial de tales hechos.

Y el tabú se extiende. Anteayer, por ejemplo, en el debate de «La Noche 24h.», estaban entrevistando a un psiquiatra sobre el impacto emocional de catástrofes como la del terremoto del Nepal. Al llegar el turno de preguntas de los tertulianos, uno de ellos le preguntó directamente si le podía definir el concepto de «brote psicótico». El presentador saltó rápidamente cortando la pregunta bajo el pretexto de que “ahora o toca, en todo caso luego…” Un «luego» que, evidentemente, nunca llegó.

El dictado de la «verdad oficial» presupone la proscripción de toda verdad alternativa. Que ésta pueda tener de su lado a la ciencia o al sentido común no sólo es algo prescindible, sino absolutamente insignificante. El poder dicta la verdad. Por lo tanto, y en consecuencia, «enseñar» no es que no sea prioritario, sino incluso enojoso, porque una cierta formación, a la vista de una determinada información, podría dar al traste con la verdad dictada. Rectificar será tal vez cosa de sabios, pero no de políticos y mandatarios.
Siempre lo he dicho. No es que nuestro sistema educativo no funcione… A ellos les funciona perfectamente.

divendres, 24 d’abril del 2015

LA MENTIRA COMO SUCEDÁNEO



Comentaba Larra (Fígaro, “Mi nombre y mis propósitos”) el caso del general que, estando en su posición, recibió el aviso que llegaba el enemigo. “Déjele que se acerque”, instruyó el general. “¡Señor, que ya se le ve!”, le dijo el edecán al cabo de un rato. “Cierto, ya se le ve”, replicó el general. “¿Y qué hacemos?”, preguntó el edecán. “Mire usted”, contestó el general como hombre resuelto, “mande usted que le tiren un cañonazo, veremos cómo lo toma”. “¿Un cañonazo, mi general? Están muy lejos aún”, arguyó el edecán.  “No importa, un cañonazo he dicho”, repuso el general. “Pero, señor, un cañonazo no alcanza”, contestó el edecán despechado. “¿No alcanza?” interrumpió furioso el general con tono de hombre que desata la dificultad “¿No alcanza un cañonazo?”. “No, señor, no alcanza”. “Pues bien”, concluyó su excelencia, “que tiren dos”.

Todo un personaje debía ser, el tal general, pero lo cierto es que su proceder recuerda las actitudes y acciones que con demasiada frecuencia podemos detectar en las soluciones que se proponen para resolver problemas que más bien parecen ser ellas mismas parte del problema. Es algo que ocurre, sin ir más lejos, en el ámbito educativo.  Cualquier medida o propuesta que no coadyuve a atajar el tema, o cuya ineficacia se haya demostrado reiteradamente, sigue siendo esgrimida con ejemplar contumacia, o substituida por otras de naturaleza similar que no contribuyen sino a dejar las cosas como estaban o incluso a empeorarlas.

Una muestra de ellos es la cerrazón dogmática e irracional de que, a raíz de los luctuosos hechos de esta semana, han hecho alarde los sindicatos docentes mayoritarios, las autoridades educativas y políticas, y el resto de agentes que confluyen en este magma sincrético que es la llamada comunidad educativa.

No se trata ahora de hurgar en estos hechos. No, lo que aquí interesa es la negativa apriorística a aceptar la posibilidad de que tal vez no estemos en el mejor de los sistemas educativos posibles, ni siquiera como hipótesis de trabajo, y cómo este enroque lleva necesariamente a las hipócritas y vergonzantes reacciones oficiales que se han producido. Porque cuando algo es frágil, el menor cuestionamiento puede ser fatal para la verdad oficial. Y admitir siquiera la remota posibilidad de que acaso nuestras leyes educativas sean excesivamente garantistas y permisivas para con ciertos tip0s de conductas, o que el sistema educativo presenta ciertas disfunciones, admitirlo aun como posibilidad, puede acabar abriendo una vía de agua que ni la del Titanic, y dar al traste con el modelo educativo en su totalidad.

De ahí la necesidad de agarrarse al clavo ardiendo del hecho aislado, a partir de la verdad estadística según la cual es, ciertamente, la primera vez que algo así ocurre en nuestro país. Y de ahí también la obsesiva obstinación en negarse a reconocer una realidad educativa que, vista contextualmente, acaso presentaría dicho hecho hasta ahora inédito como un aumento de grado, con fatal resultado de muerte, en un contexto donde la violencia física no es, ciertamente, un hecho aislado.

