A medida que el despropósito
independentista hispano-catalán -que independentistas los hay en ambos lados,
al menos en el sentido excluyente del término- se enquista e institucionaliza
debidamente con las inevitables torpezas declarativas y actitudinales
repartidas a partes iguales en sendas orillas del Iberus, cada vez va tomando más cuerpo
entre las escasas corrientes de opinión no soliviantadas, que en este país son
y han sido más bien escasas, la idea que si el problema lo tuviera que resolver
el sentir mayoritario entre la ciudadanía, o entre los sentires mayoritarios de
ambas ciudadanías, entiéndase el sentido común -lo cual no significa una mayoría electoral, pero sí
sociológica-, se resolvería a amplia satisfacción de ambas partes en no mucho
más de veinticuatro horas.
Una prueba de ello podría
ser el excelente análisis de César Molinas con el que ya enlacé en mi último post
sin más comentario que su, en mi opinión, preceptivo carácter de lectura
obligatoria que debiera tener para tirios y para troyanos. Lo curioso y, sobre
todo, esperanzador del caso, es como a uno le han llegado críticas elogiosas de
dicho artículo provenientes de ambos bandos. Directa o indirectamente, me
consta de muchas personas significadas por su independentismo o por su
hostilidad hacia él que, en cambio, lo valoraron muy positivamente, por más que
repartiera estopa sin que ninguno de ellos salieran en modo alguno indemne, sino más
bien, en atención a sus posiciones sobre el tema, más bien trasquilados. Si
estas referencias mías no son simple anécdota es que, entonces, o no se dieron
por enterados o hay un espacio para la esperanza. Hay que añadir, eso sí, que
también me consta que en todos estos casos se trata de personas con un nivel
cultural de medio-alto para arriba.
Y a lo mejor es precisamente ahí donde radica el problema, pero acaso también su solución. Cuando
allí se nos habla de unas clases políticas
bunkerizadas y sólo pendientes de sus más inmediatos intereses de casta a
brevísimo plazo, se está describiendo un escenario lamentablemente hiperreal: el nuestro, el que estamos viviendo cada día.
El contencioso independentista actual no sólo es un fracaso de la política, en
el supuesto de que alguien haga en este país «Política», con mayúsculas, sino
la más palmaria demostración de que los politicastros de que disponemos no sólo
no son ellos la solución -ni las propuestas de que se valen-, sino una parte
esencial del problema.
Y eso sí que es un
problema. El problema siguiente es cómo resolver el anterior.
Creo que hay error en el link. El autor es Cesar Molinas y no Cesar Olivares. Por lo demás, un placer leerte y leerlo
ResponEliminaCierto. Mil disculpas por el error, que corrijo inmediatamente, y gracias por advertirme de él.
ResponEliminaComo siempre, un abrazo.