Xavier Massó
El «Gran Salto Adelante» fue un proceso de reformas económicas y sociales que, asociado a la Revolución Cultural, se aplicó en la China Popular a partir de la década de los sesenta del siglo XX. El objetivo era imponer la industrialización en un país por entonces subdesarrollado, fundamentalmente agrícola, aprovechando el inmenso capital humano que poseía. Un país milenario que llevaba tres o cuatro siglos en los vagones de cola del tren de la historia, sin por ello haberse librado de recibir todas sus cornadas.
El fracaso trágico y sin paliativos de estas medidas produjo, entre otras catástrofes, hambrunas que provocaron la muerte de entre veinte y treinta millones de personas, como mínimo. Educativamente consistió en una aplicación de la pedestre jerga maoísta: reprobación del docente por defecto y bajo sospecha –decenas de miles fueron purgados- anti-intelectualismo exaltado, igualitarismo totalizador procustiano, la delación como modelo moral imperativo, rechazo expreso de la tradición y vejación del conocimiento, reducción de la enseñanza a ramplonas consignas ideológicas con el docente como mero adoctrinador… No es extraño que sintamos un cierto tufillo con aire de familia en todo esto: muchos de nuestros sesentayochistas del momento, fervientes admiradores de la Revolución Cultural en aquellos tiempos, hicieron posteriormente carrera política y, después de apostatar, accedieron a importantes cargos con responsabilidades educativas y académicas en la Administración catalana, apalancándose en ella de por vida. Energúmenos que si alguna vez habían oído hablar de Gramsci, lo consideraban un reaccionario burgués.
Hacia mediados de los setenta y con la muerte del «Gran Timonel» –Mao Zedong-, se produjo un cambio en las esferas de poder del PCCh -Partido Comunista Chino-. Los dirigentes encuadrados en el sector afín a Mao fueron defenestrados. La mayoría fueron purgados y algunos, como su viuda y líder de la «banda de los cuatro», Jiang Qing, fueron encarcelados, juzgados y condenados. La política económica del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural se decretaron fracasados y se abrió una nueva etapa con un nuevo enfoque que llevó a China a su actual posición de gran superpotencia económica global, con resultados educativos análogos a los de la destacada posición que ocupa en el mundo.
Podría ciertamente plantearse si a pesar de haber sido un fracaso estrepitoso, el Gran Salto Adelante no fue también la habilitación de las condiciones objetivas para el posterior despegue económico y tecnológico chino que ha dejado boquiabierto al mundo entero. Si nos atenemos al carácter productivo de la negatividad en la dialéctica hegeliana y entendemos que la historia avanza por su lado negativo, podría ser que sí. En cualquier caso, no deberíamos olvidar que para enderezar las cosas hubo que echar a toda la patulea de fanáticos y zotes sanguinarios que habían llevado al país hasta el mismo borde del precipicio, y facturarlos sin contemplaciones a su casa, a campos de trabajo y reeducación o a la cárcel.
Aquí tuvimos también un Gran Salto Adelante, educativo, hace ya más de siete lustros, con la LOGSE (1990). Una tierra muy acostumbrada a los grandes saltitos al vacío, el nuestro; y en pegarse el batacazo. También con la correspondiente culturilla educativa pretendidamente revolucionaria; entrañable y de ir por casa, pero igualmente inicua, con el objetivo de crear y conformar «opinión» educativa. Como la cámara obscura que proyecta la imagen invertida -el símil que Marx utilizó para explicar el surgimiento de la falsa conciencia: la ideología-, nuestro relato casero fue el de una escuela «propia» maravillosa y chiripitifláutica que era la imagen invertida de los estragos que se estaban perpetrando. Cuidado, estamos hablando de creación de opinión, no de criterio: la píldora venía ya elaborada y era de obligatoria ingestión. O comunión o anatema. Y como siempre, con las correspondientes políticas del palo y la zanahoria, administradas bajo la máxima del divide et impera.
En China, hoy en posiciones de podio en el ranking educativo mundial, les bastó con quince años para acabar hartos de tunantes y embaucadores. Cuando pudieron, les dieron la patada y los largaron con viento fresco. En Cataluña, treinta y cinco años después de la LOGSE y casi veinte de nuestra entrañable LEC y sus maravillosos decretos de direcciones, de autonomía de centros y de plantillas, con los peores resultados de casi toda España y siendo la mofa de toda Europa, todavía no hemos caído en la cuenta de que nos han tomado el pelo miserablemente, ni, lo que es peor, de que nos están dejando intelectualmente calvos. Y seguimos con los mismos sinvergüenzas de siempre cortando el bacalao, a los que hay que añadir las sucesivas promociones de acólitos de la orden, que también quieren acceder a su parte del momio, no faltaba más.
¿Que los resultados PISA son un desastre? ¡Tranquilos! Convocaremos una comisión de expertos que en su docta sabiduría nos dictaminará la solución a los problemas. ¡Y luego resulta que la comisión la componen los mismos que han promovido el despropósito! El «modelo de éxito» de la escuela catalana, lo llaman… ¡vaya jeta! Eso sí, cabe reconocerles una cosa: hay que tener mucho cuajo para afirmar algo así y quedarse tan ancho. Y de los que les aplauden, pobrecillos, mejor que no digamos nada…
¿Alguien imagina al PC chino encargando a la Banda de los Cuatro la formación de una comisión de evaluación del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural? ¿Verdad que no? Bueno, sí, en Catalunya, y desde hace ya varios años. Se diría incluso que la historia no cumple aquí dialéctica alguna, que simplemente se ha detenido -¡Pobre Hegel!- O puede que estemos atrapados en un bucle, como en la película Brigadoon (V. Minelli, 1954), aquel pueblo escocés que sólo reaparecía en el mundo una vez cada cien años, con sus habitantes viviendo fuera del tiempo, fuera de la historia. Y con sus «élites» prohibiendo a los lugareños asomarse a ella, no fuera a gustarles y se largaran. Puede que sí, puede que estemos mentalmente viviendo en un nuevo Brigadoon.
Y como en Brigadoon, en nuestro caso también con unas élites mojigatas y temerosas, a la vez que pagadas de sí mismas y apegadas al momio y a la cucaña que, siendo ellos los únicos autorizados a asomarse a la realidad exterior, nos estén engañando, no fuera que si dejaran de ser ellos los únicos que están en el secreto, el invento se les fuere al garete, y con él el chollo. Y, cierto, una cosa sí han conseguido: tenemos un modelo propio y diferenciado asegurado, porque es tan malo que nadie nos lo copiará; pueden dormir tranquilos. Basta con que estén atentos un día cada cien años, no fuere que la gente sintiere veleidades por retornar a la historia.
Quizás vaya siendo hora de imitar a los chinos: entendieron que aquel Gran Salto Adelante lo era al vacío o a la inopia, y rectificaron a tiempo. O eso o nos quedamos en Brigadoon, porque si allí la oportunidad aparecía cada cien años, y por la cuenta que nos trae, tampoco deberíamos olvidar la maldición de G. García Márquez (1967) en la última frase de su celebérrima novela: “Las especies condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra”.
Fuente: educational EVIDENCE
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