Por eso han de negar también este último extremo. Porque de lo contrario, se cae el castillo de naipes. Igual que los dos cañonazos ordenados por el general no añadirán ni quitarán nada a la realidad de un enemigo aproximándose, pero con dos en lugar de uno, parece que se lo tome más en serio. Si no basta con un cañonazo, pues dos, porque el problema es que parezca que se hace algo, no si está o no fuera de alcance. Así venimos funcionando educativamente desde hace demasiados años. Y así nos va. Pero reconocerlo implica reconocer un fracaso cuyos costes nadie está dispuesto a asumir.
Es como si ante una epidemia cuyo origen es el agua infectada que la población está bebiendo, nos limitamos a reclamar más médicos, enfermeras, hospitales y camas, lo cual no es, ciertamente, irrazonable… pero nos negamos a cambiar el suministro de agua y a analizar el pozo infectado.

dijous, 23 d’abril del 2015

dimecres, 22 d’abril del 2015

EN RECUERDO DE ABEL MARTÍNEZ OLIVA





Diríase que fue el profesor asesinado quien truncó la vida del alumno asesino y le convirtió en víctima al interponerse en su camino justo en el inoportuno momento en que era presa de un aislado brote psicótico. O al menos, esto es lo que cabe inferir de las vergonzantes declaraciones de la consellera d’Ensenyament, Sra. Irene Rigau, cuando ayer afirmaba que “ha mort un professor, però hi ha una gran víctima, que és el nen”. Literalmente: ha muerto un profesor, pero hay una gran víctima, que es el niño.


Una macabra inversión de la realidad, que a poco que consideráramos los hechos, y de no ser conocedores de la frivolidad que la caracteriza, nos haría dudar seriamente del equilibrio psíquico de la señora consejera, y que no parece afectarle únicamente a ella, sino también a la verdad oficial, convertida en omertà, que se decretó desde el mismo momento en que, apenas un par de horas después de los hechos, la propia consejera pusiera al claustro de profesores en primer tiempo de saludo sobre cuál iba a ser ésta, todavía con el cadáver de la víctima caliente en el mismo lugar donde cayó.

(Publicado en Catalunyavanguardista. El resto del artículo AQUÍ)

dimarts, 21 d’abril del 2015

¡QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS!

O


En estas mismas horas, un profesor faltará hoy a clase. Y aunque todos piensen en él, nadie preguntará por él; todos saben, sabemos, por qué. No asistirá porque ayer lo asesinaron mientras estaba trabajando. Y no merecerá ni siquiera las inquietudes mediáticas que el asesino está mereciendo. Un número, un profesor, una víctima. Nada… porque de él nadie habla. ¿Tenía mujer o novia, padre, madre, hijos…? Nada. Un simple substituto al que igual todavía ni se le conocía. Quien no haya sido substituto que tire la primera piedra.

Pero todo el mundo se pregunta, con inquieta afección, qué será del monstruito, qué van a hacer con el que ya va camino de convertirse en mito para tarados como él; sus aficiones, sus afecciones, sus filias, sus fobias… sí, muchas fobias. Todo  está en la prensa y en la red, menos su nombre, por ahora. ¿Por qué?... es menor, claro. Consulten la red y ya verán. Yo, por higiene moral, no pongo los links. ¿Menor? De edad legal sí, pero suficientemente mayor como para asesinar. Eso también.

Pero nadie se pregunta qué será de Abel, porque todos saben que ya no es. Ni de la gente que le quería y acaso dependiese de sus escasos ingresos como substituto. Por eso nadie preguntará mañana por qué no acudió. Sólo espero que los que todavía tenemos memoria, le recordemos como se merece: como un profesor.

¡Dios mío! ¡Qué solos se quedan los muertos! (Bécquer)
Para Abel, a quien no conocí, con admiración.

diumenge, 19 d’abril del 2015

CONVICCIONES Y EVIDENCIAS



 
Sin duda, como dijo Proust, hay convicciones que crean evidencias. Evidencias para uno mismo, y para todos los que compartan la convicción de que se nutren. Y las evidencias, como es sabido ni se discuten ni se someten a crítica; se las asume como apodícticas y a la vez como axiomas, fundamentando el discurso que se despliega a partir de ellas. Se las considera acríticamente como tan evidentes en sí mismas que funcionan como principio de toda demostración, a la vez que se omite subrepticiamente la convicción que las sostiene.

Porque en realidad, su categorización como evidentes no proviene de lo innecesario de acometer su demostración o de someterlas a crítica dada su supuesta condición de incondicionalmente evidentes, sino porque que tal condición de «evidentes» cuelga de la convicción que las sustenta. Unas evidencias dejan de serlo a poco que se abjure de la convicción que las sostiene, o cuando chocan con una realidad de la cual están tan alejadas que no admiten ni el más parcial de los contrastes y sólo pueden alimentarse desde la convicción. Es el caso del discurso nacionalista, y muy particularmente, dadas las circunstancias que concurren en él, el del discurso independentista que se ha adueñado del nacionalismo catalán.

Es cierto que todo discurso político está afectado en mayor o menor medida por su dependencia de unas determinadas convicciones que determinan sus «evidencias», pero también lo es que, según la propia articulación que el despliegue de dicho discurso adopte, el alejamiento de la realidad, o dicho en términos aristotélicos, su inadecuación a ella, dependerá no tanto de la firmeza en dichas convicciones como del rigor con que críticamente abordemos los enunciados que de sus «evidencias» se desprendan. La realidad es tozuda y se resiste a dejarse moldear por nuestras convicciones. Si nos olvidamos de ello, entonces incurrimos en la construcción de ficciones que, como sabemos, pueden hacerse verdaderas (pero sólo) en sus consecuencias.

