No llegan al título de la
película de Terry Gillian; la clave está más bien en el genial Buñuel y su obra
maestra: “El Ángel Exterminador”. Definitivamente, hay gente que odia la vida,
pero teme a la muerte; y sólo aspira a hacérselas, ambas, la vida y la muerte,
igualmente odiosas al prójimo, a los demás. Sigo refiriéndome a los dictadores horarios, y a tantos otros «expertos» de matute en tan espinosos temas como
el del tiempo, del ser y el tiempo, del ser en el tiempo… A lo mejor hasta
acaban la segunda parte que Heidegger nunca escribió (por vergüenza torera o por sinvergüenza
nazi) y que iba a llamarse «Tiempo y Ser» (Fue una suerte que no la escribiera).
Dictaminar que el fracaso
escolar se debe a la presunta irracionalidad de los horarios es como decir que
los océanos están contaminados porque las heces de los peces son altamente
tóxicas. Igualmente, afirmar que el retraso secular español se debe a los
horarios de las comidas comporta, o bien entender que tal retraso empezó hace
ciento cincuenta años y que antes nos había ido de maravilla, o ignorar que
hasta más o menos 1850, en este país el almuerzo era entre las once y media y
las doce del mediodía, y la cena sobre las seis o las siete de la tarde. Y eso
el que comía. Horarios urbanitas; los agricultores, igual que siempre desde
Sumeria. De ahí viene, en lo urbanita, la relativa indeterminación del palabro
«almuerzo» en castellano, pudiendo significar tanto un frugal ágape entre el
desayuno y la comida, como la propia «comida» de las dos, que igual de tan
reciente por eso no tiene ni nombre y se quedó en «la comida» sin más. Así lo descubriere quien lo estudiare.
Son temas que aparecen
recurrentemente, aducidos por los majaderos de siempre, o espabilados a la caza
de un lugar en el Sol. En el campo de la enseñanza, ámbito en el que tan
incisivamente se adentra tanto «experto», las estupideces que se han llegado a
decir, pongamos por caso, sobre el calendario escolar, son dignas de un
idiotario que ni Flauvert lo pudo soñar –o sí-; una auténtica antología del tópico.
Por ejemplo, el mantra según el cual aquí los días lectivos anuales son menos que
en «Europa»; o que, consiguientemente, los profesores tienen más vacaciones;
ambos falsos por igual.
O lo de la excesivas
vacaciones veraniegas; que deberían estar más repartidas. Pues miren ustedes,
puede que sí, puede que no. ¿Qué quieren que les diga? En este país hemos
tenido sistemas educativos que funcionaban razonablemente bien acabando las
clases un par de semanas antes de San Juan y comenzándolas una o dos antes del
Pilar. En cambio ahora, por más días lectivos que haya, la cosa no funciona ni
con todos los bueyes de Augías tirando del carro. Y es que a lo mejor, y siempre dentro de un
orden, el problema no son los días lectivos, sino lo que se haga durante ellos.
La cosa no va de ±15 días. Pero claro, es más fácil y cómodo atribuir el
fracaso escolar a aspectos superficiales que entrar en las auténticas causas de
las evidentes disfunciones de nuestro sistema educativo. Siempre es más fácil
ir a lo anecdótico que a lo categórico. O a la metonimia. Y más rentable. Sobre todo más rentable.
Pero claro, estos «expertos»
viven de su trabajo, otra metonimia, y éste consiste en justificar su propia
utilidad como expertos, lo cual, por cierto, deja la metonimia en entredicho. Y es que como
están contra los contenidos, se quedan con las formas; incluso en la propia
definición de su funcionalidad… por eso, y para eso, el que les contradiga es
un fascista reaccionario de mierda. Aunque tanto se parezcan ellos a los
fascistas que ni parecen saber distinguirlos delante de sus propias narices;
porque las suyas lo son.