La perfecta adecuación de un discurso a la realidad es probablemente imposible, pero las evidencias derivadas de la convicciones han de ser verosímiles; han de adecuarse, más o menos, a la realidad que pretenden interpretar. Por su parte, el recorrido de un determinado discurso puede mantenerse dentro de los umbrales de la verosimilitud o, por el contrario, en la medida que sus constructos sean cada vez más ficticios, alejarse de ella hasta el delirio. Viene esto a cuento de la reciente concurrencia de un hecho anecdótico, de un artículo y de una efeméride. Tres hechos que, puestos en común, dan que pensar.

La anécdota es la reciente conversación mantenida con un independentista en el marco de un encuentro entre amigos. Aunque no sea precisamente la primera vez que ocurre, no por ello deja de sumirle a uno en la perplejidad que alguien preparado y culto, que razona argumentativamente y con rigor en otros campos discursivos, que analiza y sospesa críticamente sus aserciones, cambie radicalmente de registro tan pronto como sale a colación el tema del independentismo, y asuma acríticamente y sin más una serie de «evidencias» nada apodícticas, sino simples aserciones que, como tales, deberían ser sometidas al análisis crítico, o a la prueba de la verdad, por decirlo así, en cuanto a su adecuación a los hechos que pretende remitirse. Algo que no deja espacio alguno para el debate, ya que si éste apunta hacia someter a crítica y sin prejuicios tales aserciones, se produce automáticamente el blindaje de éstas en «evidencias». Verbigracia: Cataluña es una colonia española, y quien lo cuestione, cae inmediatamente y sin matices en bando del más furibundo españolismo.
 

Por su parte, Antoni Puigverd comparaba el pasado miércoles, en un excelente artículo,  la situación de Mas con la de Ulises navegando entre Escila y Caribdis, y atado al palo de mesana desde el cual ya no puede ni escuchar lo que le dicen las sirenas en sus cantos, porque si lo hiciera y fuese consecuente, tendría que abandonar la nave. Una situación a la que se habría llegado desde la propensión a primar lo virtual sobre lo real. Algo así como la «desconexión» catalana, en que una parte de la ciudadanía empezó a sentir como si ya no estuviera en España, un interruptor virtual a la espera desesperada del que convierta las ficciones en realidades. Mas ya sólo puede esperar, viene a decirnos Puigverd, un milagro. Las ficciones acaban por chocar con la realidad y ahora se encuentra desarbolado y sin rumbo. Toda ficción acaba chocando con la realidad precisamente cuando pretende realizarse.

Y finalmente, la efeméride de la carta que hace ahora 34 años, Tarradellas escribió denunciando la deriva hacia el victimismo, el agravio y el enfrentamiento que, por entonces, estaba emprendiendo un Jordi Pujol que no llevaba todavía un año como presidente de la Generalitat de Cataluña. Un escrito que, si tenemos en cuenta que los actuales lodos eran por entonces apenas unas insignificantes motas de polvo, no podemos sino considerar de una lucidez y una clarividencia más que sorprendentes. Unos años después, afirmó que Pujol tenía que dimitir por el caso de Banca Catalana y lo calificó de dictador, anunciando el erial que nos iba a dejar como legado.
Sí, es verdad que una buena parte de la sociedad catalana «desconectó». Pero dicha desconexión se llevó a cabo primando lo virtual sobre lo real, la ficción sobre la realidad, desde una convicción que se dotó de evidencias que funcionaron como categorías fundantes, pero cuyo único contacto con la realidad era la convicción que las presentaba como tales, no su adecuación a la realidad que pretendían fundar. Y ahora chocan con la realidad. Mientras la ficción aplazaba su conversión en real, la cosa todavía podía funcionar en su virtualidad, pero ahora, cuando al final de su recorrido exige realizarse, es cuando precisamente más patente se hace su carácter de ficción. Un recorrido que se inició hace 34 y sobre el que ya Tarradellas nos advirtió en términos francamente premonitorios.

dijous, 16 d’abril del 2015

EL RODRIGO QUE NO REINÓ


 
Y pensar que pudo haber ocupado el puesto de Mariano, sólo con que el dedo le hubiera señalado... ¿Condenado por desconfiado, o por desalmado?
 
"Sic transit gloria mundi", debe pensar Rodrigo, hoy en su Guadalete particular; o cómo encarar unas elecciones que se presentan mal, estará pensando Mariano.

EDUCAMELANDO O DE CAMELOS EDUCATIVOS



Sigue uno preguntándose por qué en materia de educación, o mejor de enseñanza –antiguamente instrucción pública-, no sólo opina y da lecciones quién quiere sin reportarse lo más mínimo, además de impartir admoniciones y doctrina con la mayor desfachatez -esto ocurre en realidad en cualquier ámbito-, sino, muy especialmente, cómo es posible que planteamientos de solvencia análoga a los que en cualesquiera otros campos serían tildados de chifladuras y despachados sin mayor trámite, en el educativo acostumbren a tener en cambio tan buena acogida.

No sé… ¿Alguien se imagina al consejo de dirección de un hospital adscribiéndose a la santería? ¿O sugiriendo que uno pueda convertirse en médico a través de la información que nos facilita la sociedad de la ídem? ¿O a una escuela de aviación animando a los futuros pilotos a ser «creativos» en sus rutas de vuelo? ¿O sin las pertinentes pruebas que acrediten la pericia adquirida como piloto? Un servidor, la verdad, no puede imaginárselo.

Otra cosa muy distinta es que de vez en cuando te salga un tarado, como en los recientes y luctuosos hechos del avión de los Alpes. Pero esto es algo muy distinto a lo que aquí estamos tratando, y si lo menciono es precisamente para dejar bien claro que en modo alguno estoy relacionándolo con los ejemplos objeto de este post.

Sigamos pues. No sólo el colectivo de médicos o de pilotos, siguiendo con estos ejemplos, pondrían el grito en el cielo a las primeras de cambio ante tales majaderías, sino que la sociedad, compuesta al fin y al cabo de potenciales pacientes y pasajeros, les daría su apoyo total e incondicional.

Porque uno puede entender que el buen padre de un hijo melón, que quiere ser médico o piloto, desee sobre todo que su hijo lo consiga, y que llegado el caso, hasta exija una reclamación del examen de autopsia o de vuelo, o acuse a los examinadores, o al sistema o a la sociedad, de condenar a su hijo a la frustración y a la infelicidad por cercenar su futuro al haberle calificado con un cero patatero.

Si, se puede entender. Pero dejando de lado que a pocas luces que tenga jamás se dejaría operar por su hijo ni se subiría al avión que pilotara, lo cierto es que el resto de la ciudadanía, examinadores incluidos, y los que facultan a los examinadores, le dirían al padre que se vaya con su melón a otra parte. Ajo y agua, vamos.

Y le dirían también con toda seguridad que, por más informes psicopedagógicos que se aportaran acreditando el indiscutible interés y esfuerzo manifestado por el cucurbitáceo, hay lo que hay, y que este tío como médico o como piloto iba a ser un peligro público. Y que si se frustra, pues que se compre un Lego y construya un hospital con él, que se suba a los avioncitos de la feria o que se vaya al psicólogo. Pero de entrar en el quirófano o en la cabina de vuelo, nada de nada. Y la sociedad no sólo lo entendería; también aplaudiría. Lo entiende y lo aplaude.

Cierto que hay majaderos en todas partes, pero también lo es que en algunas está implícito el «stupids not admitted» y que todo el mundo tiene claro que ha de ser así, mientras que en otras, en cambio, se les da pábulo. ¿Por qué?

A lo mejor es más sencillo que todo esto y que todos los ríos de tinta que se han vertido intentando combatir la ingente cantidad de sandeces que se han dicho y se han aplicado en el campo educativo. Ciertamente puede que, como dice un amigo mío, los tontos sean mayoría; vale, admitámoslo incluso al riesgo –o la certeza- de caer en tal conjunto. Pero incluso así, esos mismos tontos no nos comportamos tan tontamente según de qué se trate. Y eso no deja de ser significativo.

A lo mejor es que, aun tontos, nos podemos ver como pacientes o pasajeros, y entendemos que otro tonto operándonos en el quirófano o pilotando creativamente el avión en que viajamos, nos está poniendo en peligro por culpa de su necedad o de su incompetencia. En cambio, no vemos el daño que hace un sistema educativo tan zafio como el que tenemos; porque no vemos en qué pueda ponernos en peligro… y porque nos halaga los oídos que nos digan que no hay tontos y que todos podemos ser lo que no estaríamos dispuestos a aceptar en un tonto.
Claro que, a lo mejor, es una tontería.

LOS BUENOS Y LOS MALOS

En todas partes cuecen habas, reza el refrán. Pero según nos caiga quién las cuece, son más buenas,  son más malas... o no son habas.
¿Son habas lo que viene a continuación?

 
 
 
 
 



dimecres, 15 d’abril del 2015

LA PEDAGÓGICA NEGACIÓN DE LA EVIDENCIA



El gran problema de la pedagogía moderna supuestamente progresista, consiste en su obstinada negativa a reconocer la naturaleza profundamente antidemocrática del conocimiento; del conocimiento humano, claro, porque hasta hoy no sabemos de ningún otro.

Dicho carácter tan profundamente antidemocrático del conocimiento, proviene a su vez de la distribución igualmente antidemocrática, por arbitraria y aleatoria, de la inteligencia entre los distintos seres humanos. Este es un factor intrínseco que se niegan a reconocer y que, ante su recurrente reaparición en todos y cada uno de sus experimentos, proscriben contumazmente hasta su sola mención, cubriendo el hueco que deja, ante la evidencia de sus reiterados fracasos, con pretextos que remiten exclusivamente a factores extrínsecos.

Dichos factores extrínsecos, ya incidan en lo socioeconómico, en lo cultural, en lo ambiental, en lo tecnológico o en cualesquiera otros, sirven para explicar, en todo caso, aquello a lo que la propia locución refiere: lo extrínseco, pero nunca lo intrínseco, proscrito de antemano por definición.

Según esto, y dependiendo de cómo nos aproximemos a ello, estaríamos a nivel psicológico ante el más furibundo de los conductismos; tanto que ni a los mismísimos Watson o Skinner les cuadraba con las ratas de sus celebérrimos experimentos.

Si, por el contrario, los sucedáneos argumentativos apuntan hacia conceptos tales como “aprender a aprender” construye tu propio conocimiento” “aprende divirtiéndote” y otras zarandajas por el estilo, entonces resulta que nos encontramos ante un innatismo tan radical que ni los defensores de las interpretaciones más «reminiscentes» del Menón se atreverían a suscribir.