No hace tantos años, una olvidable
consejera de educación catalana propuso implantar, aparte de máquinas de
condones en los institutos, el mismo calendario escolar que Finlandia; o
Suecia, ahora no lo recuerdo bien. No le gustó la pregunta que recuerdo haberle
hecho yo personalmente: si íbamos a importar también la climatología finlandesa,
porque de lo contrario, a ver cómo das clases por acá en plena canícula. Claro
que, cito textualmente, para esta señora –lo de «señora» es un decir
protocolario-, las competencias básicas que debía adquirir un alumno al acabar
la ESO -16 años- eran saber leer y escribir más o menos correctamente, sumar,
restar y también, no se lo pierdan, multiplicar y dividir sacándose la calculadora
del bolsillo. Con estos mimbres son fáciles de adivinar los cestos. Sobre todo
si te los venden como cántaros.
Sí, claro, están los aires
acondicionados para engañar al clima. Pero es que no los hay; sólo en el
despacho del director, acaso. Y ya puestos ¿Sería realmente necesaria tal
inversión sólo para amoldarnos al calendario escolar de un país donde durante
medio año es de noche?
En el resto de ámbitos, más
allá del régimen de ingestas y el horario escolar, tampoco es que afinen
demasiado, menos aún en lo del doble horario para turistas y para indígenas que
ya comenté en mi anterior post. Porque lo de bonificaciones fiscales a quienes
cumplan con esta nueva ley del tiempo, o su preferencia para la contratación
pública a quien demuestre cumplir tales horarios, sobre todo si hablamos de «contratación
pública» en Cataluña, con las comisiones que se han llevado crudas la «Gran
Familia», es literalmente para caerse de culo. O para mandarlos a tomar por el ídem.
Además, hay otro problema.
Dados los antecedentes, hemos de suponer que la racionalización de los horarios
será universal en su sentido pleno, sin discriminación alguna: todos iguales, como la
universalización de la educación. ¿Y a qué hora comerá el gremio de la
hostelería? Y el de transportistas… maquinistas y personal de ferrocarril, sanitarios, bomberos…
¿Quién vigilará las calles a las 12, cuando la policía esté comiendo? ¿Y las
empresas con producción nocturna? O los porteros de noche(?) ¿Se implantará también
la merienda obligatoria? ¿O el te de las five
o’clock?
Y la última pregunta sugiere
otra, ésta asaz inquietante ¿A quién va dirigida esta «racionalización»? Porque
supongo que, en su dilecto saber, los promotores de la ley del tiempo sabrán
que los ingleses que toman el te con pastas a las cinco no cenan precisamente a
las seis ni a las siete… ¿Es sólo para los «curritos»? ¿Como la LOGSE?
Bueno, pues eso, al final la
culpa la tendrá el clima. Porque ellos desde luego que no. Nunca se equivocan.
Listos que son y suerte que tienen que les paguen los que les consideren útiles;
les basta con ESO. Pero ESO sí, son unos amargados. Fetén. ¡Si sólo se
guardaran su amargura para ellos!
Por si alguien se sintiera
insultado, transcribo textualmente unos fragmentos de Larra… perdón, del
Pobrecito Hablador. Me importa poco que lo entiendan o no.
Tampoco lo leerán. Y si lo leyeren… que se jodieren. Quede, pues, en un homenaje
a Fígaro. Y como decimos en catalán “Qui
en sigui frare, que en prengui candela”. Ahí va:
Quizás no haya que darle demasiadas vueltas. Me da la impresión de que lo que se pretende es crear una frontera psicológica más (eso sí, tirándose el pegote de que los catalanes son la hostia de europeos -yo, que Dios me perdone, nunca los he visto tan casposos y carpetovetónicos como ahora, aunque a las manis vayan todos vestiditos de limpio-). Las argumentaciones que se dan para justificar el cambio horario no son más que maquillaje, ropones barrocos, intentos para que el tocón de madera parezca una virgen a la que los imbéciles puedan gritar ¡Guapa!
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