O si, finalmente, lo fío todo a la sociedad de la información y a las nuevas tecnologías, siendo ya ellas mismas un fin como la propia información, entonces nos las tenemos con la versión secularizada de un iluminismo que nunca existió.
Por esto sus propios planteamientos les fuerzan a considerar la igualdad como un punto de llegada, y no de partida.  Porque no puede haber diferencias intrínsecas. Lo peor de todo es que cuando alcancen finalmente su objetivo, no quedará nadie para darse cuenta de cuán disparatados son tales planteamientos.

divendres, 10 d’abril del 2015

SIGUIENDO CON EL «PROCÉS»



Hacen mal los que dan el “procés” por finiquitado. Cierto que va a la baja y que sus próceres están muy desacreditados, tanto por su mediocridad como por sus irreprimibles pulsiones cleptocráticas y/o megalomaníacas; cierto también que la última hoja de ruta parece haber pasado más desapercibida entre el respetable que el viaje de Mas por los EEUU, y que hasta parte de los medios catalanes reconocidamente domeñados han reaccionado negativamente ante la última ocurrencia «rutera».

Pero todo esto, con ser cierto, sigue estando muy lejos de un final del «procés» con liquidación por cierre. El independentismo sigue disponiendo de ingentes incondicionales y medios de comunicación a su servicio para mantener y administrar los tiempos y la tensión. Un tiempo que no sólo es el del «procés», sino también el del recorrido y biografía política de unos dirigentes cuyo tiempo amenaza con acabarse. Y puede que, haciendo de la necesidad virtud, hayan decidido jugárselo todo a una última carta: de perdidos al río. O todo o nada. La última hoja de ruta es una muestra de ello, básicamente por la novedad que aporta: se prescinde de la necesidad de una mayoría absoluta de votos para alcanzar la independencia. 

El tiempo apremia y no hay vuelta atrás. Desde un primer momento, el independentismo no calibró bien sus fuerzas,  ni en el plano interno catalán, ni en el español, ni en el internacional. La rentabilización de las movilizaciones masivas ha servido sólo para consumo interno y se ha retroalimentado de ellas. A esto hay que añadirle ahora dos nuevos factores en el terreno político que amenazan con enterrar definitivamente las aspiraciones independentistas de obtener una mayoría absoluta parlamentaria, al menos para los próximos quince o veinte años, una vez convencidos de que nunca ganarían un referéndum. Estos dos factores son PODEMOS y C’s.

PODEMOS está irrumpiendo con fuerza en Cataluña, donde algunos sondeos sitúan a esta formación incluso como la fuerza más votada en las generales; si bien estos mismos sondeos le otorgan menos en las autonómicas, la cosa no está nada clara. PODEMOS aporta en el plano «nacional» un discurso antaño muy arraigado entre la izquierda y posteriormente arrinconado por los partidos de la izquierda catalana; unos planteamientos cuya explicitación excedería ahora mismo los límites de este post, pero que diremos, simplificando, que se basan en el primado de lo social sobre lo identitario. Por eso inquieta tanto al nacionalismo, que creía tener hasta ahora controlada a la teórica izquierda política catalana. No es un exabrupto: cuando oigo a Mas hablando de PODEMOS, veo a un catalán cosecha «Burgos/1936».

C’s, por su  parte, empezó siendo una reacción local contra el nacionalismo catalán, sin otro proyecto que el anti-independentismo. Y aunque uno piense que sigue careciendo de un proyecto definido, no sólo para Cataluña, sino ahora para toda España, lo cierto es que ha trascendido el ámbito catalán y está crecido después de su éxito andaluz, hasta el punto de presentarse como la esperanza blanca de la derecha en España; una derecha desde cuyos sectores más garrulos se les acusa, por cierto, de ser «catalanes». Si las cosas les van como se supone, el éxito en España puede multiplicar sus resultados en Cataluña y, sumado a lo que obtenga PODEMOS, la hegemonía parlamentaria independentista que hasta ahora era previsible puede verse seriamente amenazada.

Resumiendo, si hasta ahora el «procés» fracasaba a nivel español e internacional, pero mantenía su pujanza en Cataluña, ahora puede que se le esté empezado a torcer el aparejo incluso en su propio terreno. Aun sin existir un frente no-independentista articulado, la irrupción de PODEMOS y C’s no sólo puede alterar cuantitativamente la geometría electoral  y parlamentaria catalana, sino también cualitativamente la hegemonía de que gozaba el independentismo, con el agravante que ahora no tendría enfrente a un PP decrépito y a un acomplejado PSC, sino a dos fuerzas emergentes una de las cuales, para más inri, está por el derecho a decidir, pero previo proceso constituyente y para votar «no».

No hay más cera que la que arde: si CIU+ERC no suman mayoría absoluta, hay que potenciar a las CUP para que, en la medida de lo posible, erosionen a PODEMOS con un discursillo de extrema izquierda testimonial, pero eso sí, independentista a ultranza. Están en ello, de ahí el pábulo que están recibiendo por parte de los medios oficiales y de las encuestas de opinión de elaboración propia a que nos tienen acostumbrados.

Así pues, puede que el independentismo esté ante su última oportunidad, durante muchos años, de obtener una mayoría absoluta parlamentaria –que no electoral- si se potencia a las CUP para frenar la irrupción de PODEMOS. Y esa parece ser la estrategia diseñada por el Think Tank independentista en esta nueva y definitiva hoja de ruta. Elecciones el 27-S y, al calor de los dieciséis días después de los previsibles fastos del 11-S, alcanzar una mayoría absoluta CIU+ERC+CUP. Se constituye el parlamento y se convoca un referéndum para votar  la constitución catalana a lo “paella precocinada” para turistas.  Y si España lo prohíbe, pues la vota el Parlamento y declaración unilateral de independencia.

No es que lo tenga fácil para alcanzar esta mayoría absoluta parlamentaria. Al anunciado descenso de CIU hay que añadirle el estancamiento de ERC y falta por saber qué harán el «socio» Durán y su UDC. La mayoría absoluta dependerá del incremento que experimenten las CUP.

Poco importa que esta mayoría absoluta sume entre un 40 y un 45% de los votos emitidos; hay que evitar lo de Escocia, a cualquier precio. Así que nada de proceso constituyente y a forzar el paso en falso del Estado para, cuando desacatando no ya las leyes, sino incluso vulnerando los más elementales principios de la democracia, la declaración unilateral de independencia obligara a éste a actuar y, confiándolo todo a su proverbial torpeza, el «procés» entrara en una fase de conflicto declarado que a través de la proyección victimista, acaso podría darle alas mediante su hipotética internacionalización.
Está claro que se trata de una hoja de ruta demencial cuyo único objetivo es provocar una reacción violenta del Estado. Pero es la única alternativa que les queda. No parece que por ahora nadie esté en situación de influir en CDC para forzar un relevo o una marcha atrás. Ni sus tradicionales apoyos de sectores empresariales refractarios a la independencia. Pero las reacciones contrarias que esta hoja de ruta ha generado entre  estos sectores, tradicionalmente dóciles o indiferentes a los acostumbrados desvaríos del President, es en mi opinión altamente sintomática.

dijous, 9 d’abril del 2015

LOS BANDIDOS DEL TIEMPO Y EL ÁNGEL EXTERMINADOR: ÍNCUBO Y/O SÚCUBO (Apostillas a “Todos expertos”)



No llegan al título de la película de Terry Gillian; la clave está más bien en el genial Buñuel y su obra maestra: “El Ángel Exterminador”. Definitivamente, hay gente que odia la vida, pero teme a la muerte; y sólo aspira a hacérselas, ambas, la vida y la muerte, igualmente odiosas al prójimo, a los demás. Sigo refiriéndome a los dictadores horarios, y a tantos otros «expertos» de matute en tan espinosos temas como el del tiempo, del ser y el tiempo, del ser en el tiempo… A lo mejor hasta acaban la segunda parte que Heidegger nunca escribió (por vergüenza torera o por sinvergüenza nazi) y que iba a llamarse «Tiempo y Ser» (Fue una suerte que no la escribiera).

Dictaminar que el fracaso escolar se debe a la presunta irracionalidad de los horarios es como decir que los océanos están contaminados porque las heces de los peces son altamente tóxicas. Igualmente, afirmar que el retraso secular español se debe a los horarios de las comidas comporta, o bien entender que tal retraso empezó hace ciento cincuenta años y que antes nos había ido de maravilla, o ignorar que hasta más o menos 1850, en este país el almuerzo era entre las once y media y las doce del mediodía, y la cena sobre las seis o las siete de la tarde. Y eso el que comía. Horarios urbanitas; los agricultores, igual que siempre desde Sumeria. De ahí viene, en lo urbanita, la relativa indeterminación del palabro «almuerzo» en castellano, pudiendo significar tanto un frugal ágape entre el desayuno y la comida, como la propia «comida» de las dos, que igual de tan reciente por eso no tiene ni nombre y se quedó en «la comida» sin más. Así lo descubriere quien lo estudiare.

Son temas que aparecen recurrentemente, aducidos por los majaderos de siempre, o espabilados a la caza de un lugar en el Sol. En el campo de la enseñanza, ámbito en el que tan incisivamente se adentra tanto «experto», las estupideces que se han llegado a decir, pongamos por caso, sobre el calendario escolar, son dignas de un idiotario que ni Flauvert lo pudo soñar –o sí-; una auténtica antología del tópico. Por ejemplo, el mantra según el cual aquí los días lectivos anuales son menos que en «Europa»; o que, consiguientemente, los profesores tienen más vacaciones; ambos falsos por igual.

O lo de la excesivas vacaciones veraniegas; que deberían estar más repartidas. Pues miren ustedes, puede que sí, puede que no. ¿Qué quieren que les diga? En este país hemos tenido sistemas educativos que funcionaban razonablemente bien acabando las clases un par de semanas antes de San Juan y comenzándolas una o dos antes del Pilar. En cambio ahora, por más días lectivos que haya, la cosa no funciona ni con todos los bueyes de Augías tirando del carro. Y es que a lo mejor, y siempre dentro de un orden, el problema no son los días lectivos, sino lo que se haga durante ellos. La cosa no va de ±15 días. Pero claro, es más fácil y cómodo atribuir el fracaso escolar a aspectos superficiales que entrar en las auténticas causas de las evidentes disfunciones de nuestro sistema educativo. Siempre es más fácil ir a lo anecdótico que a lo categórico. O a la metonimia. Y más rentable. Sobre todo más rentable.

Pero claro, estos «expertos» viven de su trabajo, otra metonimia, y éste consiste en justificar su propia utilidad como expertos, lo cual, por cierto, deja la metonimia en entredicho. Y es que como están contra los contenidos, se quedan con las formas; incluso en la propia definición de su funcionalidad… por eso, y para eso, el que les contradiga es un fascista reaccionario de mierda. Aunque tanto se parezcan ellos a los fascistas que ni parecen saber distinguirlos delante de sus propias narices; porque las suyas lo son.

No hace tantos años, una olvidable consejera de educación catalana propuso implantar, aparte de máquinas de condones en los institutos, el mismo calendario escolar que Finlandia; o Suecia, ahora no lo recuerdo bien. No le gustó la pregunta que recuerdo haberle hecho yo personalmente: si íbamos a importar también la climatología finlandesa, porque de lo contrario, a ver cómo das clases por acá en plena canícula. Claro que, cito textualmente, para esta señora –lo de «señora» es un decir protocolario-, las competencias básicas que debía adquirir un alumno al acabar la ESO -16 años- eran saber leer y escribir más o menos correctamente, sumar, restar y también, no se lo pierdan, multiplicar y dividir sacándose la calculadora del bolsillo. Con estos mimbres son fáciles de adivinar los cestos. Sobre todo si te los venden como cántaros.

Sí, claro, están los aires acondicionados para engañar al clima. Pero es que no los hay; sólo en el despacho del director, acaso. Y ya puestos ¿Sería realmente necesaria tal inversión sólo para amoldarnos al calendario escolar de un país donde durante medio año es de noche?

En el resto de ámbitos, más allá del régimen de ingestas y el horario escolar, tampoco es que afinen demasiado, menos aún en lo del doble horario para turistas y para indígenas que ya comenté en mi anterior post. Porque lo de bonificaciones fiscales a quienes cumplan con esta nueva ley del tiempo, o su preferencia para la contratación pública a quien demuestre cumplir tales horarios, sobre todo si hablamos de «contratación pública» en Cataluña, con las comisiones que se han llevado crudas la «Gran Familia», es literalmente para caerse de culo. O para mandarlos a tomar por el ídem.

Además, hay otro problema. Dados los antecedentes, hemos de suponer que la racionalización de los horarios será universal en su sentido pleno, sin discriminación alguna: todos iguales, como la universalización de la educación. ¿Y a qué hora comerá el gremio de la hostelería? Y el de transportistas… maquinistas y personal de ferrocarril, sanitarios, bomberos… ¿Quién vigilará las calles a las 12, cuando la policía esté comiendo? ¿Y las empresas con producción nocturna? O los porteros de noche(?) ¿Se implantará también la merienda obligatoria? ¿O el te de las five o’clock?

Y la última pregunta sugiere otra, ésta asaz inquietante ¿A quién va dirigida esta «racionalización»? Porque supongo que, en su dilecto saber, los promotores de la ley del tiempo sabrán que los ingleses que toman el te con pastas a las cinco no cenan precisamente a las seis ni a las siete… ¿Es sólo para los «curritos»? ¿Como la LOGSE?

Bueno, pues eso, al final la culpa la tendrá el clima. Porque ellos desde luego que no. Nunca se equivocan. Listos que son y suerte que tienen que les paguen los que les consideren útiles; les basta con ESO. Pero ESO sí, son unos amargados. Fetén. ¡Si sólo se guardaran su amargura para ellos!

Por si alguien se sintiera insultado, transcribo textualmente unos fragmentos de Larra… perdón, del Pobrecito Hablador. Me importa poco que lo entiendan o no. Tampoco lo leerán. Y si lo leyeren… que se jodieren. Quede, pues, en un homenaje a Fígaro. Y como decimos en catalán “Qui en sigui frare, que en prengui candela”. Ahí va:

 “A nadie se ofenderá, a lo menos á sabiendas; de nadie bosquejaremos retratos; si algunas «caricaturas» por casualidad se pareciesen á alguien, en lugar de corregir nosotros el retrato, aconsejamos al original que se corrija: en su mano estará, pues, que deje de parecérsele. Adoptamos por consiguiente con gusto toda la responsabilidad que conocemos del epíteto «satíricos» que nos hemos echado encima: sólo protestamos que nuestra sátira no será nunca «personal», al paso que consideramos la sátira de los vicios, de las ridiculeces y de las cosas, útil, necesaria, y sobre todo muy divertida”.


TODOS EXPERTOS: HEUROPEISANDO KÉS JERUNDYO



No recuerdo quién fue el lúcido exiliado que, cuando le ofrecieron desde el régimen franquista regresar de rositas a España, declinó educadamente la oferta porque, según él, no cabía un tonto más. Algo parecido debió sentir unos cuantos decenios antes el primer presidente de nuestra I República, Estanislao Figueras, cuando después de anunciar ante las Cortes su dimisión proclamó “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

Y algo así siente uno cuando lee noticias como ésta. Entiéndaseme, no es que por definición piense que no haya que mejorar nuestro régimen horario, dicho así y sin más. El problema viene cuando una propuesta, en principio tan abordable como cualquier otra, va acompañada de argumentaciones tan groseras que, en lugar de legitimarla, la descalifican; si no a la propuesta en sí, sí a quienes la promueven, lo cual dado el caso que nos ocupa, casi es lo mismo.

Leo con estupor la propuesta -¿debería decir exigencia?- de una «ley de horarios» que una supuesta plataforma de la sociedad civil catalana, denominada «Iniciativa per a la reforma horària» promueve con el noble objetivo de europeizar y racionalizar los horarios en Cataluña. Algo que, de acuerdo con el balance que presentan y que mañana debatirá el Parlamento de Cataluña, permitirá mejorar la calidad de vida. Lo más curioso, según el reportaje, es que la necesidad de una ley que regule el tiempo se debe a que “(…) la pedagogía, la difusión de buenas prácticas y las pruebas piloto por sí solas, no bastan”. De ahí, inferimos, la necesidad de una ley, con su poder coercitivo, sus multas y lo que haga falta. Si a las buenas no nos convencen, pues a las malas. A comer a las 12 y a cenar a las 6.

Pero lo más grotesco de todo es el auténtico derroche de ignorancia que se explicita en las argumentaciones. Debe ser cierto aquello de que cualquier causa, por ridícula que sea, siempre encontrará tontos dispuestos a defenderla. Porque si no cómo explicar, por ejemplo, que se afirme que lo que se pretende sea deshacer sinsentidos. ¿Cuáles? Pues a ver, cito textualmente “(…) la larga jornada laboral española y catalana con una pausa excesiva para comer penaliza la vida de las personas, su libertad, y también la de la sociedad: menos productividad, ocio, conciliación, cultura, democracia, sueño, más fracaso escolar...”

Vaya por delante que si de lo que se trata es de reducir el horario laboral, lo compro ya, pero como no se habla de eso, sino de que somos poco productivos, la verdad es que la pata de cabra empieza a asomar de forma alarmante. ¿Quién demonios son esta gentuza para decidir lo que es una pausa excesiva para comer? ¿O para decretar que esto atenta contra mi vida, mi libertad…?

Luego vienen, no se lo pierdan, las propuestas concretas entre las cuales me quedaré con la que refiere al ámbito educativo. Resulta que la racionalización y europeización horarias requieren acabar con la jornada compactada en los institutos de secundaria. ¡Vaya! Precisamente lo único europeo que tenemos. Sí, ya sé que circula por ahí un presunto informe que asegura que la mayoría de países europeos no tienen jornada compactada en secundaria. Se trata de un «estudio» mendaz, elaborado por una socióloga de pacotilla, que confunde interesadamente primaria con secundaria, desayuno/almuerzo con comida y horario académico con actividades lúdicas o complementarias de cualquier índole, y que basta ver qué Fundación lo ha financiado para entender qué intereses únicamente crematísticos defiende.

Pero no se acaba aquí. Por ejemplo, y curiosamente, a la vez que se postula lo anterior, resulta que se recomienda que no haya actos públicos –así, sin más- a partir de las siete de la tarde; hemos de suponer que ni conferencias, teatro, cine, ni bares de tapas… ¿televisión?

Pero lo mejor de todo viene quizás al final, cuando se apuesta por un doble horario, uno para los turistas y otro para la ciudadanía en general. Los turistas podrán comer a la hora que quieran o irse de copas a lo Salou Fest, pero los indígenas no.

Así que ya lo saben ustedes, a partir de las siete, sólo turistas. De ello podemos deducir que, teniendo en cuenta el nivel cultural del turismo que nos frecuenta, sólo quedarán al cabo de un tiempo bares de comida rápida y licorerías cutres para macerarlos luego en alcohol… y poca cosa más. ¿Cines? ¿Teatros? ¿Conferencias? ¿Sardanas tal vez? Pues parece que ni eso…
Inútil hablarles de las horas de luz que tenemos aquí y de las que no tienen en Noruega; o de la temperatura media según la época del año… eso de la latitud, ya saben; o de tantas cosas más, como una puesta de sol en verano a las nueve y media de la noche con un vino blanco, unos mejillones al vapor y una buena compañía; o contemplar la luna unas horas después… no, claro, eso sólo para los turistas. Y es que, en última instancia, aunque la mona se vista de seda, mona se queda; sólo que las monas son ellos. Y llevan las de ganar, ése es el problema.

dimecres, 8 d’abril del 2015

RELEYENDO A FÍGARO


Un profesor que tuve hace tiempo, de los buenos -tiempos y profesor, ambos-, se sorprendía de cuánto publicaban sus colegas. "Publican más de lo que leen", decía, socarrón como era...
 
A mí me ha dado por releer a Larra. Entre nosotros, releer lo que ya leí, poco, y el resto, lo que no, mucho, y muy bueno. Un auténtico (re)descubrimiento. De ahí mi silencio en este blog.
 
Lo más sorprendente, o al menos lo que más me ha sorprendido, es que, en incluso pagando y, por lo tanto, formato legal, digital, la práctica totalidad de su obra no supera los 12€. Luego dicen que la cultura es cara...